Para Héctor Meneses, director del Museo Textil de Oaxaca, la fusión entre ciencia y arte nunca ha sido algo insólito. Como restaurador, tanto la historia del arte como la química, la biología y la física forman parte de sus herramientas de trabajo. Por eso, cuando tuvo que trabajar en el proyecto de restauración del tlàmachtēntli de Madeline, un fragmento de huipil con 300 años de antigüedad, no dudó en utilizar técnicas tan sofisticadas como la microscopía electrónica para analizar y después restaurar este objeto, patrimonio histórico cultural de México.
El <>tlàmachtēntli de Madeline es una pieza que llegó hace 11 años al naciente proyecto del Museo Textil de Oaxaca, impulsado por la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca. El fragmento de huipil venía incluido en una colección que el maestro Francisco Toledo donó al museo, y desde que fue recibido, los integrantes del proyecto notaron que no era una pieza común, era un textil emplumado y, por lo tanto, una muestra de una de las expresiones artísticas más importantes de la cultura mesoamericana.
Por esta razón, el museo decidió embarcarse en una travesía para estudiar el textil a fondo y hacer un tratamiento de conservación junto con la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (Encrym) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
En ese momento, Héctor Meneses era estudiante de la licenciatura en restauración en dicha institución y fue seleccionado para trabajar en la restauración de la pieza, como parte de su proyecto de tesis y bajo la dirección de Lorena Román Torres, titular del Seminario-Taller de Conservación y Restauración de Materiales Textiles.
Aunque el objetivo de la tesis de Héctor era la restauración de la pieza, fue necesario investigar previamente su contexto histórico, identificar los materiales que la componían y las técnicas de manufactura con que fue realizada, además de hacer un fechamiento radiocarbónico de esta mediante técnicas de espectrometría de aceleración de masas.
Estas necesidades volvieron el estudio del tlàmachtēntli de Madeline un proyecto verdaderamente multidisciplinario, que requirió de análisis históricos, físicos, químicos y biológicos. Algunos de estos análisis, como la detección de fibras y colorantes, fueron realizados directamente por Héctor Meneses, pero también fue necesaria la colaboración con laboratorios privados, con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y con integrantes de la propia Encrym.
Una pieza única
La pieza estudiada por Héctor Meneses es un fragmento de 55 centímetros de largo y 31.5 centímetros de alto que formó parte de un huipil emplumado. El huipil recibió el nombre de tlàmachtēntli de Madeline en honor a Madeline Humm de Mollet, mujer suiza que llegó a vivir a México en los años sesenta y se interesó por la colección de piezas de arte popular.
Madeline Humm encontró el fragmento de huipil en el Bazar de los Sapos, que se encuentra en el centro de la ciudad de Puebla, lo compró y lo lavó con agua y gasolina. Fue hasta que removió la suciedad de la pieza que se dio cuenta de su belleza y singularidad.
Para Héctor Meneses fue un privilegio trabajar con esta pieza, pues actualmente solo hay seis piezas en el mundo, incluyendo el tlàmachtēntli de Madeline, tejidas con hilos emplumados. Y aunque existen piezas de arte plumario en Asia, América y las islas del Pacífico, generalmente utilizan la pluma exterior de las aves para los textiles, mientras que en estas seis piezas se utiliza el plumón para crear un hilo que después se teje, técnica que no se ha detectado en ninguna otra cultura en el mundo.
Todas las piezas de hilo emplumado que se han detectado son originarias de México, cuatro de ellas radican en el país, una se encuentra en Italia y la otra en Estados Unidos.
El etéreo plumón
Mientras Héctor Meneses identificaba los materiales del tlàmachtēntli de Madeline se dio cuenta de que el hilo era muy diferente al descrito en la literatura para otros materiales textiles. En este huipil no se utilizaba una pluma completa sino el plumón, que es un tipo de pluma corta y suave cuya función fisiológica es ayudar a mantener la temperatura del animal. En las aves adultas, el plumón se encuentra por debajo de las plumas exteriores, y en las aves recién nacidas es la primera pluma en crecer.
El plumón, a diferencia de las plumas exteriores, está suelto y sus filamentos no se entrelazan, además el animal puede separarse libremente de él según su época reproductiva. Por ejemplo, las aves, cuando anidan, sueltan su plumón para mantener el nido caliente, comenta Lilia Félix Ramírez León, profesora de la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM, quien participó en el estudio de la pieza.
