Existe el riesgo de que el cambio climático afecte a la salud del ser humano de forma directa o indirecta. Además de las crecientes amenazas de tormentas, inundaciones, sequías y canículas, se perfilan otros riesgos sanitarios. En concreto, aparecen nuevas enfermedades, bien causadas por un agente infeccioso (virus, bacteria, parásito) hasta ahora desconocido, o bien debido a que evolucionan, especialmente, como consecuencia de las variaciones climáticas (cambio de huésped, de vector, de patogenicidad o de cepa). Se trata de las enfermedades infecciosas denominadas «emergentes» o «reemergentes», como la leishmaniasis, la fiebre del Nilo Occidental, etc. Según la OMS, estas provocan la tercera parte de las muertes a nivel mundial y afectan mayoritariamente a los países en desarrollo.

Una relación difícil de establecer

Son diversos los parámetros que pueden originar esta difusión acrecentada de los patógenos y de sus huéspedes (vectores, reservorios, etc.). El cambio climático modifica las condiciones de temperatura y humedad de los medios naturales y, con ello, las dinámicas de transmisión de estos agentes infecciosos. Además, interviene en el área de distribución, la cantidad, el comportamiento, los ciclos biológicos y los rasgos de historia de vida de estos microbios o de especies huéspedes asociadas, y cambia los equilibrios entre patógenos, vectores o reservorios. Sin embargo, la explicación de todas estas consecuencias permanece incompleta, sobre todo porque exigen una comprensión de la evolución espacial o temporal a largo plazo de los fenómenos. Por estos motivos, resulta difícil establecer una relación directa entre las variaciones climáticas y la evolución global de las patologías infecciosas. 

Menos lluvia, más epidemia

Para tratar de esclarecer esta cuestión, un estudio realizado por investigadores del IRD y sus colaboradores muestra por primera vez la relación, a lo largo de un periodo de 40 años, entre el cambio climático y las epidemias de una enfermedad emergente en América Latina: la úlcera de Buruli. El incremento de las temperaturas en la superficie del océano Pacífico tiende a aumentar la frecuencia del fenómeno de El Niño (entre cinco y siete años aproximadamente), que golpea, en particular, a América Central y a América del Sur, y que provoca sequías. El equipo de investigación ha comparado los cambios en la pluviometría de la región con la evolución del número de casos de úlcera de Buruli registrados en la Guayana Francesa desde 1969 y ha observado su correlación estadística.

Así, la disminución de las lluvias y del agua que estas precipitan provoca la multiplicación de zonas de aguas residuales estancadas, donde prolifera la bacteria causante, Mycobacterium ulcerans. La mayor accesibilidad a estos hábitats pantanosos facilita que estos sean frecuentados por humanos (pesca, caza, etc.) e intensifica así su exposición al microorganismo persistente en este tipo de entorno acuático. Este resultado, publicado en Emerging Microbes and Infections – Nature, ha sido posible gracias a la recopilación temporal de datos a largo plazo.

A la vista de las condiciones pluviométricas de los últimos años, los investigadores temen un posible recrudecimiento de úlcera de Buruli en la región. Más allá de una mejora de la previsión del riesgo epidémico, estos trabajos subrayan la necesidad de tener en cuenta un conjunto de parámetros y sus interacciones. No obstante, pese a lo que se presupone en esta idea, que llueva menos no garantiza una bajada de la preponderancia de enfermedades infecciosas, como muestra el siguiente ejemplo: el calentamiento atmosférico previsto podría ofrecer condiciones de temperatura inadecuadas para el ciclo de desarrollo de ciertos agentes patógenos, como la malaria en África.

  • Información bibliográfica completa
  • A. Morris, R.E. Gozlan, H. Hassani, D. Andreou, P. Couppié, J-F Guégan. Complex temporal climate signals drive the emergence of human water-borne disease. Emerging Microbes & Infections – Nature, 2014, 3, e56. doi:10.1038/emi.2014.56

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