En junio de 1770, el explorador James Cook encalló en la Gran Barrera de Coral australiana y se convirtió en el primer europeo en descubrir el mayor arrecife de coral del mundo, hoy día un paraíso para científicos y turistas. El año pasado, el buque de investigación James Cook partió para estudiar corales singulares e inexplorados, esta vez en las profundidades del océano. El equipo, coordinado por Laura Robinson (Universidad de Bristol), beneficiaria de una beca del Consejo Europeo de Investigación (CEI), cruzó el Atlántico ecuatorial para recoger muestras de corales localizados a miles de metros de profundidad. En la expedición, la doctora Robinson obtuvo muestras que aportan indicios sobre cambios climáticos del pasado.

Los científicos utilizan las estructuras coralinas y los sedimentos para analizar cambios climáticos bruscos que tuvieron lugar en el Océano Atlántico en los últimos treinta mil años. Los datos obtenidos muestran también los efectos de los cambios en el océano —como alteraciones de la concentración de dióxido de carbono y la circulación del agua— sobre los ecosistemas de las profundidades. La tripulación de científicos viajó de Tenerife a Trinidad, haciendo paradas en lugares seleccionados para sumergirse en las profundidades y recabar datos sobre las montañas submarinas, muchas de las cuales nunca han sido estudiadas con detalle. Para alcanzar tal profundidad se utilizó el ISIS, un vehículo teledirigido (ROV) extraordinario capaz de viajar a profundidades inalcanzables para los buzos humanos.

Tras la primera inmersión, la doctora Robinson explicó lo siguiente: «Hemos recogido muestras de estructuras coralinas a diversas profundidades y algunas deben tener una antigüedad de varios miles de años. Es impresionante ver la gran variedad y abundancia de fauna que vive en y alrededor de las montañas marinas, desde corales hasta tiburones».

Una investigación pionera que mira al futuro

El proyecto de Robinson explora campos nuevos y apasionantes de la oceanografía. Uno de los objetivos del proyecto es descubrir las condiciones necesarias para la supervivencia de los corales de aguas profundas y frías en el Atlántico central, una zona sobre la que se dispone de escasos datos. Para ello se conjugará, por un lado, una visión panorámica actual del lugar donde viven los corales en la actualidad y el motivo de ello con, por otro lado, una perspectiva histórica obtenida mediante la determinación de la edad de las poblaciones coralinas fósiles. Documentar esta información resulta de especial importancia, ya que se cree que los ecosistemas son especialmente sensibles a los cambios en la química oceánica. Por ejemplo, un parámetro conocido como saturación de aragonita, predictor clave de la abundancia de coral, está disminuyendo a la vez que aumenta el dióxido de carbono en el océano. Las predicciones indican que en 2001 alrededor del 70 % de los corales de aguas profundas vivirá en aguas subsaturadas.

Entre los aspectos más innovadores del proyecto destacan las nuevas técnicas geoquímicas empleadas para analizar las muestras. Se espera que, al aplicarlas a las estructuras coralinas y los sedimentos del fondo marino, revelen antiguos cambios en la temperatura y la concentración de carbono, especialmente durante periodos en los que el clima mundial se calentó con rapidez. Otro de los aspectos pioneros de la investigación en aguas profundas fue la recogida, gracias al vehículo ISIS, de estructuras coralinas, muestras de agua y sedimentos de exactamente los mismos lugares para, así, poder comparar todas estas muestras de forma más precisa en una sola batería de análisis.

El cambio climático actual sigue avanzando y los descubrimientos de este proyecto podrían contribuir a predecir cuándo y cómo se producirán transformaciones en los océanos. Como señala la doctora Robinson: «Solo podremos predecir lo que ocurrirá en el futuro si examinamos los antecedentes climatológicos de la Tierra».

Un viaje para superar fronteras

Durante su travesía de cuarenta y ocho días, la tripulación del James Cook estuvo formada por diecinueve científicos, entre ellos otro investigador financiado por el CEI, Veerle Huvenne, quien trabaja en la elaboración de un mapa del fondo marino. Los integrantes del equipo eran expertos en diversos campos, como la oceanografía, la geoquímica y la biología marina, y pretenden ampliar las fronteras del actual conocimiento de los océanos.

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