Hilo emplumado, una técnica desaparecida
Otra característica distintiva de la pieza era que el plumón se encontraba solamente atrapado entre cabos de algodón, es decir, no se hilaba junto con el algodón. Esto hizo que los restauradores repensaran el término de “pluma hilada” que era el que se utilizaba frecuentemente en la literatura. Fue al observar esta peculiaridad que se decidió llamar al tipo de tejido como hilo emplumado o de pluma torcida.
Al descubrir una técnica que no había sido descrita por los historiadores, se decidió emprender una búsqueda para establecer el papel que los textiles emplumados han tenido en la historia. Para ello, Héctor Meneses realizó una revisión de códices y otros documentos que hicieran referencia a los tejidos de plumas en la época prehispánica.
Para detectar la presencia del hilo emplumado en la época de la Colonia se analizaron documentos de los siglos XVI, XVII y XVIII, que incluían crónicas de viajeros, de rutas de comercio y, sobre todo, de las relaciones geográficas, que eran una especie de encuesta con la que se recopilaban datos sobre especies de cultivo, comida, vestido, flora, fauna, geografía y demás características de las distintas regiones de la Nueva España, como una especie de Inegi que permitía a España conocer el territorio que poseía, explica el restaurador.
Además, se analizaron libros de pintura y piezas de arte de la época para detectar escenas donde estuvieran presentes los textiles emplumados.
El huipil de La Malinche y el tlàmachtēntli de Madeline, piezas contemporáneas
Una vez identificado el periodo al cual podía pertenecer el tlàmachtēntli de Madeline, se procedió a realizar el fechamiento mediante métodos químicos en un laboratorio especializado en Estados Unidos.
En 1998, bajo la guía de Lorena Román, el mismo laboratorio dató la pieza a la que llaman el huipil de La Malinche, que se encuentra en el Museo Nacional de Antropología.
“Para nosotros era muy importante fechar en el mismo laboratorio para asegurar que se siguieran los mismos criterios de análisis y ver si era posible encontrar una relación entre las dos piezas, una relación temporal científica, puesto que la conservación de la técnica, los materiales empleados e incluso la gama cromática sí establecen una relación importante”, detalla Héctor Meneses.
Con los resultados del laboratorio y con el análisis de piezas de arte antiguas, los restauradores pudieron confirmar que los huipiles eran contemporáneos.
El abandono de una técnica
En la época prehispánica los tejidos de hilo emplumado estaban reservados únicamente a ciertos estratos sociales altos, pues la pluma siempre estuvo asociada con los dioses, con la religión, con lo sagrado y bueno. Pero una vez que se rompe esa estructura prehispánica con la Colonia, parece que fue un material que ya podía ser utilizado por más personas, señala Héctor Meneses.
Hay evidencia que sugiere que el hilo emplumado se siguió utilizando durante 200 años después de la Conquista, pues biombos del siglo XVII retratan a hombres y mujeres usando vestimenta donde se intuye la presencia del hilo emplumado, siempre asociado a festividades.
“Creemos que la técnica se dejó de utilizar en algún momento del siglo XVIII. Esto porque todas las piezas existentes están ubicadas entre la segunda mitad del siglo XVI y finales del XVII, a partir de allí ya no tenemos ejemplares físicos. Pero no solo eso, sino que los textiles emplumados ya no aparecen en pinturas, en descripciones, relatos ni en otros documentos, cosa que sí se observa durante los siglos XVI y XVII”.
Pero a pesar de la falta de evidencia, Arturo Gómez Martínez, actualmente subdirector de Etnografía en el Museo Nacional de Antropología, durante sus investigaciones en el municipio de Chicontepec, en Veracruz, encontró a dos mujeres que todavía realizaban tejidos con hilos de plumón, pero solo para propósitos rituales.
El análisis biológico del tlàmachtēntli de Madeline
Parte del trabajo de Héctor Meneses consistió en determinar de qué especies de aves provenían las plumas utilizadas en el tlàmachtēntli de Madeline, para ello recurrió al apoyo del Instituto de Biología de la UNAM, donde pudo observar la pieza mediante microscopía electrónica de barrido para comparar las plumas en el textil con la colección de aves del instituto.
