La interpretación de los sueños

La interpretación de los sueños


El 5 de mayo de 1856 nace Sigismund Schlomo Freud, mejor conocido por Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, a quien también llaman el arqueólogo de la mente. En 1899 se publicó la que es considerada su obra más importante e influyente: La Interpretación de los Sueños.

Estas son algunas páginas de su libro:

CAPÍTULO VII

 

PSICOLOGÍA DE LOS PROCESOS ONÍRICOS

 

ENTRE los sueños que me han sido comunicados por otras personas se encuentra uno que reclama ahora especialmente nuestra atención. Su verdadera fuente me es desconocida, pues me fue relatado por una paciente, que lo oyó, a su vez, en una conferencia sobre el sueño y a la que hizo tal impresión que se apresuró a soñarlo por su cuenta; esto es, a repetir en sus propios sueños algunos de sus elementos para expresar con esta transferencia una coincidencia en un punto determinado.

Los antecedentes de este sueño prototípico son como sigue: un individuo había pasado varios días, sin un instante de reposo, a la cabecera del lecho de su hijo, gravemente enfermo. Muerto el niño, se acostó el padre en la habitación contigua a aquella en la que se hallaba el cadáver y dejó abierta la puerta, por la que penetraba el resplandor de los cirios. Un anciano, amigo suyo, quedó velando el cadáver. Después de algunas horas de reposo soñó que su hijo se acercaba a la cama en que se hallaba, le tocaba en el brazo y le murmuraba al oído, en tono de amargo reproche: «Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?» A estas palabras despierta sobresaltado, observa un gran resplandor que ilumina la habitación vecina, corre a ella, encuentra dormido al anciano que velaba el cadáver de su hijo y ve que uno de los cirios ha caído sobre el ataúd y ha prendido fuego a una manga de la mortaja.

La explicación de este sueño conmovedor es harto sencilla y fue acertadamente desarrollada, según me comunica mi paciente, por el conferenciante. El resplandor entró por la puerta abierta en la estancia donde se hallaba reposando el sujeto, y al herir sus ojos, provocó la misma conclusión que hubiera provocado en estado de vigilia; esto es, la de que la llama de un cirio había producido un fuego en un lugar cercano al cadáver. Es también muy posible que, antes de acostarse, pensara el padre en la posibilidad de tal suceso, desconfiando de que el anciano encargado de velar al cadáver pudiera pasar la noche sin pegar los ojos.

Tampoco nosotros encontramos nada que objetar a esta solución y nos limitaremos a agregar que el contenido del sueño tiene que hallarse superdeterminado y que las palabras del niño habrán de proceder de otras pronunciadas por él en la vida real y enlazadas a circunstancias que hubieron de impresionar al padre. La queja «estoy ardiendo» pudo muy bien ser pronunciada por el niño durante su enfermedad bajo los efectos de la fiebre, y las palabras «¿no lo ves?» habrán de corresponder a otra ocasión cualquiera ignorada por nosotros, pero seguramente saturada de afecto.

Una vez que hemos reconocido este sueño como un proceso pleno de sentido y susceptible de ser incluido en la coherencia de la actividad psíquica del sujeto, podemos dar libre curso a nuestro asombro de que en tales circunstancias, en las que lo natural parecería que el sujeto despertase en el acto, haya podido producirse un sueño. Esta circunstancia nos lleva a observar que también en este sueño se da una realización dedeseos. El niño se conduce afectivamente en él como si aún viviera y advierte por sí propio a su padre de lo sucedido, llegando hasta su lecho y tocándole en el brazo, como lo hizo probablemente en aquel recuerdo del que el sueño toma la primera parte de sus palabras. Así, pues, si el padre prolonga por un momento su reposo es en obsequio de esta realización de deseos. El sueño quedó antepuesto aquí a la reflexión del pensamiento despierto porque le era dado mostrar al niño nuevamente en vida. Si el padre hubiera despertado primero y deducido después la conclusión que le hizo acudir al lado del cadáver, hubiera abreviado la vida de su hijo en los breves momentos que el sueño se le presentaba.

