Cuando estudié la secundaria mi padre me enviaba los sábados y en días vacacionales al taller de reparación de radios de un amigo de la familia, con el propósito de que aprendiera algo del oficio de radiotécnico. Era la década de los sesenta. En ese taller fui bien recibido y aprendí lo básico del oficio: reconocer, probar y cambiar los diferentes tipos de bulbos que entonces usaban los aparatos de radio, distinguir las resistencias, condensadores, bobinas y otros componentes, así como a soldar y a interpretar los diagramas de los circuitos. Además, en un pequeño librero se encontraba un curso elemental de electrónica, del cual aprendí lo básico de esa rama ingenieril. El taller era uno de los mejores, tanto que el dueño y sus empleados también daban el servicio de mantenimiento a los equipos de transmisión de varias radiodifusoras. En sus ratos de descanso los empleados se paraban en las puertas del taller a fumarse un cigarro, mientras piropeaban a las muchachas que pasaban por ahí o intercambiaban albures, todo lo cual para mí constituía una invaluable experiencia educativa.

            En cierta época, cuando se comenzaron a popularizar los radios de transistores, la clientela bajó, no tanto por la calidad del servicio –que era de lo mejor- sino porque con la nueva tecnología los aparatos de radio se descomponían con menor frecuencia y por tanto no se requería tan seguido el servicio de reparación.

            Entonces el dueño, un hombre inteligente, ideó una estrategia mercadotécnica para atraer más clientela. Compró  espacio en un diario local para un pequeño anuncio en el que daba a conocer que en su taller ahora se empleaba el avanzado método “Tripletonyk” para la reparación de todo tipo de aparatos electrónicos. El supuesto método no existía, y las reparaciones se seguían haciendo como siempre –con buena calidad- pero la clientela aumentó significativamente. El dueño era un hombre honrado, no engañaba a la gente, no cobraba en exceso y la estrategia era puramente publicitaria. Desde luego el término “Tripletonyk” era pura invención, y si algún cliente  preguntaba sobre el método aquel, él les mostraba un osciloscopio –que se veía como una pieza de tecnología avanzada- y soltaba una explicación incomprensible, lo cual daba la impresión a quienes no sabían de electrónica de algo muy complejo y especializado.

            Recordé el método Tripletonyk a propósito de que hace unos días un tribunal londinense declaró culpable de estafa a Gary Bolton, “inventor” del llamado “Detector molecular GT200” -aparatito que vendió por miles a distintos gobiernos, entre ellos el de México- el cual se suponía detectaba a muchos metros de distancia drogas, armas, explosivos, oro, marfil y hasta cadáveres. Ante el mencionado tribunal se presentaron pruebas de que el dicho detector era un fraude completo. Entre otras pruebas, se presentaron los resultados de un experimento y otros estudios realizados por científicos mexicanos –físicos, investigadores de la UNAM- que mostraban que el aparato era perfectamente inútil; hasta lo desarmaron y comprobaron que no había nada en su interior, vaya ni siquiera baterías, pues Bolton decía que bastaba con la energía provista por la “electricidad estática” de la mano del operador. En suma era una cajita con un alambrito de unos 30 centímetros de largo, y eso era todo; su costo: varios cientos de miles de pesos. Y el gobierno mexicano, durante el sexenio de Felipe Calderón, adquirió mas de mil 200 aparatos de este tipo para la Secretaría de la Defensa, las Aduanas, y para uso de las policías federal y de más de veinte estados, todo por una módica suma cercana a los 500 millones de pesos.

            En una entrevista reciente, los investigadores mexicanos que realizaron el experimento demostrando el fraude, declararon que en su momento –cuando el detector molecular GT200 iba a adquirirse- alertaron al gobierno y ofrecieron su asesoría para evaluar el detector, ya que basados en sus conocimientos no les parecía  creíble que tal tecnología existiera. Pues bien, paciente lector, figúrese que ya fuera por ignorancia o corrupción, la Secretaría de la Defensa les negó todo acceso a dichos detectores. No fue sino hasta hace unos meses, cuando lograron acceder a algunos de estos aparatos, que realizaron un experimento y desarmaron uno de los artefactos con los resultados antedichos.

            Y, ahora, hasta que un tribunal londinense tomó en serio el asunto es que se ha hecho pública la gran estafa cometida por Bolton contra el gobierno mexicano, así como contra otros países africanos y de oriente.

            Según se sabe, el inútil detector molecular GT200 ha sido empleado en México dizque para detectar bombas, lo cual indica la gravedad de la ignorancia y corrupción de quienes nos gobiernan y, lo peor, la falta de confianza en la ciencia y los científicos mexicanos.

            Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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