Para poder realizar estas observaciones, las plumas analizadas tuvieron que ser recubiertas con una capa de oro para mantener la estructura de la pluma durante su tratamiento al interior del microscopio. Durante todo este procedimiento, Berenit Mendoza Garfias, encargada del Laboratorio de Microscopía Electrónica, guió al restaurador para que juntos realizaran el estudio.
Lo que encontraron fue inesperado, pues se pensaba que el fragmento de huipil estaría compuesto por plumas de una sola especie, pero lograron observar plumas provenientes de seis especies distintas, de las cuales lograron identificar dos: el pato de collar y el pato moscovita, que se criaba en la época prehispánica.
El Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares y el hilo emplumado
Habiendo realizado la observación del tipo de plumas que constituían la pieza, era necesario analizar la estructura del hilo en su conjunto, para lo cual, Héctor Meneses solicitó el apoyo del Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ).
La observación de la estructura fue un trabajo distinto al realizado en el Instituto de Biología, porque en el ININ no se realizó un tratamiento con baño de oro, sino que se optó por una observación al bajo vacío que permitió reutilizar las muestras para otros fines, esto por recomendación del doctor Manuel Espinosa Pesqueira, detalla el restaurador.
Durante este proceso fue cuando Héctor Meneses logró establecer que la técnica de tejido en la pieza era distinta a las reportadas para otras piezas, que incluían plumas cosidas a un soporte de tela o insertadas a modo de trama durante el tejido.
“En la literatura siempre aparecía que los tejidos emplumados se realizaban mediante una técnica denominada pluma hilada, en la que las plumas y las fibras de algodón se revuelven antes del proceso de hilado. Entonces al momento de hacer el hilo con el malacate, con la rueda o con lo que se vaya a hilar, sale un hilo de un cabo donde plumas y algodón están mezclados. Pero en la pieza se veía otra cosa, eran dos hilos de algodón sin pluma, torcidos entre sí, donde la pluma quedaba atrapada entre los hilos. Esa estructura era la que queríamos confirmar en el microscopio, para saber si los materiales estaban mezclados o no a nivel de fibras”, explica Héctor Meneses.
Trabajo de un restaurador
La identificación de los colorantes y los tipos de fibras que componen los tejidos forman parte de los procesos analíticos que un restaurador aprende durante su licenciatura. Con estas herramientas, Héctor Meneses detectó la presencia de algodón, lana y seda desgomada, la cual generalmente es de importación.
En cuanto a los colorantes, se realizaron varias pruebas microquímicas, también llamadas pruebas a la gota, que utilizan una cantidad mínima de sustancias para analizar cómo reaccionan con los colorantes del tejido.
Con los análisis se determinó la presencia de ácido carmínico, que indica el uso de la grana cochinilla, y del índigo. Por otro lado, para averiguar qué tintes amarillos estaban presentes, se necesitó de un análisis más complejo mediante espectrometría de luz visible y ultravioleta, para el cual el restaurador se acercó al doctor Enrique Lima, profesor de la UNAM.
Multidisciplina hasta en la sopa
Al final del estudio, Héctor Meneses realizó un proceso de intervención en la pieza. Se le realizó limpieza, consolidación de las roturas y de hilos faltantes para evitar el avance de las desgarraduras y además se construyó una especie de vitrina que sirviera para conservar la pieza, transportarla, almacenarla y exhibirla.
Este también fue un trabajo multidisciplinario que involucró a un grupo de diseñadores industriales de la Ciudad de México, encabezados por Miguel Alberto Rivera Mendoza, quienes trabajan constantemente con diferentes museos y conocen los materiales apropiados para lograr una conservación a largo plazo de cada pieza.
Simulando el proceso del hilo emplumado
Una vez que Héctor Meneses descubrió los materiales que componían los textiles creados con la técnica del hilo emplumado quiso reproducirla, y para ello pidió ayuda a Lilia Félix y Arturo Luciano León Candanedo, que en ese momento eran miembros del Seminario-Taller de Conservación y Restauración de Materiales Textiles del Encrym.
Mediante diferentes pruebas, Lilia Félix y Arturo León lograron hacer un réplica con características muy similares a las observadas en la pieza original. La metodología que utilizaron consistió en añadir el plumón a dos cabos de algodón que estaban siendo sometidos a torsión entre sí, como resultado el plumón quedaría aprisionado entre los hilos.
