El 8 de octubre de 1906, el peluquero alemán Karl Ludwing Nessler, que se hacía llamar Charles Nessler –que al pronunciarse del alemán al inglés quedó en Charles Nestle–, realizó en su salón londinense ante una audiencia repleta de estilistas la primera demostración de la permanente, una técnica que permite rizar de manera duradera el cabello.
A principios del siglo, los cabellos femeninos se usaban todavía relativamente largos, y se ondulaban para obtener una mejor apariencia.
Hijo de un fabricante de zapatos de Todtnau en Alemania, Nessler realizó varios trabajos como peluquero y barbero en Europa, pero pronto mostró interés por la invención de un ondulador de pelo, y empezó a experimentar en 1896. Pero no fue el primero en tener esta idea. El peluquero francés Marcel Grateau desarrolló ya en 1872 un método para rizar el cabello gracias a unas tenacillas que se calentaban.
Nessler combinó el método de Grateau con otros más antiguos que empleaban tratamientos químicos para desarrollar su propio invento. El proceso se denominó método de espiral caliente que consistía en humedecer el pelo en una solución alcalina –en un primer momento era una mezcla de orina de vaca y agua–, y enroscar los mechones en unas varillas cilíndricas de metal que se calentaban con una máquina eléctrica.
Tras realizar dos primeros experimentos con su mujer Katharina Laible –a la que casi le quema el cuero cabelludo –, Nessler sorprendió a todos los estilistas londinenses. Pero el método no estaba exento de problemas: tardaba hasta seis horas en realizarse, los rulos de latón eran muy pesados y se alcanzaban temperaturas demasiado altas. El peluquero perfeccionó la técnica y en 1909 recibió la patente por inventar la primera máquina de permanente con resistencia eléctrica.