Una investigación realziada por científicos de Brasil y del Reino Unido cuantificó el impacto ocasionado en la Selva Amazónica por la tala selectiva de árboles, la destrucción parcial debido al fuego y la fragmentación generada por pasturas y cultivos. Juntos, dichos factores pueden estar extrayendo de la selva alrededor de 54 millones de toneladas de carbono por año, que se arrojan a la atmósfera en forma de gases de efecto invernadero. Esta pérdida de carbono corresponde al 40% de la ocasionada por la deforestación total.
Este estudio, a cargo de 10 investigadores de 11 instituciones de Brasil y del Reino Unido, salió publicado en mayo pasado en la revista Global Change Biology.
“Los impactos de la extracción maderera, del fuego y de la fragmentación han sido poco percibidos todavía, pues todos los esfuerzos se concentran en evitar más desmontes. Esta actitud ha dado grandes resultados en la conservación de la Amazonia brasileña, cuya tasa de desmonte ha caído más del 70% en los últimos 10 años. No obstante, nuestro estudio mostró que este otro tipo de degradación impacta severamente sobre la selva, con enormes cantidades de carbono antes almacenadas que van a parar a la atmósfera”, dijo la brasileña Erika Berenguer, investigadora del Lancaster Environment Centre de la Lancaster University, en el Reino Unido, la primera autora del estudio.
Según Joice Ferreira, investigadora de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (EmbrapaAmazonia Oriental) con sede en Belém (estado de Pará), y segunda autora del estudio, uno de los motivos de que esta degradación se perciba menos reside en la dificultad de monitoreo. “Las imágenes satelitales permiten detectar con mucho mayor facilidad las áreas totalmente deforestadas”, afirmó.
“Nuestra investigación combinó imágenes de satélite con estudio de campo. Hicimos una evaluación, píxel por píxel [cada píxel en la imagen corresponde a un área de 900 metros cuadrados], relativa a lo que sucedió durante los últimos 20 años. En la investigación de campo, estudiamos 225 parcelas (de 3 mil metros cuadrados cada una) en dos grandes regiones de 3 millones de hectáreas [30 mil kilómetros cuadrados], utilizadas como modelo para estimar lo que sucede en el conjunto de la Amazonia”, explicó Ferreira.
Las imágenes de satélite, comparadas cada dos años, permitieron que los investigadores construyesen un gran panel de la degradación de la selva en el transcurso de la línea de tiempo, y en una escala de 20 años. En la investigación de campo se evaluaron las cicatrices del fuego, de la explotación maderera y de otras agresiones. La combinación de ambas investigaciones resultó en la estimación de las existencias de carbono con la que se cuenta actualmente.
Dos regiones se estudiaron in situ: Santarém y Paragominas, en la fracción este de la Amazonia; ambas sometidas a fuertes presiones de degradación. En esas dos zonas se investigaron las 225 áreas.
“Recabamos datos de más de 70 mil árboles y de más de 5 mil muestras de suelo, madera muerta y otros componentes de las llamadas existencias de carbono. Fue el mayor estudio que se haya realizado hasta el momento sobre la pérdida de carbono en selvas tropicales como consecuencia de la extracción de maderay de los incendios accidentales”, dijo Ferreira.
Según ella, la investigación contempló cuatro de los cinco compartimentos de carbono cuyo estudio es recomendado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU): biomasa sobre el suelo (plantas vivas), materia orgánica muerta, hojarasca (la capa que mezcla fragmentos de hojas, ramas y otros materiales orgánicos en descomposición) y suelos (hasta los 30 centímetros de profundidad). “Sólo no medimos las existencias de carbono en las raíces”, dijo.
A efectos de comparación, se consideraron cinco categorías de selvas: primaria (totalmente intacta); con explotación de madera; incendiada; con explotación de madera e incendiada y secundaria (la que ha sido completamente talada y ha crecido nuevamente).
Las selvas que sufrieron perturbación por talas o incendios presentaron entre un 18% y un 57% menos carbono que las selvas primarias. Un área de selva primaria llegó a tener más de 300 toneladas de carbono por hectárea, en tanto que las áreas de selva quemadas y explotadas para la extracción de madera registraron a lo sumo 200 toneladas por hectárea, y en promedio, menos de 100 toneladas de carbono por hectárea.
La tala selectiva tradicional
Los investigadores determinaron claramente el derrotero de la degradación. El punto de partida suele ser la extracción de madera de alto valor comercial como la de caoba y la de lapacho: estos árboles se talan de manera selectiva, pero su retiro impacta sobre decenas de árboles vecinos.
Una vez que comienza la explotación, se forman varias aberturas en la cobertura vegetal, lo que deja a la selva mucho más expuesta al sol y al viento y, por lo tanto, mucho más seca y susceptible a la propagación de fuegos accidentales. Este efecto se ve fuertemente acentuado por la fragmentación de la selva como consecuencia de las pasturas y los cultivos.
Esta combinación de efectos puede entonces transformar a la selva en un monte denso, lleno de árboles y lianas de pequeño porte, pero con existencias de carbono 40% más bajas que las de la selva no perturbada.
“Existen en la actualidad diversos sistemas de tala selectivo, algunos un poco menos impactantes que otros. El sistema predominante, que fue aquél detectado en nuestro estudio, asociado al diámetro de los árboles retirados y a su edad, puede sustraer de la selva una enorme cantidad de carbono”, dijo Plínio Barbosa de Camargo, director de la División de Funcionamiento de Ecosistemas Tropicales del Centro de Energía Nuclear en Agricultura (Cena) de la Universidad de São Paulo (USP) y miembro de la coordinación del área de Biología de la FAPESP, quien también suscribió el artículo publicado en Global Change Biology.
“Por más que recomendemos lo contrario, a la hora del manejo efectivo terminan extrayéndose árboles con diámetros muy grandes, aunque en menor cantidad. En otra investigación medimos la edad de los árboles con carbono 14. Un árbol cuyo tronco presenta un diámetro de un metro seguramente tiene más de 300 ó 400 años. De nada sirve retirar ese árbol e imaginar que se lo podrá reemplazar en 30, 40 ó 50 años”, comentó Camargo.
La degradación en curso actualmente se vuelve aún más preocupante en el contexto del cambio climáticoglobal. “El próximo paso consiste en entender mejor de qué modo esas selvas degradadas responderán a otras formas de trastornos causados por el hombre, tales como períodos de sequía más severos y estaciones lluviosas con mayores niveles de precipitaciones debido a los cambios climáticos”, afirmó el investigador británico Jos Barlow, de la Lancaster University, uno de los coordinadores de este estudio y uno de los responsables del Proyecto Temático ECOFOR: La biodiversidad y el funcionamiento de ecosistemas en áreas alteradas por el hombre en la Selva Amazónica y el Bosque Atlántico.
Aparte de los investigadores mencionados, firmaron el artículo de Global Change Biology Toby Alan Gardner (University of Cambridge y Stockholm Environment Institute), Carlos Eduardo Cerri yMariana Durigan (Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz/ USP), Luiz Eduardo Oliveira y Cruz de Aragão (Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales y University of Exeter), Raimundo Cosme de Oliveira Junior (Embrapa Amazonia Oriental) e Ima Célia Guimarães Vieira (Museo Paraense Emílio Goeldi).
El artículo intitulado A large-scale field assessment of carbon stocks in human-modified tropical forests(doi: 10.1111/gcb.12627), de Erika Berenguer y otros, puede leerse en:http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/gcb.12627/full.