Estaba prohibido comer del Árbol del Saber

para impedir la conciencia de alguna nueva forma de conocimiento.

John D. Barrow: Imposibilidad.

Al abordar un taxi, hace unos días, por alguna razón Mané comenzó a charlar con el conductor acerca de la temporada de estiaje que se anuncia. El taxista entonces le expuso su explicación acerca del por qué de la disminución de lluvias en la región en que se ubica la ciudad de Xalapa. Mencionó como una de las causas determinantes del fenómeno la deforestación del Cofre de Perote, provocada principalmente por la tala inmoderada; comentando de pasada que el efecto principal no se debía a los llamados “burreros”, campesinos de la región que cortan algún árbol trabajando la madera en tablones, que luego con burros arrastran hasta  la ciudad para su venta. La tala en gran escala, según afirmó el taxista, la realizan grandes talamontes quienes derriban árboles a granel y los transportan, no en burros, sino en camiones de gran tonelaje.

            Enseguida, el conductor expuso a Mané la idea de un proyecto de cómo podría lograrse la reforestación del cofre haciendo patente su conocimiento sobre temas forestales: cómo hay que plantar y cuidar los árboles, en que tipo de terreno, cuanto tiempo requiere un árbol  para lograr afianzarse, añadiendo detalles de cómo –según él- podría organizarse a los habitantes del Cofre para que fueran ellos mismos quienes llevaran a cabo la reforestación del lugar.

            Siguieron conversando sobre el tema y coincidieron en su gusto por los árboles y la vegetación en general. El taxista le mencionó que en el terreno en que se ubica su casa ha plantado una gran variedad de árboles y que le ha causado pena el haber tenido que “sacrificar” dos de ellos que afectaban la casa de un vecino.

            Continuaron la charla con una aportación de datos estadísticos sobre la deforestación en el Cofre y la degradación del bosque de niebla proporcionada por Mané, información que fue inmediatamente asimilada por el taxista.

Coincidieron en la importancia que tienen los árboles y demás vegetales  para el sustento de la vida humana, no sólo en cuanto a que proveen alimento, oxígeno y madera, sino también porque proveen sombra, contribuyen a crear un entorno amable y tienen un valor estético incomparable.

            Como Mané había constatado en otras ocasiones, la mayoría de las personas disponen de conocimientos objetivos de su realidad inmediata como consecuencia de su interacción práctica con el medio que habitan, y si bien estos conocimientos no alcanzan a plasmarse en un lenguaje “científico”, contienen elementos que constituyen una base firme para la asimilación de conceptos científicos.

En el caso mencionado, Mané percibió que el taxista que lo transportaba podría hacer suyos con poca dificultad conceptos científicos relacionados con la botánica y en particular con la ciencia forestal. En otras palabras, acercar el conocimiento científico a públicos amplios, aún con escolaridad limitada, es una tarea factible y necesaria. Pues una población que se apropia del conocimiento científico, es una población con un elevado potencial para alcanzar mejores niveles de vida, en todos los aspectos.

Entonces, piensa Mané, es necesario socializar el conocimiento científico con pertinencia y compromiso social, mediante la gestión, creación, vinculación y promoción de iniciativas de comunicación pública de la ciencia que incidan favorablemente en comunidades específicas.

Lo cual requiere de un trabajo profesional bien enfocado en el terreno de la comunicación de la ciencia, puesto que ésta es un proceso que busca la puesta en común de conocimientos entre científicos y quienes no lo son, estos últimos concebidos como públicos o audiencias y segmentados a partir de las características que comparten entre sí, principalmente su nivel de conocimientos sobre un tema y los elementos contextuales que los determinan: edad, escolaridad, ubicación geográfica, alfabetización tecnológica, acceso a canales de comunicación, intereses, etcétera.

            Aunque tradicionalmente se ha entendido como la traducción de contenidos de un lenguaje especializado a otro coloquial y el envío de mensajes “traducidos” a través de diversos canales, la comunicación de la ciencia, y específicamente la comunicación pública de la ciencia -a diferencia de la comunicación científica entre pares- se enfoca en el análisis de las audiencias para el diseño de estrategias efectivas acordes al contexto de recepción.

