México ¿El motor inmóvil?

México ¿El motor inmóvil?


Roberto Vélez Grajales, Juan Enrique Huerta Wong y Raymundo M. Campos Vázquez ¹

No era hacia la Tierra

adonde se dirigía mi mirada, sino hacia arriba,

allí donde se celebraba el misterio de la inmovilidad absoluta.

Umberto Eco, El péndulo de Foucault

En el año 2011, bajo la dirección y con el respaldo financiero de la Fundación Espinosa Rugarcía (Esru), el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) realizó el levantamiento de la Encuesta Esru de Movilidad Social en México 2011 (Emovi-2011). El objetivo de esta encuesta, al igual que su antecedente del año 2006, fue generar información que permitiera medir la movilidad social intergeneracional en México. A diferencia de la Emovi-2006, el levantamiento de la Emovi-2011 fue diseñado para obtener representatividad nacional, no únicamente para los hombres jefes de hogar, sino también para las mujeres, además de los subestratos respectivos de no jefes de hogar. Esto, a diferencia de la gran mayoría de encuestas en la materia, permitió ampliar el estudio hacia las dinámicas de movilidad social de grupos de población sobre los que se tiene poca información.

En el libro México, ¿el motor inmóvil?, publicado recientemente por el propio CEEY, profundizamos en dicha materia y en sus principales aristas: la desigualdad de oportunidad y la estratificación social. El diagnóstico sobre la movilidad social intergeneracional en el país se confirma: México es una sociedad que presenta bajas tasas de movilidad relativa (fluidez posicional) en los extremos de la escala socioeconómica. Si bien es cierto que se observan avances importantes en movilidad absoluta, también lo es que la dinámica estudiada no arroja resultados que llamen al optimismo. Por un lado, la desigualdad en la educación, lejos de haberse eliminado, se ha trasladado a niveles del ciclo escolar más alto: la educación media superior y superior. Además, hay evidencia de que las aspiraciones guardan relación con el origen social, de tal manera que entre más humilde sea este, más bajas resultan aquellas. Esto constituye una barrera adicional que refuerza la persistencia de la ya mencionada desigualdad. Asimismo y en lo que se refiere a la realización socioeconómica de las personas, se identifica un desfase entre escolaridad y mercado laboral; es decir, las calificaciones escolares no corresponden a la retribución alcanzada. Esto se debe a (a) un posible reflejo no solo de la desigualdad en el mercado educativo, sino también de (b) la baja calidad en la formación escolarizada de los mexicanos, y (c) una consecuencia de la carencia absoluta de empleos de alta calidad en México. En otras palabras, al aumentar la oferta de recursos humanos, pero no su demanda, resulta barato encontrar mano de obra calificada.

Aunado a lo anterior, aunque las cohortes más jóvenes han logrado una mayor movilidad educativa, esta camina en el sentido opuesto a la ocupación: las opciones de movilidad ocupacional se han reducido con el tiempo. Además, en el mercado laboral en su conjunto, aunque sí se observa cierta movilidad ocupacional en términos intergeneracionales, el grado de inmovilidad intrageneracional resulta significativo. A la dinámica observada hay que agregar otros elementos diferenciadores que son reflejo de una desigualdad estructural que permanece.

En primer lugar, la evidencia sugiere que la persistencia del statu quo se concentra más en la parte alta de la distribución ocupacional. En segundo lugar y en términos de género, se observa que las mujeres, en comparación con los hombres, son más propensas a perder la condición de ventaja relativa de origen y, también, a perpetuar su condición si es que esta es de desventaja.

Finalmente, aunque baja y lenta, vale la pena mencionar que en el corto plazo se observa una movilidad convergente en ingresos laborales. La fuerza que determina en mayor medida la convergencia no es el aumento de salarios de los pobres relativos, sino la caída de los salarios de los ricos relativos. Incluso si dicha dinámica se explicase por una caída en la oferta relativa de trabajadores no calificados, queda pendiente otro lastre para el desarrollo de México: la falta de crecimiento de la demanda laboral.

