Sin ánimo de ser dramático, escribir sobre el amor es como venir del futuro y prevenir a otros de mi pasado, mismo que cuando fue presente me tuvo sumergido en la mayor incertidumbre. Con ello quiero mostrar que amar nos expone a una vorágine dialéctica de pasiones, vínculos, duelos, conflictos y rupturas que inspiran poesías pero también arruinan proyectos de vida. El aprendizaje genuino del amor significa aceptar que cualquier vínculo amoroso es vulnerable sin importar los juramentos que se hagan, las experiencias que se vivan, ni los documentos que se firmen. La naturaleza misma del amor es la incógnita, la carencia y la incertidumbre, y por ello querer saber obsesivamente que se nos ama o buscar la razón última por la que amamos comprueba que no entendemos suficientemente bien las implicaciones reales y objetivas del amor.
Así pues, nuestra capacidad para amar a otras personas es un fenómeno paradójico y lleno de contrastes. Por un lado se relaciona con la creación de un espacio propicio para el crecimiento personal; la función de la relación de pareja es desarrollar la capacidad de amor que cada ser individual tiene, construir un sistema y un escenario donde canalizar la espontaneidad. (Fromm, 2004). Por otro lado, amar nos coloca en una posición ideal para ser lastimados por la influencia que juegan nuestras creencias irracionales y las conductas amorosas que se derivan. En palabras más simples y directas; el arte de amar es intrínsecamente estresante, pese a que nuestras defensas neuróticas lo nieguen o minimicen.
A partir de estas ideas surgen algunos cuestionamientos: ¿Cuál es el origen de nuestras creencias y conductas amorosas? ¿Quiénes nutrieron, reforzaron y validaron lo que nombramos y vivimos como amor, pareja, compromiso e incluso felicidad? ¿Alguna vez hemos cuestionado seriamente tales concepciones y evaluado en que medida nos han sido prácticas o inútiles? ¿Cómo explicar la dependencia emocional absoluta y la ausencia de límites para el autocuidado ante una relación tóxica o disfuncional? ¿Por qué el amor nos convierte en seres creativos, esclavos, autómatas o francamente irracionales? Las creencias y conductas amorosas nos desnudan existencialmente, continua sin permitirnos la conexión necesaria entre las emociones y las razones y, terminan exponiéndonos a una verdadera enfermedad del amor.
Vivimos además, una época histórica en la que predomina una concepción amorosa excesivamente romántica, cosificada y cargada de terribles idealizaciones que condicionan la conducta afectiva, la noción misma de pareja y hasta sus patrones de atracción, intimidad, pasión, ruptura y reconciliación. Por doquier aparecen mensajes aparentemente ingenuos, que aunados a los estilos de crianza, las experiencias emocionales tempranas, la influencia de los mass media y la manipulación emocional de las redes sociales operan como verdaderos guiones que definen la vida amorosa de hombres y mujeres.
Hace unos días leía una frase olímpicamente estúpida que decía: “Sólo quien te quiere de verdad, comprende tres cosas de ti… El dolor detrás de tu sonrisa, el amor detrás de tu rabia, y las razones detrás de tu silencio”. Más allá de su tamiz amoroso disociativo, a la frase subyace una serie de mitos, engaños y trampas comunes que se relacionan con el hecho de crear fantasías, fantasmas e ideales sobre la pareja. Lo que buscas entonces no es una pareja, sino una adivina, un gurú, una lectora de tarot, una mascota que lea la mente o la madre cómplice y rescatadora que identifique nuestro ceño fruncido, pero no realmente al amor como compañero de viaje. El dolor surge cuando en lugar de amar al otro real, nos enganchamos a la proyección ideal de nuestras necesidades, carencias y frustraciones personales. ¿Qué quieres encontrar cuando buscas al amor? ¿Quieres enamorarte, engancharte, engañarte o esclavizarte en una relación? ¿Supones que las relaciones sin compromiso son “ideales” para no padecer el mal de amores o aún no entiendes que en tales vínculos ambos están precisamente comprometiéndose a fingir no tener un compromiso? ¿Acaso esperas que una pareja cubra todas tus necesidades y cumpla todas tus expectativas? ¿Sigues creyendo que amar es sufrir…querer es gozar?
