Manuel Martínez Morales
Tendría Mané alrededor de 20 años, aspirante a ser integrante de la banda hypiteca, cuando una noche primaveral, un poco ebrio después de consumir con los camaradas una botella de mezcal arribó a su casa. Transpuso la reja y se sentó en los escalones fuera de la entrada principal. La tibia noche y los tragos invitaban a la ensoñación. Se despojó de las gastadas botas mineras, parte de la moda de la nueva ola y ya descalzo se entregó a la ebria ensoñación.
Casualmente posó su vista en sus viejas botas y de pronto las contempló, bajo la luz del arbotante frente a la casa, como un objeto extremadamente bello que disparó su pensar y sentimientos en diversas direcciones.
Lo primero que se le ocurrió fue que tendría que dibujarlas para conservar algo de aquella maravillosa emoción que la imagen le provocaba. Pero, desafortunadamente, ni entonces ni ahora, Mané ha sido capaz de dibujar. La imagen de esas botas le despertaron múltiples sensaciones y pensamientos, como el recuerdo de los obreros de la compañía minera Peñoles que pasaban diariamente por ahí, calzados con esas botas hasta dejarlas casi rotas.
Años después encontró la imagen de un cuadro de Van Gogh que representaba precisamente esas botas. Y se dijo: yo tenía que haber pintado esas botas, pues son las que miré realmente.
Las sorpresas no pararon ahí, pues tiempo después encontró un breve ensayo crítico sobre el cuadro, en donde Jordi Puigdomènech afirma lo siguiente:
En su obra Arte y poesía, Martin Heidegger reflexiona a partir del concepto de la mirada del artista, es decir, acerca de esa peculiar visión de los objetos que el “creador” o “imitador de la naturaleza” lanza sobre las cosas con el fin de dignificarlas y extraer de ellas todo su valor como formas. Una de las obras analizadas por Heidegger a propósito de esta reflexión es el cuadro impresionista de Vincent Van Gogh, en el que el motivo representado no es precisamente un ejemplar de algo que pueda considerarse como bello, al menos en principio: un par de botas viejas, desgastadas, casi rotas y a buen seguro malolientes.
En el cuadro de Van Gogh, sostiene Heidegger, ni siquiera podemos decir dónde están estos zapatos. Un par de zapatos de labriego y nada más. Y sin embargo…En la oscura boca del gastado interior bosteza la fatiga de los pasos laboriosos. En la ruda pesantez del zapato está representada la tenacidad de la lenta marcha a través de los largos y monótonos surcos de la tierra labrada, sobre la que sopla un ronco viento. Por este útil cruza el mudo temer por la seguridad del pan, la callada alegría de volver a salir de la miseria, el palpitar ante la llegada del hijo y el temblar ante la inminencia de la muerte en torno.
El objeto de experiencia estética sólo llega a ser tal cuando el artista que lo plasma o el observador que lo contempla lo hace de un modo especial, considerándolo como algo más interesante de lo que pudiera parecer a simple vista. De este modo un objeto que en principio podía presumirse como carente de cualquier valor estético, como es el caso de un par de botas viejas, una vez es escrutado por la mirada de un artista como Van Gogh adquiere el valor de objeto digno de despertar una experiencia estética en aquel observador que se acerca a la obra con una postura receptiva.
Es así como describe Heidegger la dignificación del objeto que lleva a cabo el artista a partir de verter sobre él su mirada estética; una mirada que combinada con la técnica empleada por el pintor, el escultor, el fotógrafo, el cineasta o el poeta llega a devenir una obra de arte.
Así fue como Mané nunca pintó esas botas pero le alegra mucho conocer la obra de Van Gogh que las representa artísticamente como a él le hubiera gustado hacerlo, con las connotaciones arriba apuntadas.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve