La Virgen y el Niño, con Santa Ana, Leonardo da Vinci, 1510, antes y después de la restauración- Museo de Louvre

La Virgen y el Niño, con Santa Ana, Leonardo da Vinci, 1510, antes y después de la restauración- Museo de Louvre


La semiótica es la teoría general de los procesos de producción y aprehensión de la significación. Si hablamos, entonces, de una semiótica de la luz es porque estamos pensando que la luz significa y produce significación y que, por tanto, sería uno de esos procesos que pueden ser objeto de estudio para la semiótica, sostuvo la doctora Luisa Ruiz Moreno, al abordar, desde su línea de investigación en el área de las humanidades, el fenómeno de la luz en el marco de  2015 Año Internacional de la Luz.

La significación de la luz debe tener en cuenta, agregó, que se trata de concebir un fenómeno físico, que pre-existe al sentido, como un fenómeno de la percepción capaz de dar forma a los efectos de la luz y, de ese modo, hacerla portadora de sentido.

Recientemente se ha detenido en un cuadro de Leonardo da Vinci (La Virgen y el Niño, con Satan Ana, 1510, Museo de Louvre) cuya restauración ha devuelto luminosidad a la escena y ha cambiado la ubicación de la fuente de la luz, por lo tanto, la dirección y el blanco de la misma es otro. La significación, desde luego, reciente las transformaciones operadas en el plano de la expresión del texto.

“Podríamos decir que el fenómeno físico de la luz, como todos los fenómenos de la naturaleza, entraña un significado propio que se articula en la categoría universal vida/muerte. Eso es un punto de partida innegable, como también es innegable que toda cultura o micro cultura resemantiza esa categoría cargándola de un contenido propio y construyendo a partir de ella un universo semántico que puede, incluso, invertir o negar el primer significado”.

La investigadora de la Vicerrectoría de Investigación y Estudios de Posgrado de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla explicó que la cultura o las culturas son conjuntos de discursos que se manifiestan en textos, los cuales no sólo son verbales ya que pueden ser visuales, gestuales, táctiles, auditivos, olfativos, espaciales, cinéticos y proxémicos, etcétera. Todos ellos, analizables.

“Los semiotistas podemos indagar esos textos mediante análisis rigurosos para saber cómo hablan de la luz, cómo construyen la significación de la luz y así aproximarnos a las distintas concepciones y sentimientos que ésta suscita y cómo interviene en su relación con otros componentes del texto para integrar un todo de significación”, manifestó la integrante de la Academia Mexicana de Ciencias.

Para acceder a esta inteligibilidad, sostuvo la especialista en semiótica visual y del espacio, es necesario observar y describir una suerte de gramática de la luz atendiendo a las propiedades que le son intrínsecas: el brillo, el tono y la saturación; además, la difusión, la intensidad de la fuente y el cromatismo. Características que provienen del discurso de la ciencia que estudia la luz como objeto empírico y sin preocuparse especialmente por las relaciones que ellas establecen con las propiedades psicológicas del mundo luminoso.

Ruiz Moreno destacó que desde la física se nos ha explicado que la luz es energía, movimiento y vibración. Una semiótica de la luz tomaría estos rasgos que definen la luz teniendo en cuenta las tradiciones filosóficas y científicas desde las cuales provienen y ensayaría una articulación de los mismos teniendo en perspectiva la construcción de un objeto teórico.

Precisó que este objeto teórico emergería sin depender de las verdades de uno u otro discurso, sino estableciéndose como una forma; es decir, como una relación entre dos planos: expresión y contenido, forma productora de significación. Así, se estaría ante una configuración de la luz, la cual, del mismo modo, configura otras instancias de la percepción del mundo y no sólo la visual, que es con la que se asocia la luz.

“La configuración semiótica de la luz no dependería de lo que ve un sujeto en particular ni de las propiedades del mundo físico. Sería más bien como una construcción, cuyas categorías constitutivas deberían permitirnos describir los efectos de sentido que emanan de una interacción entre dos actividades, una perceptiva-enunciativa de un sujeto; es decir, actividad inteligible; y otra, referente a los grados de la intensidad de la energía que él mismo pone en correlación con la primera, actividad sensible.

Es cierto, sostuvo la investigadora adscrita al Programa de Semiótica y Estudios de la Significación, que en la teoría general, la problemática de la luz ha sido poco abordada de manera específica y es la semiótica visual la que más se ha ocupado de ella, creando el dispositivo de las categorías cromáticas y eidéticas (estas últimas sirven en la definición de contornos, volúmenes, etcétera.) para analizar los discursos plásticos.

“En mis propios análisis de objetos visuales y del espacio cuento con la experiencia de haber observado cómo interviene la luz en la estructura del espacio, por ejemplo, en la iglesia de Tonantzintla, de cuyo relato narrado en imagen me he ocupado en describir hace algunos años. Allí la oposición entre la obscuridad y la luz va guiando la lectura del espectador y deictizando los lugares que manifiestan las secuencias narrativas. Y es el estallido de la luz cenital que proviene de la cúpula lo que lleva a cabo la transformación principal que cierra el programa narrativo”.

Otra experiencia de trabajo que compartió la doctora Luisa Ruiz Moreno con la oposición obscuridad/luz fue el estudio que realizó de los dos grandes lienzos de la iglesia de Santa Cruz, Tlaxcala. En este caso, el contraste plástico entra en relación con la categoría vida/muerte del discurso cristiano que de por sí hace una inversión con los contenidos de esos términos, pues la presencia de luz, que es vida en ese mismo discurso, pone en cuestión la muerte, la cual manifiesta uno de los cuadros y, en el otro, la ausencia de la luz contradice la prédica de la vida.

Ruiz Moreno comentó que podría dar otros ejemplos, como el análisis del exceso de luminosidad en un cuadro de Rembrandt que puede ser estudiado desde la semiótica de las pasiones, pero que prefería concluir con el de la serie fotográfica “La mirada del agua”, del fotógrafo ciego y pensador de origen esloveno Evgen Bavcar, que hace ver la luz desde su ausencia, desde la negatividad fundante de su estructura.

(Imagen: Luisa Ruiz Moreno, ponencia “De l’obscurité à la clarté. Qu’est-ce qui a changé?”, Lieja, AFS 2013.)

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