Cualquiera puede tomar decisiones irracionales, en tanto sean decisiones razonadas. No obstante, seguimos “tragándonos” e indigestándonos con ideas y prácticas que nos condicionan a establecer vínculos amorosos suponiendo que sexo y amor vienen en el mismo paquete de pareja, que el matrimonio es el destino final del amor, al creer ciegamente en el amor eterno, en las medias naranjas, en la fidelidad perpetua, en la necesidad de pureza, en las familias de catálogo y en un sinfín de creencias tóxicas de aquello que valoramos como la “pareja ideal”. Como investigador y practicante del amor no puedo defender constructos y prácticas afectivas que confunden, alienan y en ningún sentido contribuyen al fortalecimiento de una pareja. Al permitir que estas creencias irracionales y mandatos del amor se profundicen en nuestras mentes y se enraícen en nuestras vidas, exigimos que nuestra pareja también las tenga, pues si no es así, asumimos que tal vez dicha relación no valga la pena, pues nos resulta extraña, diferente y no se apega a aquellos parámetros que consideramos valiosos.
A nivel global, los últimos veinte años han sido complejos para los modelos tradicionales de pareja, pues parecen no satisfacer a todas las personas y por ello se ha incrementado el derecho a experimentar y ejercer libre y responsablemente nuestra capacidad amorosa y expresión de la sexualidad con distintos amores en configuraciones eróticas alternativas que han planteado al amor como un compromiso ético y han dejado claro que no se trata de promiscuidad, se trata de honestidad, que no se relacionan con la mentira, ni con la “casa chica”, ni con una doble moral perversa, sino con la posibilidad de construir pactos, acuerdos y vínculos eróticos con otras personas en términos de absoluto consenso y claridad con nuestras propias emociones y las de “otro” real.
Cuando una pareja se constituye, cada miembro es un universo de mandatos, scripts y patrones aprendidos en su familia de origen que difícilmente comparten y mucho menos cuestionan y someten a crítica. “Somos un par de desconocidos, cada uno piensa que tiene la razón, que su forma de amar es la correcta y que tiene una guerra todos los días por conciliar aquello que nos resulta tan diferente […] Por eso hemos decidido separarnos, ya no nos aguantamos. A veces nos sentimos armando un rompecabezas de piezas circulares” decía metafóricamente una paciente que tuve en consulta hace varios años como ejemplo lúcido de la desgracia de estos mandatos en el vínculo de pareja.
Esta necesidad forzada de semejanzas dentro de la relación es bien conocida por el análisis transaccional (Berne, 1988) y los modelos sistémicos de funcionamiento de la pareja (McGoldrick y Gerson, 1987) y debo confesar que a nivel personal fue también profundamente aderezado por mis propias experiencias amorosas y por la oportunidad de atender a innumerables parejas en psicoterapia. Así pues, comprendí que cuando escuchas, peleas o te reconcilias con tu pareja, en realidad estás escuchando, peleando o reconciliándote no sólo con él o ella, sino literalmente con tres generaciones previas. Proporcionar psicoterapia a parejas violentas imaginándome a toda el linaje familiar en crisis, al principio me aterrorizó pero posteriormente me permitió comprender y jugar al amor desde una dimensión diferente.
La creencias irracionales del amor nos han enseñado a mentir y lamentablemente a mentir-nos, por lo que cuando nos enamoramos, elegimos pareja y expresamos nuestro amor se ponen en juego una serie de contradicciones entre lo que debe ser y lo que queremos que sea, entre ¿Qué queremos? ¿Con quién lo
queremos? ¿Cómo lo queremos? y ¿Para qué lo queremos? Debemos considerar que la línea que separa lo normal de lo patológico es tan imperceptible que la protección puede fácilmente volverse posesividad, la preocupación en control, el interés en obsesión y los paradigmas amorosos en verdaderas vendas que nos ciegan en el camino de la búsqueda del amor.
Lo cierto es que la mayoría de las parejas pierde de vista el objetivo central por el cual acordaron estar juntos; aprender del otro y, por tanto no distinguen que los vínculos amorosos como todo fenómeno en la vida obedece a un proceso evolutivo que inicia por la atracción, transita por el romance y cierra con el compromiso, lo cual debiera tranquilizarnos a todos al aceptar que el amor invariablemente sufrirá cambios cualitativos en las formas de sentirlo y expresarlo, que no necesariamente se relacionan con modificaciones en la intensidad amorosa.
Referencias:
- Berne, E. (1988). Juegos en que participamos. Psicología de las relaciones humanas. Buenos Aires: Jaime Vergara Editor. (co-edición de Editorial Diana de México). Reimpresión.
- Fromm. E. (2004). El arte de amar. Barcelona: Paidós Ibérica.
- McGoldrick, M y Gerson, R. (1987). Genogramas en la evaluación familiar. Buenos Aires. Editorial Gedisa.
Héctor Cerezo Huerta: Doctor en Psicología Educativa y del Desarrollo por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Director del Departamento de Psicología y Formación Ética del Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla. Profesor-Instructor de Educación Continua de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, UNAM.
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