Manuel Martínez Morales
Educar significa desarrollar, llevar hacia fuera lo que aún está en germen,
realizar lo que sólo existe en potencia.
E. Sábato
La mejor caracterización de esta época histórica no es la de Alvin Toeffler (la cuarta ola: la era del conocimiento), ni la que propuso F. Fukuyama (la era postmoderna: el fin de la historia y la filosofía), sino aquella definida por Martin Heidegger: la era del olvido del ser. Ya en 1935 Heidegger vislumbraba las consecuencias de este olvido: “Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente conquistado y económicamente explotado; cuando se puedan ‘experimentar’, simultáneamente, el atentado a un rey en Francia, y un concierto sinfónico en Tokio; cuando el tiempo sólo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como historia haya desaparecido de la existencia de todos los pueblos; cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación, entonces, justamente entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué? -¿hacia dónde?- ¿y después qué?”
En el debate que se da sobre las universidades públicas y su destino, la cuestión fundamental -preguntarse por la esencia de la universidad, pensar la universidad- queda relegada al olvido. No se crea que aludir a la esencia de la universidad remite al plano metafísico, sino más bien a las condiciones concretas –ahí está la esencia- en que la universidad mexicana és.
La discusión no se reduce a las formas de designar o elegir a las autoridades universitarias, al tema de las reformas curriculares, o a los criterios de admisión y certificación en las instituciones de educación superior. Aunque, de suyo asuntos importantes, la posición ante éstos se deriva de las concepciones de fondo que se tengan sobre la educación universitaria.
Antecediendo toda discusión sobre puntos como los antes mencionados, debe responderse a las preguntas: ¿qué universidad tenemos hoy en día? ¿Qué universidad queremos? Hay que pensar la universidad en el estilo que propuso Heidegger: pensar para conocer y actuar, esa es la vía.
Propongo pensar la universidad siguiendo tres ejes principales: (1) el ser –estar ahí- de la universidad en la sociedad mexicana contemporánea, a partir de su historia; (2) el ser de la universidad en cuanto a sus funciones esenciales como depositaria, transmisora y generadora de conocimientos; y (3) el no-ser de la universidad en cuanto a su propia dinámica de transformación continua.
En este sentido, la universidad que ha sido debe cambiar, está cambiando. La universidad del siglo que comienza ha de ser otra universidad, una universidad sin muros cuyas funciones permearán la sociedad entera, una universidad en verdad abierta. La universidad enclaustrada y gremial desaparecerá para dar paso a nuevas formas de ser; a estos cambios no debemos oponernos los universitarios sino, por el contrario, debemos convertirnos en sus principales promotores.
La universidad pública, noble institución social que tantos bienes ha dado a la nación, está amenazada en su ser, no por estudiantes izquierdistas radicales o profesores disidentes, sino por la obtusa tecnocracia vende patrias que sólo escucha el tintineo del cascabel de Washington y que, en su afán por complacer al amo, no titubea en destrozar y vender lo mejor de este país. Regatear el subsidio público a las universidades públicas se inscribe en este contexto.
Los universitarios estamos obligados a buscar nuevos esquemas para consolidar los procesos de enseñanza-aprendizaje en las facultades; darle sentido pleno a la autonomía universitaria; impulsar creativamente la investigación en las ciencias y las humanidades; integrar la universidad a la sociedad que le ha dado vida y sentido de ser, y también exigir del poder público que proporcione –como es su obligación- los recursos necesarios no tan sólo para ampliar la cobertura de la educación superior, sino para que las universidades públicas cumplan cabalmente con sus funciones sustantivas en beneficio de la sociedad que las alberga y patrocina.
Habrá que escuchar atentamente voces como las de Pablo González Casanova quien, en su obra La universidad necesaria en el siglo XXI, declara lo siguiente: “la privatización de las universidades y la reducción de los estudiantes a objetos ignorantes de la historia, de la política y de las ciencias vinculadas al humanismo no sólo obedecerá al proyecto de convertir a las empresas privadas y mercantiles en actores principales de la producción, los servicios y la vida. También obedecerá a un mundo en que el complejo militar-industrial y corporativo, con sus asociados y subalternos, regulará la represión y la negociación para una gobernabilidad en que los pueblos sujetos muestren ser responsables y razonables o con opciones racionales que los lleven a aceptar como suyos los objetivos de los que mandan. Por supuesto, las oposiciones a semejante horror vendrán de todas partes y en todas partes. Y se tomarán posiciones defensivas, de firmeza y construcción de alternativas entre conflictos y consensos. Los universitarios jugarán un papel importantísimo al lado de otros trabajadores intelectuales y de los pueblos trabajadores que luchen para no volverse los objetos estúpidos e ignorantes de que hablaba Adam Smith”.
Ahora se trata de pensar la universidad, de rescatar su esencia generosa y transformadora (alma mater); y esta acción sólo corresponde a la universidad misma, esto es, a sus profesores e investigadores, a sus estudiantes y sus trabajadores.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.