Dice el investigador Hipólito Rodríguez Herrero –en su libro Ambiente, historia y ciudad, (Conaculta-Ivec (2013)- que la preservación del patrimonio ecológico es responsabilidad de todos, pero fundamentalmente de quienes viven de modo inmediato de él, o cerca de él. Por tanto, añade, no es difícil entender el hecho de que sean los campesinos o los indígenas quienes de un modo espontáneo defienden a la naturaleza: ellos saben mejor que nadie el valor de sus riquezas.
Pero cuando la depredación de la naturaleza obedece a los intereses de la clase dominante, ésta intenta por todos los medios continuar con la explotación de aquella aún cuando pueblos enteros sean arrasados. Así pues –señala Ronald Nigh, otro estudioso del tema- el etnocidio prepara o acompaña al ecocidio. El centralismo y el autoritarismo suelen ser compañeros del progreso ecocida: sólo quien menosprecia los valores regionales, la autonomía local, la consulta con el pueblo, puede apoyar proyectos de desarrollo económico cuyo éxito depende de la explotación y agotamiento rápido de las riquezas naturales.
Y el caso de Veracruz es en este terreno lamentablemente ejemplar, sostiene Rodríguez Herrero: “De Laguna del Ostión a Laguna Verde, de Cerro de Oro a Uxpanapa, de Coatzacoalcos a Poza Rica, en fin, por todas partes encontramos siempre el mismo triste y deplorable paisaje: una naturaleza rota y una sociedad atomizada, pulverizada en múltiples voluntades ajenas unas a otras, víctimas de un programa cuyo valor principal es el dinero.”
Precisamente, el libro citado compila un conjunto de ensayos dedicados a reflexionar sobre los cambios experimentados por la naturaleza y la sociedad veracruzanas en las décadas recientes. Pocas regiones de México han enfrentado tantas transformaciones ambientales como Veracruz: el petróleo, la industria nuclear, la ganadería, el desarrollo urbano, las agroindustrias, la minería, el cambio climático, entre otros factores, plantean desafíos a la organización social que es preciso atender y que esta obra repasa con una mirada analítica bien fundamentada.
En una perspectiva que atiende tanto a la historia de los conflictos ambientales como a la naturaleza del desarrollo económico que se ha implantado en Veracruz, la obra de Rodríguez Herrero corrobora la creciente importancia de la ecología política como campo de conocimiento y espacio de la crítica social. Destinados a dar cuenta de las luchas que las organizaciones ecologistas han entablado para defender el patrimonio natural y los espacios vitales de múltiples regiones de Veracruz, los ensayos incluidos en este libro contribuyen a documentar la historia del ambientalismo a la vez que muestran la necesidad de construir nuevas políticas ambientales en México.
En uno de los textos contenidos en su libro, Rodríguez Herrero aborda la problemática asociada al desastre ambiental causado por la operación de la mina Caballo Blanco, ubicada en las cercanías de la planta nucleoeléctrica Laguna Verde. Lo que está en juego no es poca cosa: tolerar que una empresa internacional continúe con sus negocios multimillonarios, a pesar del rechazo de la ciudadanía y del propio gobierno estatal, y a pesar de los enormes, irreversibles y peligrosos impactos ambientales de su actividad. Pues la zona en que se instala la mina constituye un corredor fundamental para flujos que son clave en la dinámica de los ecosistemas humanos y naturales. La defensa de este territorio constituye un desafío fundamental para los veracruzanos, sostiene Rodríguez, pues no es posible que volvamos a ceder nuestro patrimonio natural y nuestra seguridad territorial a cambio de un espejismo (400 empleos y algunos impuestos…) que tendrá una muy corta duración (quince años cuando mucho).
Particularmente, son varios los textos que se ocupan de la ecología urbana, pues cada día se hace más evidente que los problemas que viven nuestras ciudades no son únicamente de carácter económico, político y social, sino que la dimensión ambiental tiende a convertirse en uno de los planos sobre los cuales es preciso poner más atención, apunta Rodríguez. De hecho –continúa-, la ecología urbana nos abre la perspectiva para captar los problemas que sufre la ciudad de un modo más globalizador, pues a diferencia del análisis económico, que examina sólo los problemas de la producción y la comercialización, aquélla atiende también los problemas que corresponden a la esfera del consumo y, en general, a la capacidad de recuperación del medio que sirve de soporte a la actividad económica.
Al estar en juego la preservación de los ecosistemas que sostienen nuestra existencia, es preciso hacer una crítica de las opciones de modernidad que deterioran el ambiente y ponen en peligro la salud, la seguridad y el bienestar de la sociedad. Ambiente, historia y ciudad nos invita a reflexionar sobre el papel que juega la tecnología en nuestro desarrollo económico y a explorar nuevas alternativas que impacten positivamente en la naturaleza y la sociedad.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.