-Escúchenme bien, compañeros beodos, de ahora en adelante ya no me llamen “profe”; desde ahora y de la puerta pa’ dentro soy el doktor Plinio Malacates Ps.D. (Para servir a Dios… y a ustedes).

-Cálmese profe, quiero decir doktor, porque eso de ser doctor en alguna ciencia no es algo que pueda improvisarse de la noche a la mañana, y ayer que estuvimos en la botana usted todavía era profe, así que explíquenos el origen de ese súbito cambio de categoría inteleitual.

            Sidonio Vital, quien calladamente escuchaba la conversación, intervino para tratar de aclarar la situación.

-Mira Chon, lo que pasa es que tú no estás al tanto de los avances de la pedagogía y por lo mismo ignoras que ya proliferan las universidades que, apoyadas en estos avances y con el aval de algún jefe de manzana, ofrecen licenciaturas, maestrías y doctorados al mayoreo. Es más, si haces un recorrido por la ciudad verás que ya hay más universidades que cantinas; casi una en cada esquina.

-¡No manches, Sidonio! Entonces debemos organizarnos y formar un movimiento en defensa de los derechos de los bebedores consuetudinarios, ya que puede sucedernos que creyendo entrar al Bar Mickey nos encontremos en una aula con todo y pizarrón electrónico. Y si andamos crudos hasta un ataque puede darnos.

-Se me hace que me están vacilando, intervino Tepochas, pues en mis tiempos la manera más expedita de conseguir un título era pasearse por la Plaza de Santo Domingo, en la ciudad de México, y te sobraban ofertas y bien baras. Yo me conseguí un título de médico especialista en señoras y hasta lo colgué en la sala de mi casa, con la ilusión de abrir ahí mi consultorio. Pero mi vieja me lo confiscó y amenazó con dejarme si acaso intentaba yo incursionar en tan noble profesión.

-A las pruebas me remito, respondió Sidonio, iren aquí traigo el volante que me acaban de dar ahorita que venía en taxi a encontrarme con ustedes. Ya ven que en los semáforos hay chavos lanzando volantes hacia adentro de los autos donde se anuncian desde taquerías hasta llanteras, no faltando por supuesto la promoción de modernas universidades que ofrecen –a cambio de una corta feria- expedir títulos hasta de doitor, como el de Malacates.

-Pongo a Mané como testigo. Arrímate Mané y lee a la concurrencia lo que dice este volante que me dieron a dos calles de aquí.

            Mané toma en sus manos el pequeño tríptico y lee: “Universidad Autónoma de Chalchiuites, Campus Xalapa/ ¡Inscripciones Abiertas!”. Despliega el tríptico y en su interior se lee: “OFERTA EDUCATIVA: Licenciaturas en Arquitectura, Criminología, Derecho, Diseño Gráfico, Gastronomía, Nutrición, Psicología. Bachillerato y Posgrados; Maestrías en: Juicios orales en materia penal, Amparo, Derecho Fiscal, Finanzas, Valuación Inmobiliaria; Doctorados en: Administración y Educación… Todas en modalidad escolarizada (lunes a viernes) y EJECUTIVA (sábados)”. Y más adelante: “Contamos con Alta calidad educativa, amplio estacionamiento, aulas climatizadas, seguridad las 24 horas, cafetería, grupos reducidos, biblioteca, auditorio, laboratorios…”

Enseguida se anuncia que cuenta ¡con 28 campus alrededor de la República Mexicana! Desde Aguascalientes hasta Zacatecas, incluyendo Cuernavaca, Morelia, Nogales, Xalapa y Veracruz. Se asegura en el volante que “ocupamos el lugar 39 de las 100 mejores universidades del país.”

-¿Cuáles serán?- se pregunta Mané.

-Además,  por si les interesa aquí aparecen la dirección y el teléfono de la sucursal Xalapa.

-¡Pa’su mecha!-exclama el Chon, ¿y ahí fue donde Malacates obtuvo su flamante doctorado?

-A mi se me hace que fue en la BUSMP, o sea la Bendita Universidad San Martín de Porres, la que está justo atrás del Teatro Principal, pues le hizo el milagro a Malacates: hacerlo doitor de la noche a la mañana, ¿no?