El resultado motivó tanto a Héctor Meneses como a Lilia Félix y Arturo León a realizar talleres con artesanos textiles para dar a conocer la técnica del hilo emplumado.
Un trabajo nada fácil
Realizar un textil con la técnica del hilo emplumado es algo complicado, y la mayor dificultad recae en la obtención de la materia prima. Actualmente no existen personas dedicadas al aprovechamiento del plumón, por lo que en ocasiones fue necesario recurrir al plumón de guajolotes destinados al consumo o a la compra de almohadones para adquirir el plumón, explica Lilia Félix.
Además, el plumón debe estar limpio y completo para lograr un hilo de calidad, características que muchas veces no se consiguen al comprar almohadones de plumón.
La dificultad en la tinción
Otra de las grandes dificultades de esta técnica es el teñido de las piezas. Las plumas tienen un recubrimiento graso que tiene como función biológica impedir que el agua entre al cuerpo de las aves cuando están vivas. Cuando el ave muere el recubrimiento graso deja de regenerarse, pero no se cae de la pluma. Esto ocasiona que la tinción del material emplumado sea mucho más complicada que la tinción de algodón, lana o seda.
En este aspecto, el artesano Román Gutiérrez Ruiz, de Teotitlán del Valle, es una de las personas que más se ha interesado en la recuperación del hilo emplumado y quien más ha desarrollado un proceso funcional de tinción. Ha encontrado los niveles óptimos de pH y de temperatura para que durante la tinción la pluma no se rompa, no se reseque, no se queme y al mismo tiempo logre absorber una buena cantidad de colorante, obteniendo un color vivo, contrario al pastel o a los colores opacos que se obtienen con otras técnicas, detalla Héctor Meneses.
La recuperación de la técnica del hilo emplumado
Poco tiempo después de su graduación, Héctor Meneses se incorporó al Museo Textil de Oaxaca, un museo que abrió en 2008, y con la experiencia que había ganado sobre el hilo emplumado comenzó a realizar algunos talleres para dar a conocer la técnica a artesanos de Oaxaca y Puebla. Por otro lado, Lilia Félix y Arturo León lo hicieron en la sierra de Zongolica y en otros municipios de Veracruz.
En los talleres realizados en Oaxaca fue donde el artesano Román Gutiérrez se interesó en la posibilidad de trabajar este material y poco tiempo después trajo unas piezas terminadas con ese hilo plumón. Fue entonces que se vio el potencial de la técnica del hilo emplumado y se decidió continuar haciendo experimentación en distintos talleres, narra Héctor Meneses.
Gracias a estos talleres, en 2016, se logró armar una exposición sobre el hilo emplumado en el Museo Textil de Oaxaca. En ella se exhibieron distintas recreaciones, que hicieron tejedores y artistas contemporáneos, de los tipos de hilos y textiles que se han reconocido en piezas antiguas.
Entre ellas estaba una interpretación de Román Gutiérrez de una tilma de Nezahualpilli —una especie de capa— que se encuentra representada en el Códice Ixtlilxochitl del siglo XVI.
Un micrositio para hilar el viento
Hoy en día, Héctor Meneses es director del Museo Textil de Oaxaca y ya no puede dedicar mucho de su tiempo a la restauración, pero sí en encaminar esfuerzos para divulgar el arte plumario del país.
Con este objetivo, en enero de este año, se hizo público el micrositio web Hilar el viento, que forma parte del sitio del Museo Textil de Oaxaca y que tiene por intención hacer accesible la información sobre este tipo de arte plumario para que cualquier persona, independientemente del país en el que resida, pueda identificar piezas similares y comunicarlo a la comunidad,
Hilar el viento es un sitio de consulta y de referencia permanente que incluye, además de los textos que acompañaban la exposición, imágenes de referencia como la imagen de Nezahualpilli de siglo XVI sobre la cual se inspiró Román Gutiérrez, los biombos del siglo XVII, los videos de elaboración de los distintos tipos de hilos y los tejidos, y también una lista de referencias bibliográficas, algunas de ellas disponibles en formato digital para que la gente pueda conocer más sobre estos tejidos.