Malaria: una enfermedad que cambia con el clima


La malaria, paludismo o chucho, es una enfermedad infecciosa producida por parásitos del género Plasmodium y se trasmite al ser humano por la picadura de diversas especies del mosquito del género Anopheles. Sólo la hembra la trasmite ya que el macho no pica, sino que se alimenta de néctares y jugos vegetales. Las investigaciones científicas realizadas hasta el momento sugieren que pudo ser contagiada al ser humano a través de los gorilas occidentales. Su nombre proviene del italiano medieval que significa “mal aire” y afecta entre 700.000 y 2’7 millones de personas que mueren al año por esta causa, de los cuales más del 75 por ciento son niños en zonas endémicas de África.

Dada esta problemática no es raro que científicos de todo el mundo se pregunten sobre ella. Karina Laneri, investigadora adjunta del Consejo en el Centro Atómico Bariloche de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) demuestra en el trabajo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), que en zonas epidémicas o estacionales el clima determina la variabilidad de la enfermedad y que en zonas endémicas la inmunidad que adquieren las personas luego de hospedar reiteradas veces al parásito enmascara la acción del clima, para producir la variabilidad de los casos.

Con la ayuda de un equipo interdisciplinario de investigación, se estudiaron durante veinte años dos cohortes de personas que viven en poblaciones próximas en Senegal, África, separadas por cinco kilómetros de distancia, y que presentan distintos grados de endemicidad, y con esos resultados arribaron a una conclusión. Como lo explica Laneri “mediante el uso de modelización matemática, simulación computacional, técnicas de inferencia estadística y de registros detallados que muestran la incidencia de la malaria, la variabilidad del parásito dentro de los huéspedes y la población de mosquitos, demostramos cómo los factores climáticos modificar la fuerza de infección”.

De esta manera, la variabilidad climática influye en las condiciones de vida, longevidad y dinámica de los Anopheles adultos, así como también en el tiempo de maduración del parásito de la malaria dentro del mosquito, lo cual repercute de forma determinante en la transmisión de la malaria. De hecho, experimentalmente se evidenció que la temperatura y humedad son factores que pueden alterar la longevidad y tasa de ovogénesis del mosquito transmisor.

A la influencia del clima – explica la investigadora – se suma el papel que desempeña la inmunidad de la población, que se desarrolla luego de repetidas infecciones. Es decir que las personas que son picadas reiteradamente, pese a estar infectadas, acaban por no presentar una sintomatología y por lo tanto son más difíciles de detectar que los casos sintomáticos. El resultado es problemático ya que se dificulta la eliminación de los reservorios humanos de la enfermedad, que es el último paso necesario para lograr la erradicación.

“De una manera muy clara, los modelos muestran cómo los individuos que están infectados pero que no presentan síntomas clínicos contribuyen de forma significativa a la infección de los mosquitos y por lo tanto a la transmisión”, detalla Laneri.

Es así que el efecto de la variabilidad climática puede verse enmascarado por la inmunidad en las zonas endémicas, observándose menos casos clínicos en diciembre que los esperados por este fenómeno, debido al aumento de la inmunidad clínica entre junio y ese mes. En las palabras de la investigadora “esto demuestra que existe una gran complejidad en la interacción entre el clima y la inmunidad en aquellas zonas donde la enfermedad está presente durante todo el año”.

Aunque el objetivo de este tipo de modelos matemáticos es la comprensión de los mecanismos subyacentes, su capacidad de simular veinte años de casos observados invitan a estudiar el poder predictivo del modelo alimentándolo con predicciones climáticas, proponiendo distintos escenarios de control del vector o de tratamiento con fármacos. Este es el próximo paso, ya que algunos estudios sostienen que con el cambio climático para el 2100 el riesgo de adquirir malaria se habrá incrementado un 26 por ciento en la población africana. “Sin embargo, estos estudios no tienen en cuenta la interrelación entre el clima y la inmunidad, que según nuestro estudio, debería considerarse especialmente para realizar predicciones en las zonas de malaria endémica”, concluye la investigadora.

(CONICET/DICYT)

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