No tengo  el don de la palabra,

y es ya mucha el agua corriendo por el valle.

¿Es la voz de la esperanza quien me llama?

Nada es eterno, sólo la espuma desbordante.

Las corrientes de la ciencia… no son como yo pensaba, no son como imaginaba, no son como yo creía. Así que me lanzo al torrente en una pequeña canoa animado sólo por la vana esperanza de llegar a alguna orilla, la que sea. El caudaloso río de la ciencia es alimentado por numerosos afluentes de variada cantidad y calidad, todos igualmente alimentando la corriente que nos arrastra tras la quimera del conocimiento cierto. Vana esperanza que sin embargo continua abriendo inesperados arroyos y canales que irrigan algunos fértiles campos, o van a desaguar en el desierto de la impostura o en el inmenso mar de la ignorancia envuelta en risas.

            Me río del vano esfuerzo, pero enamorado estoy de la quimera. A flote sobre la frágil canoa me convierto en un simple espectador, sorprendido y escéptico; ¿O qué a huevo la ciencia tiene que servir para algo más allá de contemplar con deleite las barrocas composiciones de sus fabulosas e hipnóticas teorías?

            Bajo la turbulenta superficie del río que no se detiene, alcanzo a percibir algunas formas: por allá algunos investigadores dan a conocer un descubrimiento sensacional: los machos araña de la especie P. Mirabulus tienen  mayor éxito copulatorio con las hembras –de esa misma especie desde luego- si les ofrecen un regalo: una mosquita en su jugo por ejemplo. En aguas más profundas intento reconocer el alcance epistémico del descubrimiento del bosón de Higgs.

            En el centro de un remolino, las agitadas aguas reflejan la corrupción de algunos investigadores dispuestos, a cambio de “una corta”, a demostrar científicamente que los alimentos llamados transgénicos son inofensivos para la salud humana, sin más evidencia  que su autoasignada autoridad (por qué yo lo digo) y alguna pirotecnia relumbrosa que simula las luces del conocimiento… el tuerto sigue siendo el rey.

A orillas del río, según la región, el pueblo ríe, llora o muere de hambre ante la ilusión creada por el “buen fin”. Y la canoa sigue adelante, arrastrada por la corriente.

            A lo lejos alcanzo a ver lo que parece una ofrenda a los muertos. Fijo mi atención y descubro que en realidad es un velorio, donde se velan todos los muertos arrastrados y ahogados en la turbulencia de ese río desbordado. Porque el río de la ciencia con frecuencia se desborda sin control, provocando daños impredecibles en el medio o incluso cobrando vidas humanas. ¿La ciencia, un beneficio para la humanidad? ¡Carajo! ¿Y los muertos en Nagasaki y Hiroshima? ¿Y los territorios devastados por el uso indiscriminado de pesticidas o por la contaminación por metales pesados o hidrocarburos? ¿Y las víctimas de los numerosos experimentos que se realizan en poblaciones enteras para probar nuevos fármacos y vacunas?

            Pero el caudal es ancho y cabe de todo. Por ahí alcanzo a ver la cantidad de innovaciones tecnológicas que hacen la vida más llevadera, como el diseño y síntesis de fármacos que nos permiten no solamente vivir un poquito más, sino tener una mejor calidad de vida. Y que decir de la emoción que causa el contemplar sus teorías acabadas o en construcción, comparable a la que despierta el disfrutar de un poema o de cualquier otra obra de arte. ¡Ah! Y también hay lugar para la diversión, para el entretenimiento a que da lugar el espectáculo científico. La ciencia, ¿un espectáculo? Y por qué no, si en épocas pasadas se agotaban las entradas para asistir a conferencias y/o demostraciones científicas.

   Y las maravillas tecnológicas que, sin ánimo de exagerar, muy pronto harán ver a los ciegos y caminar a los parapléjicos.

            Entonces, me digo, la sociedad en su conjunto debe tomar el control del quehacer científico, decidir en forma democrática el rumbo en que se ha de orientar el torrente o, si resulta necesario, levantar diques en los lugares donde exista el riesgo de que el río se desborde y abrir canales donde se crea pertinente para llevar las aguas  a donde resulten benéficas. Pero dar cauce a un torrente de esta magnitud no es tarea sencilla. La inercia que impulsa a la ciencia y la tecnología contemporáneas –principalmente originada por la dinámica de acumulación de capital- es difícil de encauzar.

            Un primer paso en la dirección de darle rumbo al quehacer científico en una sociedad determinada bien puede ser la socialización del conocimiento científico y tecnológico. Promover en los distintos sectores sociales un acercamiento a la comprensión de la ciencia, sus productos y métodos, lo cual podría lograrse si se fomenta la comunicación pública de la ciencia.

La comunicación de la ciencia es un proceso que busca la puesta en común de conocimientos entre científicos y quienes no lo son, estos últimos concebidos como públicos o audiencias y segmentados a partir de las características que comparten entre sí, principalmente su nivel de conocimientos sobre un tema y los elementos contextuales que los determinan: edad, escolaridad, ubicación geográfica, alfabetización tecnológica, acceso a canales de comunicación, intereses, etcétera.

            Aunque tradicionalmente se ha entendido como la traducción de contenidos de un lenguaje especializado a otro coloquial y el envío de mensajes “traducidos” a través de diversos canales, la comunicación de la ciencia, y específicamente la comunicación pública de la ciencia -a diferencia de la comunicación científica entre pares- se enfoca en el análisis de las audiencias para el diseño de estrategias efectivas acordes al contexto de recepción.

            Desde esta perspectiva, es posible diseñar formas de socialización del conocimiento mucho más pertinentes, no solo para crear puentes entre ciencia y sociedad, sino para considerar las necesidades ciudadanas en las que el conocimiento científico, técnico y humanístico resulta relevante.

            Además, la comunicación de la ciencia busca generar respuestas específicas en comunidades específicas: desde el conocimiento, la generación de opiniones o el cambio de actitudes, hasta la adopción de hábitos y prácticas o el uso del conocimiento derivado de la investigación para la toma de decisiones. Así, se consideran las necesidades y problemáticas de los públicos y al mismo tiempo, las de la comunidad científica.

            Para ello es preciso realizar el análisis de los dos grupos que se ponen en relación, de sus capacidades, condiciones y contexto sociocultural. Una vez caracterizados se definen los contenidos, objetivos, rutas, estrategias, tiempos, costos, medios, canales, formatos y procesos de la estrategia en función de la respuesta que se busca generar, luego se procede a la realización, ejecución o implementación de la misma y a la evaluación de resultados que alimenta y reorienta el proceso.

            En tanto, el río sigue fluyendo y Alberto Caeiro me habla al oído:

Pasa delante de mí una mariposa

Y por primera vez en el universo yo veo

Que las mariposas no tienen color ni movimiento,

Así como las flores no tienen perfume ni color,

El color es que tiene color en las alas de la mariposa,

En el movimiento de la mariposa el movimiento es el

            que se mueve,

El perfume es el que tiene perfume en el perfume de

            la flor.

La mariposa es sólo mariposa

Y la flor es sólo la flor.

            Qué mejor ejemplo de comunicación de la ciencia que estos versos de Caeiro; nada que ver con los empalagosos y aplanados textos de las revistas de divulgación. Pero decirlo así es arriesgado, es como abuchear a los guardianes del templo.

            Por eso mejor me quedo en compañía de quien dijo: Nada es eterno, sólo la espuma desbordante. Y para entenderle al asunto, mejor vámonos a chupar antes de que nos lleve el río.

Manuel Martínez Morales

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