Usted está contento con su salario hasta que se entera de que su compañero de al lado, con el mismo puesto, gana más. La razón evolutiva de este fuerte sentido de la equidad, que los humanos comparten con otros animales, intriga a los científicos. “Nos interesa saber por qué los humanos no somos felices con lo que tenemos, aunque sea bueno, si alguien tiene más que nosotros”, dice la psicobióloga Sarah Brosnan, de la Universidad Estatal de Georgia (EE UU).
“En este sentido de la justicia se fundamentan desde la discriminación salarial hasta la política internacional”, añade Brosnan; sin embargo, no se sabe cuál es su origen en la historia de la evolución. En busca de sus raíces, durante las dos últimas décadas se ha generado una gran cantidad de literatura sobre la moral de los animales, en especial de los primates.
Brosnan y el primatólogo Frans de Waal, de la Universidad Emory (Atlanta, EE UU) han publicado en la revista Science una revisión de más de noventa artículos sobre las respuestas a la desigualdad de primates y otras especies. Los científicos han llegado a la conclusión de que “el sentido de la justicia no ha evolucionado porque sí, sino para asegurar los beneficios que se obtienen de la cooperación a largo plazo”.
Para De Waal, la moral se basa en dos pilares fundamentales: la reciprocidad y la empatía. Solo en relaciones de cooperación de las que se espera un beneficio recíproco surge, en algunas especies, el concepto de justicia.
Entre primates es habitual establecer vínculos de cooperación con otros, incluso si no son parientes. Precisamente, con individuos ajenos a la familia el rechazo a la injusticia se hace más fuerte. Frans de Waal explica a Sinc por qué: “Hay menos competición en estas relaciones. Cuando los individuos viven juntos durante mucho tiempo, pierden la cuenta de las veces que colaboran. Pero si yo le hago un favor a un conocido, lo recordaré por ser algo que no sucede con demasiada frecuencia”.
El problema para la cohesión de la comunidad comienza cuando el conocido no colabora como se espera o si obtiene más beneficios que los demás. Según explican los investigadores, “los individuos que perciben resultados desiguales podrían obstaculizar la cooperación y encontrar un nuevo compañero”.
¿Por qué a mí me dan pepino y a mi compañero uvas?
Los experimentos llevados a cabo con primates, perros, elefantes y cuervos sostienen que los animales que trabajan de forma cooperativa reconocen la injusticia en los resultados que son fruto de un esfuerzo similar.
En un conocido experimento realizado por De Waal y Brosnan, dos monos capuchinos (Cebus capucinus) recibían un trozo de pepino por una acción realizada correctamente.
En un primer momento, ambos aceptaban el premio, hasta que uno de ellos observaba que, por el mismo esfuerzo, su compañero obtenía una gratificación superior: uvas. El mono, entonces, rechazaba el pepino pese a que esto agrandaba la diferencia entre ambas recompensas. Aunque las uvas siempre habían estado a la vista, junto a los trozos de pepino, no habían sido un problema hasta que su compañero se beneficiaba de ellas.
La extrapolación de este experimento a los seres humanos es el juego del ultimátum. En él participan dos individuos. Uno se encarga de repartir una cantidad de dinero fija de forma que, si el otro está de acuerdo con la distribución, ambos reciben la cantidad aceptada, pero de no hacerlo, no hay recompensa para ninguno. A grandes desigualdades –cuya percepción depende de la cultura–, el sujeto que recibe una oferta menor a la esperada castiga al compañero negándole la recompensa.
Brosnan y de Waal distinguen dos tipos de aversión a la desigualdad: la que supone una ventaja para el individuo y la que juega en su contra. Lo más común entre todas las especies es protestar cuando la injusticia nos perjudica. Solo los humanos y algunos primates, como los chimpancés, se sienten incómodos ante una desigualdad que les beneficia e incluso llegan a rechazar el trato de favor.
“Renunciar a una ventaja para conseguir un beneficio a largo plazo requiere no solo capacidad de pensar en el futuro, sino también cierto autocontrol”, explica Brosnan. Este segundo paso, que exige habilidades cognitivas superiores, lleva a un verdadero sentido de la justicia, añade la autora.
La actitud también cuenta
Según varios de los estudios analizados por los dos investigadores, para algunos animales la actitud a la hora de colaborar es tan importante como los resultados. Por ejemplo, los monos capuchinos son reticentes a colaborar con un individuo que monopoliza la recompensa. Esto indica que “lo que impide la colaboración no es la desigualdad per se, sino que se combina con la actitud del compañero”.
Para De Waal, esto también nos sucede a los humanos. Preferimos no colaborar con personas que nos han demostrado actitudes nocivas, incluso renunciando a una recompensa segura.
El estatus de los individuos es otro factor determinante en la respuesta a la desigualdad. En grupos de primates con jerarquías muy establecidas, los individuos acatan situaciones que no les benefician a favor de los miembros más influyentes del grupo, porque es lo que se considera justo, pero no las aceptan con miembros de su misma posición social.
Los estudios revelan una mayor tendencia de los chimpancés a actuar de manera solitaria frente a otras especies como los monos capuchinos o los bonobos.
Para De Waal, esta actitud independiente puede proporcionar ventajas siempre que sea viable, pero no siempre lo es: “Si un chimpancé puede obtener ventajas por sí mismo, preferirá actuar solo. Los humanos probablemente también. Pero hay algunas ventajas que no puede obtener solo y necesita compañeros. Ahí es donde surge la cooperación y empieza a cobrar sentido comparar los propios esfuerzos con sus recompensas”.
(SINC)