Las apariencias pueden ser irreales…
Luis Villoro
Tuve la fortuna, hace más de una década, de asistir a un seminario sobre epistemología en el cual participó el filósofo Luis Villoro. Posteriormente volví a escuchar su palabra, hace cosa de tres o cuatro años, cuando vino a la Feria Internacional del Libro Universitario a presentar un libro escrito por uno de sus discípulos, el maestro universitario Luis Miguel Gallardo.
A través de su palabra clara, Luis Villoro lograba hacer comprensibles temas difíciles de abordar y, consecuente con su propio pensamiento, siempre desde una perspectiva crítica apegada a un humanismo socialista.
Siendo yo mucho más joven de lo que ahora soy, me encontré con libro de don Luis que dejó huella en mi pensamiento: Creer, saber, conocer, publicado por la Editorial Siglo XXI.
Este libro aclaró muchas de las dudas que yo tenía, surgidas a partir de mi tentativa de abordar la filosofía de la ciencia y la teoría del conocimiento. La visión de Villoro sobre estos temas es amplia y motivante, pues nos ofrece un análisis sistemático de los conceptos epistémicos fundamentales: creencia, certeza, saber, conocimiento. Establece, por una parte, las relaciones que justifican la verdad de nuestras creencias y, por otra, con los motivos (deseos, intenciones, intereses) que pueden distorsionarlas.
¿Cuándo podemos afirmar que nuestros conocimientos están fundados en razones objetivas y válidas? ¿Cómo influyen en ellas nuestros deseos e intereses? Son algunas de las preguntas a las que se trata de responder.
Villoro no trata sólo del conocimiento científico; distingue con precisión entre diferentes tipos de conocimiento que requieren procedimientos de justificación distintos. En todos los casos, creencias y conocimientos se comprenden tal como operan en concreto, en hombres reales, determinados por motivos personales, condicionados por circunstancias sociales.
Es este uno de los puntos que más llamaron mi atención cuando leí el libro por primera vez: el hecho de que las diversas culturas humanas han creado formas específicas de conocer el mundo, siendo la ciencia moderna una entre tantas otras, con sus propios métodos y procedimientos de validación y justificación. Todas estas formas tienen por tanto su propio ámbito de validez: el contexto cultural en el cual se acuñan.
Por eso insisto en que no debemos llamar “astronomía” al conocimiento que tenían los antiguos mexicanos sobre la naturaleza y regularidad del movimiento de los cuerpos celestes, los cuales conocían con una precisión matemática admirable. Su conocimiento sobre los fenómenos celestes y su transcurrir en el tiempo se encontraba embebido en otras formas culturales como sus creencias religiosas, mitos y valores. No existía ese conocimiento en forma separada, como ahora existe el conocimiento que englobamos bajo la denominación de astronomía. Y al advertirnos Villoro sobre estas peculiaridades de las distintas formas de conocer el mundo, nos ofrece elementos para entender nuestras propias formas de hacerlo.
La riqueza de la conceptualización de Villoro puede apreciarse por ejemplo en la siguiente afirmación: “Porque conocer no consiste en un solo acto, sino en muchas experiencias variadas capaces de ser integradas en una unidad; por ello el conocimiento puede ser más o menos complejo, más o menos rico.”
Sin embargo, apunta el filósofo, la experiencia debe ser ordenada por ciertas reglas generales que dependen del contexto cultural, y entonces el mantenimiento de la unidad de cada objeto requiere la posibilidad de aplicar a todas sus presentaciones posteriores un esquema de la imaginación o un concepto. Así, la unidad del esquema o del concepto con el que nos referimos a una multiplicidad aprehendida permite conocer en ella un objeto.
Mientras la aprehensión inmediata capta datos, la experiencia versa sobre objetos y situaciones objetivas, incluye varias operaciones de síntesis de la multiplicidad de lo dado en una unidad –concluye Villoro.
Esta clase de exposición que parece algo densa, proporciona la base para una reflexión profunda sobre el proceso mismo de conocer. Conocer es un proceso, no una aprehensión inmediata de lo dado. Y al referirnos a un objeto de conocimiento estamos de hecho ante una construcción intelectual: un esquema imaginario o un concepto que define aquello que llamamos objeto.
Entonces, digo yo, lo objetivo -lo que constituye el objeto- no es algo dado sino una construcción que se da mediante una conjunto de operaciones espirituales, como diría Bachelard.
Al proponer métodos para mejorar nuestra práctica didáctica generalmente olvidamos –o desconocemos- las lúcidas reflexiones de filósofos como Luis Villoro, que si las hiciéramos nuestras serían una fuente inagotable de inspiración pedagógica.
Lo cual se verifica ahondando en el pensamiento de Villoro: “Las apariencias pueden ser irreales. Conocer algo, en cambio, es captarlo tal como es realmente. Si tener experiencia directa de x es condición necesaria para conocerlo, también lo es que x realmente exista, pues no puede haber experiencia de algo inexistente. Quien afirma conocer, afirma la existencia real de lo conocido.”
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.