Sobre la peculiaridad que en este sueño atrae nuestro interés no puede caber la menor duda. Hasta ahora nos hemos ocupado predominantemente de averiguar en qué consiste el sentido oculto de los sueños, por qué camino nos es dado descubrirlo y cuáles son los medios de que se ha servido la elaboración onírica para ocultarlos. Los problemas de la interpretación de los sueños ocupaban hasta aquí el centro de nuestro campo visual; pero en este punto tropezamos con el sueño antes mencionado, que no plantea a la interpretación labor ninguna y cuyo sentido aparece dado sin el menor disfraz; pero que, sin embargo, conserva los caracteres esenciales que tan singularmente distinguen al fenómeno onírico de nuestro pensamiento despierto. Una vez que hemos agotado todo lo referente a la labor de interpretación, nos es dado observar cuán incompleta continúa siendo nuestra psicología del sueño.

Pero antes de dirigir nuestro pensamiento por estos nuevos derroteros queremos hacer un alto y volver los ojos atrás con objeto de comprobar si en nuestro camino hasta aquí no hemos dejado inadvertido algo importante, pues no nos ocultaremos que hemos recorrido ya la parte cómoda y andadera del mismo. Hasta ahora todos los senderos por los que hubimos de avanzar nos han conducido, si no me equivoco mucho, a lugares despejados, al esclarecimiento y a la comprensión total; pero desde el momento en que queremos penetrar más profundamente en los procesos anímicos que se desarrollan en el sueño, todas nuestras rutas desembocarán en las tinieblas. Ha de sernos imposible esclarecer totalmente el sueño como proceso psíquico, pues esclarecer una cosa significa referirla a otra conocida, y por el momento no existe conocimiento psicológico ninguno al que podamos subordinar aquellos datos que como base de una aclaración pudiéramos deducir del examen psicológico del fenómeno onírico. Por el contrario, nos veremos obligados a establecer una serie de nuevas hipótesis relativas a la estructura del aparato anímico y al funcionamiento de las fuerzas que en él actúan, hipótesis que no podemos desarrollar mucho más allá de su primera conclusión lógica, so pena de ver perderse su valor en lo interminable. Aun cuando no cometamos falta alguna en nuestros procesos deductivos y tengamos en cuenta todas las posibilidades lógicamente resultantes, la probable imperfección de la concatenación de los elementos amenazará echar por tierra todos nuestros cálculos. La más minuciosa investigación del sueño o de otra cualquier función aislada no es suficiente para proporcionarnos deducción alguna sobre la construcción y el funcionamiento del instrumento anímico, pues para lograr tal resultado habremos de acumular todo lo que un estudio comparativo de una serie de funciones psíquicas nos demuestre como constantemente necesario. Así, pues, las hipótesis psicológicas que hemos extraído del análisis de los procesos oníricos habrán de esperar hasta que puedan ser agregados a los resultados de otras investigaciones encaminadas a llegar al corazón del mismo problema partiendo de otros distintos puntos de ataque.

A) El olvido de los sueños.

