Desde muy joven fui consciente que pensaba en términos de símbolos y relaciones espaciales más que en forma de imágenes. Tal vez pensar en esa forma me facilitaba el aprendizaje de las matemáticas. Fue en la preparatoria, cuando me juntaba con un amigo para hacer las tareas de física y matemáticas, que nos dimos cuenta que él era mejor que yo para resolver los problemas de física y a mí me resultaba más fácil resolver los problemas matemáticos. Concluimos, sin profundizar mucho en el asunto, que al abordar un problema de física el lo imaginaba físicamente y en su mente podía digamos que “simular” el problema, en tanto que yo intentaba representarlo en una forma más abstracta y me resultaba difícil imaginarlo físicamente. Con las matemáticas nos sucedía lo contrario: como que yo, al representar el problema en forma abstracta –en forma de relaciones simbólicas o espaciales- podía encontrar más rápidamente la solución, en tanto que él –al no poder representarlo físicamente- tardaba más tiempo en entenderlo.

En un artículo reciente, la investigadora Temple Grandin, adscrita a la Universidad Estatal de Colorado, sostiene que es necesario fomentar éstas y otras formas particulares en que las personas representan y piensan los problemas con el propósito de lograr que los procesos de investigación se enriquezcan y aporten mayor creatividad en las soluciones. (T. Grandin: Encouraging different thought processes, even those typically classified as “abnormal,” can be a great boon to the research enterprise. The Scientist, Junio 2013:

www.blu169.mail.live.com/mail/#n=1663019711&fid=1&mid=58ad90be-cf91-11e2-9e69-00215ad6a70a&fv=1)

 Dice Grandin que habitualmente se considera que pensar con imágenes no es normal y que se cree que aquellos estudiantes que así lo hacen deben de ser  “corregidos”. A Grandin le preocupa que el sistema educativo desaliente a este tipo de alumnos para  dedicarse a carreras científicas; ella dice que, por el contrario, se debe fomentar la diversidad en los modos de pensar para aprovechar el talento de estudiantes y así contribuir significativamente a la investigación y al desarrollo tecnológico al aportar cada uno su forma única de representar los fenómenos.

 Se ha investigado que los diversos modos de pensar se asocian a la actividad de distintas áreas del cerebro, habiéndose descubierto que la imaginación visual activa la corteza cerebral visual, y la imaginación espacial y abstracta activa la corteza parietal superior.

Quienes piensan con imágenes son muy buenos para recordar detalles, en tanto quienes lo hacen de la otra manera resultan buenos para imaginar, por ejemplo, cuerpos rotando en el espacio.

 Maria Kozhevnikov, de la Universidad de Harvard, ha realizado extensos estudios al respecto para documentar estas dos formas de pensar y ha encontrado evidencia que los científicos tienen un mejor desempeño resolviendo problemas sobre rotación de objetos, en tanto los artistas se desempeñan mejor en problemas donde el detalle es importante. Aunque –señala Grandin- tanto en el arte como en la ciencia, cada una de las dos formas de pensar tiene su mérito particular, dando lugar sencillamente a distintas perspectivas creativas, diversidad que debe ser cultivada.

Además de mi experiencia como estudiante, después me he encontrado con esta situación en la práctica docente. Me doy cuenta que, con frecuencia, un estudiante no entiende un concepto porque no le es representado en forma adecuada. Confieso que me cuesta trabajo distinguir entre los diversos modos de pensar que tienen mis estudiantes y resulta difícil –aunque no imposible- adaptar, aunque sea levemente, las clases para intentar que todos puedan tener un aprendizaje aceptable.

Tal vez la solución pedagógica para fomentar las diversas formas de representar y resolver problemas en las disciplinas científicas sea el trabajo colectivo. Como lo comento, en mis días de estudiante cuando mis compañeros y yo vagamente nos dábamos cuenta de estas diferencias, nos juntábamos para resolver colectivamente las tareas de física y matemáticas.

Y no es que se dividiera el trabajo y que alguien resolviera los problemas de física y algún otro los de matemáticas. Cada problema lo leíamos y discutíamos entre todos y entre todos íbamos aportando elementos para su solución, y cada quien redactaba su propia respuesta. En el proceso nos ayudábamos unos a otros y cada uno iba descubriendo, por sí mismo, aquellos aspectos en los que necesitaba estudiar un poco más.

Además de que obteníamos buenas calificaciones, las discusiones eran divertidas y pasábamos un buen rato. Lejos estábamos de ser lo que ahora se llaman “nerds”, éramos jóvenes comunes y después de hacer la tarea nos dedicábamos a las ocupaciones y distracciones propias de nuestra edad.

Ahora bien, esta forma de estudiar en equipo no nos era impuesta ni sugerida por ningún maestro, ni formaba parte de ningún modelo pedagógico, surgió espontáneamente de nuestra amistad y el interés por los cursos que recibíamos.

¿Será muy difícil propiciar la diversidad de pensamiento?

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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