Como si fueran monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto,
como que se les renovaba y se iluminaba su corazón. Como que cierto es que
eso anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso,
tienen hambre furiosa de eso. Como unos puercos hambrientos ansían el oro.
Texto náhuatl preservado en el Códice Florentino,
Ignoro en que momento de la historia, y bajo que signos culturales, fue que los hombres se embelesaron por el metal amarillo –con su consecuente valor- y estuvieron dispuestos a matarse entre sí por su posesión. Carlos Marx aportó elementos de análisis en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, cuando se refiere al dinero como la representación más abstracta del valor, de la cual el oro constituía –constituye- su forma más concreta: “El carácter universal de su cualidad (del dinero) es la omnipotencia de su ser; se trata por tanto de un ser todopoderoso… pues es el alcahuete entre la necesidad y el objeto, entre la vida y los medios de vida del hombre. Y lo que sirve de mediador de mi vida, me sirve también de mediador de la existencia de los otros hombres. Es para mí el otro hombre.” Estas líneas sintetizan, admirablemente, el estado de enajenación al que los hombres son empujados bajo el modo de producción capitalista.
La enajenación producida por el oro, o el dinero en general, sólo es propia del modo de producción mercantil. En la cultura náhuatl el oro era apreciado pero no al grado, ni en el modo, en que lo era por los invasores españoles. A los indígenas les parecía grotesca la avidez de los españoles por el precioso metal: Como si fueran monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se iluminaba su corazón…
En términos más apropiados a nuestro contexto inmediato puede afirmarse que el oro es muy codiciado por su alto valor de cambio, derivado de sus múltiples usos y, en particular, porque el oro es dinero en el sentido de que continúa siendo la reserva de valor última de cualquier sistema económico.
Bajo el supuesto de que en años recientes los cambios en la demanda de oro se han incrementado, entonces enfrentamos una situación clásica: la demanda es mayor a la oferta, lo cual incide en un aumento creciente en el precio del oro. Es precisamente esta situación la que aprovechan al máximo posible los grandes consorcios mineros.
En un negocio sin par, las empresas mineras extranjeras y nacionales que operan en México extrajeron 79 mil 388 kilogramos de oro puro en 2011, la mayor producción anual de este metal en por lo menos 31 años, según informó el INEGI. Paradójicamente, el país se convirtió ese año en el principal comprador de oro en el mundo, al adquirir 98 mil kilogramos de ese metal por un monto de 5 mil 300 millones de dólares, de acuerdo con cifras del FMI.
Alrededor de 26 por ciento del territorio nacional (52 millones de hectáreas) ha sido concesionado por el gobierno federal a consorcios mineros privados, que pagan entre 5 y 111 pesos por hectárea concesionada. De acuerdo con la Cámara Minera de México, la empresa canadiense Goldcorp (la que opera la mina Caballo Blanco en Veracruz) es la mayor productora de oro en el país, la cual no sólo se beneficia del metal nacional, sino del sostenido aumento del precio internacional (alrededor de 700 por ciento en los últimos diez años) hasta llegar a un nivel histórico, al que ahora compra el gobierno federal, el mismo que concesiona las zonas mineras. Para dar una idea de qué se trata, la industria minera en México ha dejado atrás la industria turística en lo que a captación de divisas se refiere (en 2010, 15 mil 500 millones de dólares y 11 mil 900 millones, respectivamente). Casi 26 por ciento de la extracción minera en México es oro (alrededor de 4 mil millones de dólares sólo en 2010), y toda ella queda en manos de particulares concesionados, a quienes el gobierno federal les compra el oro mexicano con dinero de los mexicanos.
No contentos con vender el oro al mejor postor, ahora nuestros gobernantes ofrecen también el petróleo, el agua y otros recursos vitales, a costa de la irreversible devastación, daño ambiental y riesgo para la vida humana. Resulta inexplicable la complacencia de los gobiernos federal y estatales ante esta depredación y saqueo, a menos que supongamos una complicidad pactada.
La avidez de estos puercos hambrientos continúa hasta nuestros días, y vienen por más.
Como que cierto es que eso anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre furiosa de eso…
¡Y vienen con todo!
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.