Dirigiremos en primer lugar nuestra atención a un tema del que se deriva una objeción a la que hasta ahora no hemos atendido y que pudiera parecer susceptible de echar por tierra los resultados de los esfuerzos que hemos dedicado a la interpretación de los sueños. Desde diversos sectores se nos ha objetado que, en realidad, desconocemos en absoluto el sueño que queremos interpretar o, mejor dicho, que no poseemos garantía ninguna de la exactitud de nuestro conocimiento del sueño [véase el índice temático]. Aquello que del sueño recordamos, y a lo que aplicamos nuestra técnica interpretadora, aparece, en primer lugar, fragmentado por la infidelidad de nuestra memoria, particularmente incapaz para la conservación del sueño, y ha perdido, quizá, la parte más importante de su contenido. En efecto, cuando comenzamos a conceder atención a nuestros sueños nos quejamos, muchas veces, de no lograr recordar de todo un extenso sueño más que un pequeñísimo fragmento, y aun éste, sin gran confianza en la exactitud de nuestro recuerdo. En segundo lugar, todo nos hace suponer que nuestro recuerdo del sueño no es solamente fragmentario, sino también infiel. Lo mismo que dudamos de que lo soñado haya sido realmente tan incoherente y borroso como en nuestra memoria aparece, podemos poner en duda que el sueño fuera tan coherente como lo relatamos, pues al intentar reproducirlo hemos podido llenar con nuevos materiales, arbitrariamente elegidos, las lagunas dadas o producidas por el olvido, adornando y perfeccionando el sueño hasta hacer imposible determinar cuál fue su verdadero contenido. Así, hemos encontrado en varios autores (Spitta, Foucauld, Tannery) la hipótesis de que todo lo que en el sueño significa orden y coherencia ha sido introducido en él a posteriori, al intentar recordarlo y reproducirlo en un relato. Vemos, pues, que corremos el peligro de que nos sea arrebatado de la mano el objeto mismo cuyo valor nos hemos propuesto determinar en estas investigaciones.

Hasta ahora hemos venido haciendo caso omiso de esta advertencia en nuestras interpretaciones y hemos dedicado a los elementos más insignificantes e inseguros del contenido manifiesto la misma atención que a los más precisos y más seguramente recordados. En el sueño de la inyección de Irma encontramos la frase siguiente: «Me apresuro a llamar al doctor M.» y supusimos que este pequeño detalle no hubiera llegado al sueño si no hubiera sido susceptible de una derivación especial. En efecto, el examen de este elemento nos llevó a la historia deaquella desdichada paciente, a cuyo lado hice acudir con toda premura a uno de mis colegas, más renombrado y antiguo que yo en la profesión. En el sueño, aparentemente absurdo, que trata como quantité negligéable la diferencia entre 51 y 56, aparecía mencionado varias veces el número 51. En lugar de encontrar natural e indiferente esta repetición, dedujimos de ella la existencia de una segunda serie de pensamientos en el contenido latente, serie que había de llevar el número 51, y persiguiendo sus huellas, llegamos a los temores que me inspiraba la edad de cincuenta y un años, considerada por mí como un momento peligroso para la vida del hombre, idea que se hallaba en absoluta contradicción con la serie dominante que entrañaba un orgulloso desprecio del tiempo. En el sueño non vixit hallé una interpolación insignificante, que al principio dejé desatendida: «Viendo que P. no le comprende, me pregunta Fl.», etc. Pero luego, cuando la interpretación quedó detenida, volví sobre estas palabras y encontré en ellas el punto de partida del camino que llevaba a una fantasía infantil dada en las ideas latentes como foco intermedio. En este camino me orientaron, además, los conocidos versos: «Pocas veces me habéis comprendido, – pocas veces os he comprendido yo, – sólo cuando nos encontramos en el fango – pudimos comprendernos en seguida.» (*) Cualquier análisis podría proporcionarnos ejemplos de cómo precisamente los rasgos más insignificantes del sueño resultan imprescindibles para la interpretación y del retraso que sufre el análisis cuando los desatendemos al principio. Análoga atención minuciosa hemos dedicado en la interpretación a los matices de la expresión oral en la que el sueño nos era relatado, e incluso cuando esta expresión resultaba insuficiente o desatinada, como si el sujeto no hubiese conseguido construir la versión exacta de su sueño, la hemos aceptado tal y como nos era ofrecida, respetando todos sus defectos. Hemos considerado, pues, como un texto sagrado e intangible algo que, en opinión de los autores, no es más que una rápida y arbitraria improvisación. Este contraste demanda un esclarecimiento.

