“Aunque se sufra como perro, no hay mejor oficio que el periodismo”, decía el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.

Uno sufre o disfruta los encabezados y el manejo que se hace de las noticias -decía Gabo-; se goza cuando se encuentra una joya, pero se sufre como perro cuando se ve la forma en que se maltrata el idioma[1] y las horas de esfuerzo que van a parar al fondo de un basurero.

Para el escritor colombiano, la “prisa” y el estallido de las nuevas tecnologías han limitado el ejercicio periodístico. La investigación, la reflexión y el dominio certero del arte de escribir han sido opacados por la primicia; “sin saber que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor”[2].

Sin embargo, aunque estos elementos contribuyen a la “flaqueza” en el perfil profesional del periodista, otro punto que merma al “mejor oficio del mundo”, es la incapacidad del sujeto que maneja la información para reconocer que su compromiso con el público es como ciudadano y no como cliente, y que su ética debe regirse por tres principios básicos: el compromiso con la verdad, la responsabilidad social y la independencia, como expone el catedrático de Teorías de la Comunicación de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, Miguel Rodrigo Alsina[3].

La noticia, según este concepto, debe priorizar la difusión de información veraz y de interés público y no la adulación. Aunque esta definición se acerca al ideal del periodismo, la independencia es uno de los puntos más complejos, ya que la información es manejada por empresas con perfiles editoriales y, en la mayoría de los casos, intereses de diversa índole.   

En su libro “La exposición del Periodismo”, el autor Ignacio Ramonet asegura que este oficio surgió por el interés de vender información a los lectores, pero con el paso del tiempo, esa intención se transformó en la de vender consumidores a los anunciantes para obtener mayores regalías[4].

De acuerdo con Ramonet, el descrédito de los periodistas está relacionado también con la concentración monopólica de los medios y el concubinato entre políticos y periodistas. 

Es por eso que Kurt Tucholsky, periodista alemán de ascendencia judía, afirmó que el periodismo es el tejido de mentiras más complejo que jamás se haya inventado. Y lo es porque, al convertirse en negocio, perdió la esencia de su nacimiento.

Decía el periodista hidalguense Miguel Ángel Granados Chapa: “Una de las cosas que detesto del periodismo de hoy es su conversión en negocio. No digo que el periodismo no deba ser negocio, desde luego; me refiero a que es lícito hacer negocio con el periodismo, pero no es lícito convertir al periodismo, simular que se hace periodismo para hacer negocio”, lamentablemente, aseguraba, esta práctica se reproduce como peste.

Por eso hacía referencia García Márquez en las injusticias de este oficio, porque los intereses llevan al maltrato del idioma y también a la censura, clausula con la que, exponía Granados Chapa, hay que aprender a lidiar: “La censura a veces empresarial, a veces gubernamental, a veces es simulada, a veces es directa, abierta; hay que enfrentarla según el modo, según quien la ejerza”.

Aunque también hay un tipo de censura propia, la que se ejerce por las deficiencias de los reporteros o quienes participan en la hechura de un “matutino”; es decir, la que se impone por uno mismo, y esto tiene que ver con una débil formación profesional, en la que influyen las casas de estudios.

“Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica”[5], indicaba el nobel colombiano.

No obstante, al menos en el idealismo, se puede mantener la idea de hacer periodismo veraz y crítico, ese que, como ejemplificaba Francisco Umbral, “mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al gobierno inquieto”. Sólo cuando se entienda que las empresas pagan por la mano de obra más no por la voluntad de sus trabajadores; es decir, vender el trabajo no significa renunciar a los pensamientos ni a las creencias que cada individuo profesa. 

Según García Márquez, el periodismo jamás será entendido, siempre será enjuiciado, denotado, e incluso oculto en el cajón de desperdicio de un autor, como exponía Juan Villoro en una crítica sobre el plagio, y lo será porque “nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso.

 

“Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”[6].



[2] García Márquez, Gabriel. El mejor oficio del mundo. Discurso ante la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa http://www.ciudadseva.com/textos/otros/ggmmejor.htm

[3] Rodrigo Alsina, Miguel. La Construcción de la Noticia. Editorial Paidos 2005. España

[5] García Márquez, Gabriel. El mejor oficio del mundo. Discurso ante la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa http://www.ciudadseva.com/textos/otros/ggmmejor.htm

[6] Ibídem

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