Los huracanes son fenómenos naturales que representan una amenaza recurrente, siempre han estado presentes en la vida del planeta, y en México a muchos de ellos se les recuerda por los efectos negativos que han dejado a las poblaciones que se encuentran en situación de riesgo. Y debido a la importancia de contar con estrategias que ayuden a mitigar los desastres, está en preparación un catálogo sobre la historia de los huracanes en nuestro país, un nuevo proyecto de Virginia García Acosta, directora general del Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).
Este nuevo documento utilizará como pilares dos proyectos: uno financiado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), titulado “Huracanes en la Historia de México. Memoria y Catálogo“, y el segundo apoyado con recursos del Inter-American Institute for Global Change Research (IAI), que concluirá en octubre de este año.
Los desastres naturales per se no existen, es decir no son eventos de la naturaleza; los desastres son una combinación de la ocurrencia de amenazas naturales frente a una sociedad vulnerable, que por condiciones económicas y sociales se pone en situación de riesgo.
Esta hipótesis confirmada, que aún falta permear en la mayor parte de la sociedad, se logró gracias al interés de García Acosta y de un grupo de colaboradores que empezaron a preocuparse de estos temas al darse cuenta que a pesar de que había amenazas recurrentes, no siempre los daños eran los mismos.
De acuerdo con la historiadora integrante de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), desde los años ochenta del siglo pasado empezó a surgir una corriente de científicos sociales y también de investigadores de las ciencias exactas y naturales, particularmente en América Latina, preocupados por identificar las causas de la ocurrencia de estos desastres mal llamados “naturales”.
En el último decenio del siglo XX, que fue nominado Década Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales, de las Naciones Unidas, “conformamos La Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina (LA RED), donde con la participación de varios estudiosos latinoamericanos se concluyó que había componentes que iban más allá de los naturales en la ocurrencia de desastres y que cada vez eran más graves y dejaban daños más grandes”.
Desde su fundación, La RED hizo investigación, publicó libros, varios números de la revista Desastres y Sociedad, con la intención de llenar esa laguna que existía sobre el tema en América Latina con el objetivo de saber qué es lo que pasa cuando ocurren desastres en sociedades vulnerables como las que habitan en la región latinoamericana.
La historia y antropología de los desastres, línea de investigación en la que se ha especializado García Acosta, comenzó a tomar auge en el país de manera sistemática a partir de los pasados años noventa: “Fue un trabajo arduo identificar qué es lo que había en la historia de México. Lo que encontramos fueron ciertos catálogos, cronologías de temblores -no muy bien fundamentadas- e información que se había integrado en el siglo XIX, cuando el interés era acumular datos pero no con el cuidado con el que se hace en épocas actuales”.
Todos esos catálogos y cronologías -incluyendo el Archivo General de Indias-, códices, anales, documentos prehispánicos, coloniales tempranos y hasta el siglo XX, “nos permitieron documentar lo que ahora se conoce de la historia sísmica desde la época previa a la llegada de los españoles a México y esa información puede servir a investigadores de diferentes especialidades”.
Catálogos en México
El primer catálogo que conformó Virginia García Acosta fue el de temblores, con el título “Los sismos en la historia de México: El análisis social”, luego integró “Desastres agrícolas en México: catálogo histórico”, y después enfocó sus intereses de investigación a los huracanes.
La importancia de que un país como México, vulnerable a los efectos del cambio climático por su geografía, cuente con estos catálogos históricos de amenazas como temblores -y próximamente sobre huracanes-, tiene que ver con que se han identificado estrategias locales que se han desarrollado en una familia extensa o en una comunidad.
“Y si se corrobora que han sido útiles y perfectibles, se podrían transformar en política pública para beneficiar a la población, pues no se trata de que las soluciones vengan de un escritorio, como ocurre la mayoría de las veces, sin preguntarle a quienes han estado viviendo estas tragedias”, dijo.
Adelantó que el nuevo catálogo sobre huracanes tendrá carácter nacional con estrategias regionales y será producto de los dos proyectos arriba mencionados. El que financió Conacyt no pudo ser un catálogo nacional debido a que los recursos otorgados fueron insuficientes, por lo que solo cubrió una parte de la historia referente al Pacífico mexicano. Y para cubrir la parte que faltaba, el CIESAS integró otro proyecto con el Centro de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Nacional Autónoma de México, -financiado por el IAI-, “y con la información de ambos ya logramos cubrir el total de la República, desde la época prehispánica hasta los años 2012/2013”.
En este último proyecto participan investigadores de las áreas exactas y sociales, entre ellos Graciela Lucia Binimelis de Raga, también integrante de la AMC y titular de la investigación; Luis Farfán Molina, Christian Appendini y Raymundo Padilla Lozoya.
“Los investigadores en ciencias exactas están más interesados en la amenaza como tal, en conocer la trayectoria, velocidad y recurrencia del fenómeno natural; mientras que nosotros, los dedicados a las ciencias sociales, estamos enfocados en lo efectos, impactos, soluciones y respuestas, esta combinación ha resultado muy rica”, explicó García Acosta.
Destacó que el reto al que se enfrentan investigaciones de esta naturaleza es llegar a tener impacto y verse reflejadas en políticas públicas. Y para hacer extensiva la información, ha propuesto que a los libros de texto estatales se incluya un capítulo, al menos uno que trate las amenazas por entidades federativas o región para que la población sepa qué hacer, y aprovechar que los niños son grandes transmisores del conocimiento.