Pero este esclarecimiento resulta favorable a nuestras opiniones, aunque sin quitar la razón a los investigadores citados. Desde el punto de vista de nuestros nuevos conocimientos sobre el nacimiento del sueño no existe aquí, en efecto, contradicción ninguna. Es cierto que deformamos el sueño al intentar reproducirlo, pues llevamos a cabo un proceso análogo al que describimos como una elaboración secundaria del sueño por la instancia del pensamiento normal. Pero esta deformación no es, a su vez, sino parte de la elaboración por la que pasan regularmente las ideas latentes a consecuencia de la censura. Los investigadores han sospechado u observado aquí la actuación manifiesta de la deformación onírica; pero a nosotros no puede impresionarnos este fenómeno, pues conocemos otra más amplia deformación, menos fácilmente visible, que ha actuado ya sobre el sueño en sus ideas latentes. La equivocación de los autores reside únicamente en que consideran arbitraria y, por tanto, no susceptible de solución ninguna, y muy apropiada para inspirarnos un erróneo conocimiento del sueño, la modificación que el mismo experimenta al ser recordado y traducido en palabras. Esta opinión supone un desconocimiento de la amplitud que la determinación alcanza en lo psíquico. No hay en tales modificaciones arbitrariedad ninguna. En general, puede demostrarse que cuando una serie de ideas ha dejado indeterminado un elemento, hay siempre otra que toma a su cargo tal determinación. Así, cuando nos proponemos decir al azar un número cualquiera, el que surge en nuestro pensamiento y parece constituir una ocurrencia totalmente libre y espontánea se demuestra siempre determinado en nosotros por ideas que pueden hallarse muy lejos de nuestro propósito momentáneo. Pues bien, las modificaciones que el sueño experimenta al ser recordado y traducido en la vigilia no son más arbitrarias que tales números; esto es, no lo son en absoluto. Se hallan asociativamente enlazadas con el contenido, al que sustituyen, y sirven para mostrarnos el camino que conduce a este contenido, el cual puede ser, a su vez, sustitución de otro.

Al analizar los sueños de mis pacientes suelo someter esta afirmación a una prueba que jamás me ha fallado. Cuando el relato de un sueño me parece difícilmente comprensible, ruego al sujeto que lo repita, y he podido observar que sólo rarísimas veces lo hace con las mismas palabras. Pero los pasajes en los que modifica la expresión revelan ser, por este mismo hecho, los puntos débiles de la deformación de los sueños, o sea aquellos que menos resistencia habrán de oponer a la penetración analítica. El sujeto advierte por mi ruego que pienso esforzarme especialmente en la solución de aquel sueño, y bajo la presión de la resistencia trata de proteger los puntos débiles de la deformación onírica, sustituyendo una expresión delatora por otra más lejana; pero de este modo me llama la atención sobre la expresión suprimida, y por el esfuerzo que se opone a la solución del sueño me es también posible deducir el cuidado con el que el mismo ha tejido su trama.