            Desde esta perspectiva, además de promover y posicionar el trabajo científico de las instituciones donde se realiza investigación científica, es posible diseñar formas de socialización del conocimiento mucho más pertinentes, no solo para crear puentes entre ciencia y sociedad, sino para considerar las necesidades ciudadanas en las que el conocimiento científico, técnico y humanístico resulta relevante.

            Además, la comunicación de la ciencia busca generar respuestas específicas en comunidades específicas: desde el conocimiento, la generación de opiniones o el cambio de actitudes, hasta la adopción de hábitos y prácticas o el uso del conocimiento derivado de la investigación para la toma de decisiones. Así, se consideran las necesidades y problemáticas de los públicos y al mismo tiempo, las de la comunidad científica.

            Para ello es preciso realizar el análisis de los dos grupos que se ponen en relación, de sus capacidades, condiciones y contexto sociocultural. Una vez caracterizados se definen los contenidos, objetivos, rutas, estrategias, tiempos, costos, medios, canales, formatos y procesos de la estrategia en función de la respuesta que se busca generar, luego se procede a la realización, ejecución o implementación de la misma y a la evaluación de resultados que alimenta y reorienta el proceso.

            Los productos, medios, canales y soportes utilizados en la comunicación de la ciencia varían dependiendo de los mensajes y la estrategia comunicativa: desde textos periodísticos hasta producciones audiovisuales y transmedia, talleres e intervenciones comunitarias de largo plazo, exposiciones, páginas electrónicas, cápsulas informativas, entrevistas, carteles, e-books, podcast, novelas gráficas y otros, o una combinación de ellos. Así, lo central en la comunicación de la ciencia es el diseño de la estrategia, de la que derivan los medios y formatos para llevarla a cabo.

            Esta reflexión se refuerza en la mente de Mané cuando recuerda las innumerables veces que ha sostenido conversaciones sobre temas científicos con su peluquero, con los meseros del café que frecuenta, con sus vecinos o con el joven que despacha gasolina. Conversaciones que casi siempre surgen de preguntas que le hacen a Mané sus interlocutores, pues saben de la adicción de Mané por la ciencia y lo interrogan acerca de temas como inteligencia artificial y robótica, cuestiones ambientales o de física.

Día con día, Mané comprueba el interés y avidez de todo mundo por el conocimiento científico. Hace un par de semanas se llevó a cabo por universitarios que él conoce, un festival de la ciencia en primavera en la plaza pública de una ciudad veracruzana. El éxito fue rotundo pues la asistencia, no sólo de niños y jóvenes sino de personas de todas las edades, fue masiva, y notorio fue el interés que todos ellos mostraban por los temas expuestos y por los talleres desarrollados en varios “stands”, incluyendo una exposición fotográfica con información científica sobre la primavera.

Lo que más conmovió y motivó a Mané para seguir en sus rollos, fue la presencia de un hombre indigente, habitante de las calles, quien recorrió con gran interés toda la feria y se detuvo con especial atención en la exposición fotográfica, leyendo con cuidado todo lo que ahí se exponía acompañando las imágenes. Llegó y se retiró silenciosamente, después de haber recorrido todos los stands.

Esa sola imagen basta para desmentir a quien afirme que el conocimiento científico sólo está al alcance de quien  tiene un determinado nivel de escolaridad.

Mané sale de su incoherente divagación cuando el taxi pasa por un costado del cementerio Palo Verde. Al tiempo que a lo lejos se escucha una alegre cumbia, Mané contempla las floridas jacarandas que crecen dentro del cementerio y  dan sombra a quienes ahí reposan, en el lugar donde no existe más la diferencia entre saber y no saber, ni importa.

Pero aquí y ahora, en tanto emprendemos el inevitable viaje, la ciencia está al alcance de todos, es para todos. Y, asegura Mané, la vida es más amable con ciencia.

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