Estatua de Jean Baptiste, Caballero de Lamarck

Estatua de Jean Baptiste, Caballero de Lamarck


Manuel Martínez Morales

La realidad cierra los ojos

y aparece el mundo.

Luis Cardoza y Aragón

 

«La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre». Es esta una atrevida afirmación, de apariencia puramente «poética», del escritor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón y, si bien el poeta argumentó con amplitud la validez de su aserto, finalmente la frase quedó sepultada en algún texto ya olvidado. La expresión posee un alto grado de verosimilitud sobre todo si la comparamos con aquella otra, célebre desde hace tiempo, de René Descartes: «Pienso, luego existo». Para el ilustre francés el pensamiento -el discurso reflexivo- era la prueba más concreta de su existencia. Reescribamos el enunciado cartesiano y aparece la similitud con la propuesta de Cardoza y Aragòn: «Poetizo, luego existo». (Poetizar: Comunicar poesía a las cosas, verlas en su aspecto poético o encontrarlas poéticas; Diccionario de Uso del Español de Maria Moliner)

El guatemalteco, más que concentrar su atención en el discurso racional, orientó su mirada a su propio quehacer esencial, la expresión poética, en búsqueda de una certeza que se bastase a sí misma:

Luis en dónde estás

dime quién eres

va siendo hora de marcharnos juntos

aunque el sol no se ponga en tus demonios.

En el caso del enunciado cartesiano notemos que el término pensar (cogito) es empleado como sinónimo de conocer, y conocer significa concebir, crear; en cierta manera conocer significa atribuirle significado a las cosas, verlas en relación con otras cosas y con el sujeto cognoscente, crearles un sentido. Descartes sabía muy bien lo que decía: puedo dudar de todo menos de la existencia de quien duda; más dudar es ya ejercitar el pensamiento, es el inicio del conocer. Sin embargo, no hay que olvidar que el sabio francés llega al método después de un periodo de aislamiento e inspirado por tres sueños que fueron descritos más tarde, en forma muy detallada, por él mismo.

La creación, sea científica o literaria, está siempre impulsada por fuerzas inconscientes, esto es: ocultas a la conciencia, y, por lo tanto, inexplicables en un marco puramente racional.

Paul Valéry, reflexionando sobre esos momentos de creación, determinantes en la vida de Descartes y determinantes también en la constitución del pensamiento científico moderno, ha dicho: «No conozco nada tan realmente poético como esa modulación extraordinaria que permite a un ser recorrer, en el espacio de unas horas, los grados desconocidos de toda su potencia nerviosa y espiritual, desde la tensión de sus facultades de análisis, de crítica y de construcción hasta la embriaguez de la victoria o la explosión de orgullo al haber encontrado: después, la duda…»

En el principio fue la duda, o la fábula si se prefiere. La comprensión del mundo, su entendimiento, espera a que la realidad cierre los ojos; el conocimiento científico es sólo una de tantas puertas que llevan a la comprensión poética, la única posible si es que nos situamos del otro lado del mar, que es espejo, e incendiamos las naves de la racionalidad cosificada.

La suprema finalidad de la poesía es el acto puro: crear el mundo perpetuamente. Esta gratuidad la entiendo como lo opuesto a lo previo y programático: es lo surgido con la máxima espontaneidad, distante de todo deliberado propósito ajeno a lo que no sea inevitable efusión poética.(L.C.A.)

Valéry, en sus incontables ensayos, hace ver la imposibilidad de entender las teorías científicas sin ejercitar la imaginación poética. El poeta se pregunta cómo puede entenderse la física atómica, la mecánica cuántica, en un ámbito en cual no puede proyectarse el cuerpo humano: «No existe ninguna razón para pensar que nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestra causalidad, conserven un sentido cualquiera allá donde nuestro cuerpo es imposible

Quieres sólo bulbucir lo imposible de balbucir:

los versos que circulan en muy pocos cielos, muy pocos versos,

el espanto que sintió el antropoide al dejar de reptar

y ver de frente la noche estrellada.(LCA)

El lector está en todo su derecho de considerar estos retazos lingüísticos puramente retóricos, además de perfectamente inútiles, y seguir afianzado a la interpretación prevaleciente que considera el conocimiento científico completamente deslindado del oscuro pensamiento alquimista y de las densas nieblas de la poética y el chamanismo. En cuyo caso el mundo seguirá oculto y él continuará convencido de que en el principio fue el big bang y no la fábula.

No sólo hay que pedir peras al olmo, sino estrellas y medallas, cúpulas y lámparas, peces y columnas, guantes y puñales, máscaras y hojas de afeitar.(L.C.A.)

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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