Más descaminados andan los autores cuando adscriben tanta importancia a la duda que nuestro juicio opone al relato del sueño. Esta duda echa de menos la existencia de una garantía intelectual, aunque sabe muy bien que nuestra memoria no conoce, en general, garantía ninguna, no obstante lo cual nos sometemos, con frecuencia mucho mayor de la objetivamente justificada, a la necesidad de dar fe a sus datos a duda de la exacta reproducción del sueño o de datos aislados del mismo es nuevamente una derivación de la censura de la resistencia que se opone al acceso de las ideas latentes a la consciencia, resistencia que no queda siempre agotada con los desplazamientos y sustituciones por ella provocados y recae entonces, en forma de duda, sobre aquello cuyo paso ha permitido. Esta duda nos oculta fácilmente su verdadero origen, pues sigue la prudente conducta de no atacar nunca a elementos intensos del sueño y sí, únicamente, a los más débiles y borrosos. Pero sabemos ya que entre las ideas latentes y el sueño ha tenido efecto una total transmutación de todos los valores psíquicos, transmutación necesaria para la deformación, cuyos efectos se manifiestan predominantemente y a veces exclusivamente en ella. Cuando un elemento del sueño, ya borroso de por sí, se muestra, además, atacado por la duda, podemos ver en ello una indicación de que constituye un derivado directo deuna de las ideas latentes proscritas. Sucede aquí lo que después de una gran revolución sucedía en las repúblicas de la antigüedad o del Renacimiento. Las familias nobles y poderosas, que antes ocupaban el Poder, quedaban desterradas, y todos los puestos eran ocupados por advenedizos, no tolerándose que permaneciera en la ciudad ningún partidario de los caídos, salvo aquellos que por su falta de poder no suponían peligro ninguno para los vencedores, y aun estos pocos quedaban despojados de gran parte de sus derechos y eran vigilados con desconfianza. En nuestro caso, esta desconfianza queda sustituida por la duda. De este modo, al iniciar todo análisis, ruego al sujeto que prescinda en absoluto de todo juicio sobre la precisión de su recuerdo y considere con una absoluta convicción la más pequeña posibilidad de que un elemento determinado haya intervenido en su sueño. Mientras que en la persecución de un elemento onírico no nos decidamos a renunciar a toda consideración de este género, permanece el análisis estacionario. El desprecio de un elemento cualquiera trae consigo, en el analizado, el efecto psíquico de impedir la emergencia de todas las representaciones indeseadas que detrás del mismo se esconden. Este efecto no tiene, en realidad, nada de lógico, pues no sería desatinado que alguien dijese: «No sé con seguridad si este elemento se hallaba contenido en el sueño; pero con respecto a él se me ocurre, de todos modos, lo siguiente…» Mas el sujeto no dice nunca tal cosa, y precisamente este efecto perturbador del análisis es lo que delata a la duda como una derivación y un instrumento de la resistencia psíquica. El psicoanálisis es justificadamente desconfiado. Una de sus reglas dice: Todo aquello que interrumpe el progreso de la labor analítica es una resistencia.

También resulta imposible fundamentar el olvido de los sueños mientras no lo referimos al poder de la censura psíquica. La sensación de que hemos soñado mucho durante una noche y sólo muy poco recordamos puede tener en una serie de casos un sentido diferente, quizá el de que una amplia elaboración onírica no ha dejado en toda la noche tras sí más que aquel solo sueño. Pero, salvo en estos casos, no podemos dudar de que el sueño se nos va olvidando paulatinamente a partir del momento en que despertamos. Lo olvidamos incluso en ocasiones en que realizamos los mayores esfuerzos para que no se nos escape. Pero, a mi juicio, así como suele exagerarse la amplitud de este olvido, se exagera también la de las lagunas que en el sueño creemos encontrar. Todo aquello que el olvido ha suprimido del contenido manifiesto puede ser reconstruido, con frecuencia, en el análisis. En toda una serie de casos nos es dado descubrir, partiendo del único fragmento recordado, no el sueño mismo, que tampoco es lo importante, sino las ideas latentes en su totalidad. Esta labor reclama, ciertamente, gran atención y gran dominio de sí mismo en el análisis, y esta misma circunstancia nos muestra que en el olvido del sueño no ha dejado de intervenir una intención hostil.

El estudio, durante el análisis, de un grado preliminar del olvido nos proporciona una prueba convincente de la naturaleza tendenciosa del olvido del sueño, puesto al servicio de la resistencia.

Sucede muchas veces que en medio de la labor deinterpretación emerge un fragmento del sueño, que hasta el momento se consideraba como olvidado. Este fenómeno onírico arrancado del olvido resulta ser siempre el más importante y más próximo a la solución del sueño, razón por la cual se hallaba más expuestos que ningún otro a la resistencia. Entre los ejemplos de sueños reproducidos en la presente obra hallamos uno de estos casos, en el que hube de completar a posteriori un fragmento del contenido manifiesto del sueño realizado. Me refiero al sueño en el que tomo venganza de mis poco agradables compañeros de viaje, sueño que, por su grosero contenido, he dejado casi sin interpretar.