-Por favor, mis estimados, no hay que chotear la mercancía, mejor no les digo el nombre de la ilustre institución que me otorgó el máximo grado académico al que se puede aspirar, pues conociéndolos son capaces de hacerme víctima de bullying.

-Sin ánimo de joder, doctor M., pero no es creíble que usted haya obtenido un doctorado, ni siquiera en modalidad ejecutiva, asistiendo sólo los sábados, pues de lunes a domingo siempre está usted aquí a la hora de la botana y ni modo que mienta diciéndonos que de la cantina se va al campus universitario, pues seguido vemos que de aquí se va usted a casa de Juana. Y debe saber mejor que yo, que las universidades más reconocidas otorgan dicho grado después de un arduo período de entrenamiento teórico y práctico, que exige dedicación de tiempo completo, que no puede comprimirse en sesiones sabatinas. En las universidades mejor establecidas del mundo un doctorado puede llevar de cuatro a ocho años de quemarse las neuronas y lo demás que sea necesario, pues el doctorante es como el aprendiz que tiene que estar pegado al maistro para aprender todos los secretos del oficio y dedicar muchas horas nalga para conseguir tal fin. Así que si de posgrados al vapor se trata, mejor vamos a Santo Domingo. Ahí  hasta imprimen el título al gusto de uno, que si en papel pergamino, que si con letra gótica, el cliente manda y hasta se puede regatear el precio.

Ya entrado en el quinto trago, Mané se anima y se dirige así a sus contertulios:

Lo que sucede en nuestro país es que, debido al crecimiento poblacional y al valor atribuido a los títulos universitarios como promotores de movilidad social, por una parte; y, por otro lado, debido también a la asfixia financiera impuesta por los gobiernos neoliberales a las universidades y otras instituciones públicas de educación superior –que no les permite ampliar significativamente la matrícula- se ha abierto un amplio mercado en este ámbito. Y, como todos saben, si hay gran demanda de un bien –educación superior- y la oferta se reduce –no crece la matrícula en las instituciones públicas de educación superior- el bien se encarece. Y entonces resulta que la educación superior se vuelve un buen negocio, y se da lugar a una especie de “ambulantaje” educativo: una universidad pirata en cada esquina.

            Pero eso no es lo pior, agrega Mané mientras se echa la del estribo, sino que no es nada fácil garantizar las condiciones para ofrecer educación superior de calidad, pues se requiere no tan sólo de una gran inversión económica –para asegurar una infraestructura material adecuada- sino también de una sólida planta académica que no es fácil conseguir puesto que, como sabemos quienes hemos laborado en universidades públicas por mucho   tiempo, se requieren programas para reclutar y/o formar docentes e investigadores altamente calificados que garanticen la calidad de la formación de los educandos. Y este es un proceso que requiere tiempo y dinero. Así que es difícil tragarse la píldora de que estas universidades, como la anunciada en el volante (que obra en mi poder), puedan cumplir con lo que ofrecen, aunque bien puede ser que se trate de una simple estafa, de la cual serían corresponsables las autoridades educativas (¿?) encargadas de certificar y acreditar a estas sedicentes universidades.

            Tal vez la consecuencia más grave es que, como estas universidades “patito” –o universidades “milagro”- proliferan en el país, el valor intrínseco de la educación superior (formar profesionistas que sirvan a la sociedad, generar conocimientos y difundir conocimiento y cultura) se devalúa y se genera la falsa idea de que tener educación de nivel superior es equivalente a ostentar un título, como hace el doktor Malacates. De tal manera que la expectativa generada en un buen número de jóvenes por esta situación, es que con poco esfuerzo  se puede obtener un grado universitario (licenciatura, maestría, doctorado) y que, en todo caso, como observan la abundancia creciente de licenciados, masters y doctores, no le encuentran sentido a pasar por un largo proceso de formación que es arduo y requiere de empeño y compromiso para alcanzar una buena formación académica, pues las universidades “patito” les ofrecen títulos a bajo costo (en tiempo y esfuerzo, aunque tal vez no en dinero).

            Al concluir Mané su inspirado discurso, el doktor Malacates, con el pretexto de que iba al baño, ya se había retirado discretamente del lugar.

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