Manuel Martínez Morales
El Pioneer 10, la primera nave espacial en salir del sistema solar, llevaba consigo una placa de seis por ocho pulgadas de aluminio anodizado en oro grabada con un mensaje—información sobre el origen de la nave y la vida humana—por si era interceptada por alguna forma avanzada de vida extraterrestre. La placa incluye el dibujo de la silueta de un hombre y una mujer desnudos.
Si alguna vez me buscas no lo hagas en el antiguo edificio de la Escuela Superior de Música, ubicado en la calle de Cuba en el centro histórico de la Ciudad de México. En aquel lugar donde fui yo quien alguna vez fui a buscarte y encontrarte por primera vez, y donde un poco después, en un sueño compartido, nos buscamos sin encontrarnos entre la multitud de estudiantes que la recorrían.
Ahora tendrás que buscarme en los senderos de la melancolía del otoño que ya llega mi vida. También intenta encontrarme en los laberintos matemáticos de la lógica y la teoría de la computabilidad, lugares que aún frecuento, donde todavía encuentro ecos de pasadas primaveras. ¿Te causa risa?
Pero no me busques jamás en la placa que lleva el Pioneer 10, sonda espacial que, ilusamente, ha sido lanzada al espacio como una botella –encerrando algún mensaje- es lanzada al mar.
Un hombre y una mujer flotan, sin tocarse, en el espacio./ Espacio es una palabra que usamos para vacío,/ es decir, un lugar donde no estamos nosotros./ Grabados en su placa metálica, flotan, el hombre y la mujer.
Me pregunto cuál será el lugar donde no estemos nosotros. ¿Existe tal lugar, o acaso es un no lugar?
Ahora lo que me preocupa es que el problema seguramente es indecidible. Una vez que se encuentra que un problema es indecidible, o sea no soluble por algoritmo alguno, ya no tiene caso seguir buscando. Es por eso que te digo que no me busques donde no me encontrarás pues esa búsqueda es indecidible. Nunca sabrás –mediante el empleo de algoritmos- donde me encuentro. Pues es vano, como alguna vez afirmó Poincaré, tratar de sustituir con cualquier procedimiento mecánico la libre iniciativa e imaginación del matemático. Pues para obtener resultados provistos de un valor real, y no cuchufletas, no basta con realizar cálculos sobre cálculos, o disponer de una máquina capaz de poner en orden las cosas, pues no es sólo el orden sino el orden inesperado lo que cuenta. La máquina puede hacer mella en el hecho bruto, pero siempre dejará escapar el alma del hecho. Para alcanzarla es preciso escuchar lo que el corazón dicta.
Yo mismo no me encuentro pues, sin quererlo, el canto de Nina Simone me lleva a tiempos indefinidos e indeterminados, cuando veinticuatro filósofos se reunieron en un congreso y lograron resolver todos los problemas que se plantearon, menos uno: ¿qué es Dios? Y se separaron para pensar en ello, y cuando se reencontraron compararon sus respuestas, que un anónimo del siglo XII recogió en el Libro de los veinticuatro filósofos atribuido, entre otros, a Hermes Trismegisto, mencionado en la literatura ocultista como el sabio egipcio, paralelo al dios Tot, que creó la alquimia y desarrolló un sistema de creencias metafísicas que hoy es conocido como hermetismo.
Grabados en su placa metálica, flotan, el hombre y la mujer,/ sus manos separadas, hacia cualquier clase de nada/ que los absorba, cualquier clase de criatura que algún día/ pueda extender un apéndice, membrana, hueco/ o algún otro receptor misterioso que pudiera tener/ para recibirlos, o no, en un intento de aprender, o no,/ qué es una mujer, qué es un hombre,/ la forma de sus pantorrillas, cómo se acomodan sus dedos/ en un gesto de bienvenida o de reposo./ El hombre y la mujer, flotando en el espacio,/ no se tocan, para que la criatura inimaginable/ no los confunda con un solo organismo/ amorfo, semisimétrico,/unido en el eje que entendemos como manos.
Por eso alguno de aquellos veinticuatro filósofos concluyó que Dios es una esfera infinita, cuyo centro está por doquier y su superficie en ninguna parte. A un problema indecidible pueden proponerse soluciones hipotéticas de cualquier índole, como la citada.
¿Sabes ahora por qué es inútil buscarme? Porque el problema es indecidible, y además no puedes buscar lo que nunca has perdido y que estando siempre a tu lado, no me percibes pues me he fundido contigo. Hay que enviar el mensaje en el Pioneer 11.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.
(Los versos intercalados en el texto y el epígrafe se tomaron de Poema de amor para Carl Sagan, de Robin Myers)
Y para complementarFeeling Good, con Nina Simone