El fragmento suprimido era el siguiente: Refiriéndome a un libro de Schiller, digo: It is from…; pero dándome cuenta de mi error, rectifico al punto: It is by… El joven advierte entonces a su hermano: «Lo ha dicho bien.»

El hecho de rectificarnos a nosotros mismos en el sueño, que tanta admiración ha despertado en algunos autores, no merece analizarse extensamente. Preferiremos, pues, mostrar el recuerdo que sirvió de modelo a este error de expresión cometido en el sueño. A los diecinueve años hice mi primer viaje a Inglaterra, y me hallaba un día a la orilla del Irish Sea, dedicado a la pesca de los animales marinos que la marea iba dejando al bajar sobre la playa, cuando en el momento en que recogía una estrella de mar (Hollthurn y holoturias son de los primeros elementos manifiestos de mi sueño) se me acercó una niña y me preguntó: Is it a starfish? Is it alive?… Yo respondí: Yes; he is alive; pero dándome cuenta de mi error, rectifiqué en seguida. Esta falta gramatical quedó sustituida en el sueño por otra en la que los alemanes solemos incurrir fácilmente. La frase «El libro de Schiller» debe traducirse empleando la palabra from, como al principio lo hago. Después de todo lo que hemos averiguado sobre las intenciones de la elaboración onírica y sobre su falta de escrúpulos en la elección de medios, no puede ya asombrarnos comprobar que si la elaboración ha llevado a cabo esta sustitución ha sido porque la similicadencia de la palabra from con el adjetivo alemán fromm (piadoso) hace posible una enorme condensación. Pero ¿qué significa este inocente recuerdo de mi estancia en una playa en conexión con el sueño? Pronto lo descubrimos; el sueño se sirve de él para demostrar con un ejemplo de carácter completamente inofensivo que coloco el artículo -o sea lo sexual- en un lugar indebido (Geschlechtswort, artículo, significa literalmente «palabra de género o de sexo»; das Geschlechtiche = lo sexual). Es ésta una de las claves de dicho sueño. Aquellos que conozcan la derivación del título del libro `Matter and Motion y Molière en Le Malade imaginaire’: La matière est elle laudable ? (a motion of the bowels) podrán completar fácilmente la interpretación.

Por medio de una demostración ad oculos nos es posible probar asimismo que el olvido del sueño es, en su mayor parte, un efecto de la resistencia. Un paciente nos dice que ha soñado, pero que ha olvidado por completo su sueño. Por tanto, me hago cuenta de que no hubo tal sueño y continúo mi labor analítica. Pero de repente tropiezo con una resistencia, y para vencerla desarrollo ante el paciente determinada explicación y le ayudo areconciliarse con una idea displaciente. Apenas he conseguido esta reconciliación exclama el sujeto: «Ahora recuerdo ya lo que he soñado.» La resistencia que había estorbado el desarrollo de su pensamiento despierto era la misma que había provocado el olvido del sueño, y una vez vencida en la vigilia, surgió libremente el recuerdo.

En esta misma forma puede recordar el paciente, al llegar a determinado punto del tratamiento, un sueño que tuvo días antes y que hasta entonces reposaba en el olvido.

