Hipatia de Alejandría interpretada por Rachel Weiz, en la película Agora

Hipatia de Alejandría interpretada por Rachel Weiz, en la película Agora


Rosa Mª Claramunt Vallespí

El Día Internacional de la Mujer es un momento para reflexionar sobre los avances conseguidos, exigir cambios y celebrar los actos de valor y decisión de mujeres que han desempeñado una función excepcional en la historia de sus comunidades o países.

Es a comienzos del siglo XX cuando, a raíz de las actividades de los movimientos obreros en América del Norte y Europa, surge el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que adquiere dimensión mundial al celebrarse por vez primera el 19 de marzo de 1911, fecha que tres años después y como Día Internacional de la Mujer fue trasladada al 8 de marzo.

Las Naciones Unidas (ONU) comenzaron a celebrarlo en 1975 y, dos años más tarde, la Asamblea General de la ONU proclamó el 8 de marzo como Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional, lo que llevó a varios países a oficializar este día en sus calendarios.

El creciente movimiento internacional de las mujeres, reforzado por las cuatro conferencias mundiales de las Naciones Unidas sobre éstas, ha ayudado a que la conmemoración sea un punto de encuentro para fomentar el apoyo a los derechos y la participación de las mujeres en los campos económico, político, educativo y científico.

En la actualidad, la igualdad legal de género existe. Sin embargo, cuando nos acercamos a lo que ocurre realmente a nuestro alrededor, es patente que seguimos estando lejos de haberla conseguido. En la ciencia, un reflejo de la sociedad, se dan las mismas situaciones de desigualdad que en otros ámbitos.

El modelo de Hipatia

La matemática y astrónoma Hipatia de Alejandría (s. IV-V d.c) es considerada hoy modelo de la mujer científica y libre, icono de la libertad de pensamiento y de la autonomía personal de la mujer. En España, y muy probablemente gracias a la película de Alejandro Amenábar “Ágora” (2009), donde nos aproxima a la figura de Hipatia –a la que describe como “Una filósofa pagana, joven y hermosa, que en el año 415 fue despedazada por monjes en Alejandría”–, pocas personas desconocen su nombre, su vida y sus conocimientos científicos.

Hija de Teón, matemático y astrónomo, que supervisó su educación, viajó a Grecia e Italia regresando a su país para enseñar filosofía, matemáticas, astronomía y mecánica. Sus contribuciones más relevantes fueron los comentarios sobre la “Aritmética” de Diofanto y la “Geometría de las cónicas” de Apolonio.

Colaboró con su padre en la revisión de los “Elementos de geometría” de Euclides y el “Tratado matemático” de Tolomeo, y se conoce que diseñó varios instrumentos científicos que incluyen el astrolabio plano y el aparato para destilación de agua.

Pues bien, en este momento 1.600 años después, las científicas siguen siendo casi unas desconocidas y sus aportaciones apenas reciben reconocimiento. Las mujeres solo alcanzan el 5% del total de Premios Nobel y ninguna mujer matemática ha sido galardonada con la Medalla Fields o el Premio Abel, lo que sin lugar a dudas, no se debe a que no existan logros o descubrimientos relevantes que hayan sido realizados por mujeres.

Persiste la discriminación

Otro ejemplo de las dificultades actuales de las mujeres científicas y tecnólogas es el paradigma John/Jennifer, un estudio realizado en la Universidad de Yale en 2012, donde la investigadora Corinne A. Moss-Racusin y su equipo crearon un curriculum vitae ficticio que fue utilizado para encontrar un puesto de trabajo de jefe de laboratorio en varias universidades de Estados Unidos.

Se pidió al profesorado de facultades de ciencias, ingeniería, tecnología y matemáticas –un grupo representativo en cuanto a género, edad y nivel académico–, la evaluación de la competencia de el/la estudiante, si le contratarían, cuánto le pagarían y si querrían tutorizarle.

Todas las solicitudes eran iguales, a excepción de que la mitad se referían a un hombre, ‘John’, y la otra mitad a una mujer, ‘Jennifer’. Los resultados, estadísticamente significativos, mostraron que tanto el profesorado masculino como el femenino de las diferentes universidades discriminaron favorablemente a estudiantes ‘John’ respecto a estudiantes ‘Jennifer’.

¿Qué podemos y debemos hacer para evitar el sesgo sutil y persistente, que impregna al conjunto de la sociedad del siglo XXI, acerca de la inferioridad de la mujer para el desempeño de la ciencia a igual nivel que los hombres? Hay que demostrar que el género no importa, que lo que cuenta son los resultados. 

Carrera versus familia

¿Por qué las mujeres siguen avanzando tan lentamente en su carrera académica o promoción profesional? ¿Cómo destruir el denominado techo de cristal, esa superficie superior invisible y difícil de traspasar que nos impide seguir avanzando?

Una de las causas principales es la necesidad de compatibilizar el trabajo con las responsabilidades familiares. La edad de máxima productividad científica coincide con la edad fértil y el papel de cuidadora familiar no da tregua; primero se atiende a la descendencia y después a sus mayores.

Para las mujeres científicas contar con un compañero, o entorno familiar, que las apoye y ayude es determinante para su progreso en la profesión. Pero la situación suele ser la contraria: las mujeres adaptan sus carreras a las de ellos, siendo socialmente consideradas sus ayudantes.

Hay que cambiar universidades e instituciones y sus políticas de funcionamiento, con acciones como una mejora de los procesos de selección y empleo que tengan en cuenta la igualdad de género y respeten las obligaciones familiares.

Los sistemas de contratación y promoción tienen un fuerte sesgo de género. Así, a nivel español y europeo, a pesar de que más de la mitad del alumnado universitario son mujeres, apenas constituyen un tercio del personal dedicado a I+D+i, y en el sistema universitario español las mujeres representan el 35% del profesorado titular pero solo existe un 16% de mujeres catedráticas.

Cambiar mentalidades una a una es un proceso demasiado lento; cambiemos pues las instituciones y su funcionamiento y las mentes las seguirán. La ciencia necesita a las  mujeres.

* Rosa Mª Claramunt Vallespí es catedrática de Química Orgánica de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y coautora del libro “Mujeres en Ciencia y Tecnología”, (Editorial UNED, 2012).

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