La experiencia psicoanalítica nos ha proporcionado otra prueba de que el olvido del sueño depende mucho más de la resistencia que de la diferencia entre el estado de vigilia y el de reposo, como los autores suponen. Me sucede con frecuencia -y también a otros analistas y a algunos pacientes sometidos a este tratamiento- que, habiendo sido despertado por un sueño, comienzo a interpretarlo inmediatamente, en plena posesión de mi actividad mental. En tales casos no he descansado hasta lograr la total comprensión del sueño, y sin embargo, me ha sucedido que luego, al despertar había olvidado tan completamente la labor de interpretación como el contenido manifiesto del sueño, siendo mucho más frecuente la desaparición del sueño en el olvido, arrastrando consigo la interpretación, que la conservación del sueño en la memoria por la actividad intelectual desarrollada. Pero entre la labor de interpretación y el pensamiento despierto no existe aquel abismo psíquico con el que los autores quieren explicar exclusivamente el olvido de los sueños. Cuando Morton Prince intenta refutar mi explicación del olvido de los sueños alegando que no se trata sino de un caso especial de la amnesia de los estados anímicos disociativos y afirma que la imposibilidad de aplicar mi explicación de esta amnesia especial a los demás tipos de amnesia le hace también inadecuada para llevar a cabo su más próximo propósito, recuerda con ello al lector que en todas sus descripciones de estos estados disociativos no aparece ni una sola tentativa de hallar la explicación dinámica de tales fenómenos. De no ser así, hubiera tenido que descubrir que la represión (y correlativamente la resistencia por ella creada) es la causa tanto de estas disociaciones como de la amnesia del contenido psíquico de las mismas.

Un experimento realizado por mí mientras me hallaba consagrado a la redacción de la presente obra me demostró que los sueños no son objeto de un olvido mayor ni menor del que recae sobre los demás actos psíquicos y que su adherencia a la memoria equivale exactamente a la de las funciones anímicas restantes. En mis anotaciones conservaba gran número de sueños propios que no había sometido a análisis o cuya interpretación quedó interrumpida por cualquier circunstancia. Entre estos últimos recogí algunos, soñados más de dos años antes, e intenté su interpretación con objeto de procurarme material para ilustrar mis afirmaciones. Los resultados de este experimento fueron todos positivos, sin excepción alguna, e incluso me siento inclinado a afirmar que esta interpretación, realizada al cabo de tanto tiempo, tropezó con menos dificultades que la emprendida recién soñados los sueños correspondientes, circunstancia explicable porla desaparición, en el intervalo, de algunas de las resistencias que entonces perturbaron la labor analítica. Comparando las interpretaciones recientes con las realizadas al cabo de dos años, pude comprobar que estas últimas revelaban mayor número de ideas latentes, pero que entre ellas retornaban sin excepción ni modificación alguna todas las halladas en la primera interpretación. Este descubrimiento no llegó a asombrarme demasiado, pues recordé que desde mucho tiempo atrás seguía con mis pacientes el procedimiento de interpretar aquellos sueños que recordaban haber soñado en años anteriores, del mismo modo, que si fueran sueños recientes, empleando en la labor analítica el mismo procedimiento y obteniendo idénticos resultados. Cuando por vez primera llevé a cabo esta tentativa, me proponía al emprenderla comprobar mi sospecha de que el sueño se comportaba aquí en la misma forma que los síntomas neuróticos, hipótesis que demostró ser perfectamente exacta. En efecto, cuando someto al tratamiento psicoanalítico a un psiconeurótico (un histérico, por ejemplo), me es necesario esclarecer tanto los primeros síntomas de su enfermedad, desaparecidos mucho tiempo antes, como los que de momento le atormentan y le han movido a acudir a mi consulta, y siempre tropiezo con menos dificultades en la solución de los primeros que en la de los segundos. Ya en mis Estudios sobre la histeria, publicado en 1895 pude comunicar la solución de un primer ataque histérico de angustia padecido por una mujer de cuarenta años (Cecilia M.) cuando sólo había cumplido quince. Aquellos sueños que fueron soñados por el sujeto en sus primeros años infantiles y que con gran frecuencia se conservan con toda precisión en la memoria durante decenios enteros presentan casi siempre gran importancia para la comprensión de la evolución y de la neurosis del sujeto, pues su análisis protege al médico contra errores e inseguridades que podrían confundirle. (Adición 1919.)

Incluiré aquí, aunque no se halle muy estrechamente ligada a la materia, una observación relativa a la interpretación de los sueños que orientará, quizá, al lector, deseoso de comprobar mis afirmaciones analizando los suyos.

No creo que espere nadie poder interpretar fácilmente y sin el menor esfuerzo sus sueños. Ya para la percepción de fenómenos endópticos y de otras sensaciones sustraídas generalmente a la atención es preciso cierta práctica, aunque no existe ningún motivo psíquico que se rebele contra este grupo de percepciones. Con mucho mayor motivo ha de sernos más difícil apoderarnos de las «representaciones involuntarias». Aquel que a ello aspire deberá seguir fielmente las reglas analíticas que ya en diversas ocasiones hemos indicado y reprimir durante su labor toda crítica, todo prejuicio y toda parcialidad afectiva o intelectual. Su lema deberá ser el que Claude Bernard escogió para el investigador en el laboratorio fisiológico: Travailler comme une bête; esto es, con igual resistencia e igual despreocupación de los resultados que pueden obtenerse. Aquellos que sigan estas normas verán grandemente facilitada su labor.

La interpretación de un sueño no se consigue siempre al primer intento. Muchas veces sentimos agotarse nuestra capacidad de rendimiento después de seguir una concatenación de ocurrencias, y el sueño no nos dice ya nada. En tales casosdebemos interrumpir nuestra labor y dejarla para el día siguiente. Al volver sobre ella atraerá nuestra atención otro fragmento del contenido manifiesto y hallaremos acceso a una nueva capa de ideas latentes: Este procedimiento puede ser calificado de interpretación onírica «fraccionada».

Lo más difícil es convencer al principiante de que no debe considerar terminada una completa interpretación del sueño que se le muestre coherente, llena de sentido y explique todos los elementos del contenido manifiesto. En efecto, además de esta interpretación, puede haber aún otra distinta que se le ha escapado. No es, realmente, fácil hacerse una idea de la riqueza de los procesos mentales inconscientes que en nuestro pensamiento existen y demandan una expresión, ni tampoco de la habilidad que la elaboración despliega para matar siete moscas de una vez, como el sastre del cuento, hallando formas expresivas de múltiples sentidos. Nuestros lectores tenderán siempre a reprocharnos un excesivo derroche de ingenio; pero aquel que, analizando sus sueños, adquiera cierto conocimiento de la materia tendrá que reconocer lo injusto y equivocado de tal observación.

En cambio, no puedo agregarme a la afirmación expresada por H. Silberer de que todos los sueños -o sólo ciertos grupos de sueños- reclaman dos diversas interpretaciones, que se hallan, además, íntimamente relacionadas entre sí. La primera de estas interpretaciones, a la que califica de interpretación psicoanalítica, daría al sueño un sentido cualquiera, generalmente de un carácter sexual infantil; la segunda, más importante y designada por él con el nombre de interpretación analógica, mostraría aquellas ideas más fundamentales, y con frecuencia muy profundas, que la elaboración onírica ha tomado como materia. Silberer no ha demostrado esta afirmación con la comunicación de una serie de sueños analizados por él en ambos sentidos. A mi juicio, se halla total y absolutamente equivocado. La mayor parte de los sueños no reclaman segunda interpretación ninguna y, sobre todo, no son susceptibles de una interpretación analógica. En las teorías de Silberer, como en otros estudios de estos últimos años, se transparenta el influjo de una tendencia que quisiera velar las circunstancias fundamentales de la formación de los sueños y desviar nuestra atención de sus raíces instintivas. En algunos casos, en los que parecían confirmarse las afirmaciones de Silberer, me demostró después el análisis que la elaboración onírica había tenido que llevar a cabo la labor de transformar en un sueño una serie de ideas muy abstractas y no susceptibles de representación directa; labor que intentó solucionar apoderándose de un material ideológico distinto, más fácilmente representable, pero cuya relación con el primero era harto lejana, pudiendo ser calificada de alegoría. La interpretación abstracta de un sueño así formado es proporcionada siempre, directamente, por el sujeto. En cambio, la interpretación exacta del material suplantado tiene que ser buscada por los conocidos medios técnicos.

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