Entre los años 2013 y 2014 salieron a la luz dos obras directamente relacionadas con el tema de la desigualdad y la movilidad social. El capital en el siglo XXI, del economista Thomas Piketty, se convirtió en un fenómeno editorial que llevó el tema de la desigualdad estructural al centro de la discusión pública en todo el mundo.3 El segundo de ellos, The Son Also Rises: Surnames and the History of Social Mobility, del historiador económico Gregory Clark, también se ha convertido en un referente académico sobre la discusión de la desigualdad de oportunidades medida a través de la movilidad social.4 Las dos obras tienen un objetivo en común: analizar la dinámica de la desigualdad en el largo plazo, adoptando, la primera, un enfoque macro de análisis económico de evidencia histórica, y la segunda, un enfoque micro de análisis histórico sobre la dinámica económica observada. Además del nivel de enfoque, otras diferencias incluyen definiciones, metodología, fuentes de datos utilizadas, ámbito geográfico, periodo de análisis e incluso conclusiones.

Hay al menos tres razones para construir un Estado que impulse la movilidad: justicia social, reconocimiento del mérito y crecimiento económico

Sobre este último punto, vale la pena hacer mención de algunos argumentos de los autores sobre la persistencia (inmovilidad) o fluidez (movilidad) intergeneracional de las sociedades. Piketty, cuando se refiere al mérito y la herencia, concluye que en la medida en que la tasa de retorno del capital supere a la tasa de crecimiento económico, “el pasado tenderá a devorar el futuro: la riqueza generada en el pasado automáticamente crece más rápido, incluso sin que se trabaje, que la riqueza generada del trabajo, que es posible ahorrar. Casi de manera inevitable, esto tiende a darle un peso desproporcionado a las desigualdades creadas en el pasado y, por lo tanto, a la herencia”.5

De su argumento se puede inferir que la composición de la desigualdad estructural tiene pocas posibilidades de cambiar, y por lo tanto se esperaría, como se deriva de la relación entre desigualdad y movilidad plasmada en la Curva del Gran Gatsby, propuesta por Alan B. Krueger, que la movilidad social será baja.6 Clark, por su parte, con referencia al tema de la herencia de la riqueza —en su análisis micro sobre seguimiento a familias agrupadas por apellidos entre ricas, prósperas y pobres para el periodo 1858-2012 en Inglaterra y Gales—, encuentra que la tasa de movilidad intergeneracional es baja.7

La diferencia entre Piketty y Clark se deriva de sus implicaciones en cuanto a intervención pública. El primero propone una solución a través de la aplicación de un impuesto anual progresivo al capital, que “hará posible que se evite la interminable espiral de desigualdad a la vez que preservará la competencia y los incentivos para nuevos espacios de acumulación primitiva”.8 Por su parte, Clark, al plantear que la evidencia de su trabajo sugiere que la posición social está más o menos determinada por las habilidades innatas heredadas, propone que el mundo es más justo de lo que muchos pudieran esperar y que, de hecho, los descendientes de ricos y pobres de hoy alcanzarán igualdad en un periodo de alrededor de 300 años. En este sentido, plantea que las intervenciones públicas no incrementarán mayormente la movilidad social a menos que “afecten la tasa de emparejamiento matrimonial entre niveles de la jerarquía social y entre grupos étnicos”.9 Una de las principales motivaciones detrás de la elaboración de México, ¿el motor inmóvil? es justamente identificar espacios de intervención pública que incrementen la movilidad.

De los estudios previos del CEEY sobre la movilidad social en México es posible extraer una lección simple.10 Sin tomar en cuenta a las personas que sobresalen en la distribución demográfica, el sujeto promedio tenderá a lograr mayor movilidad si alcanza una mejor posición en la distribución ocupacional, que habrá de traducirse en un mayor ingreso permanente. A su vez, esta posición se logra, entre otros factores, si cuenta con una mayor y mejor escolaridad. De aquí la relevancia de identificar quiénes, cómo y bajo qué circunstancias logran tal escolaridad.

La desigualdad socioeconómica tiene un rol en el desempeño académico final. Este desempeño, sin embargo, es afectado por una plétora de decisiones a lo largo del ciclo educativo que rebasan el plano individual. Por ejemplo, si una familia invierte en escuelas privadas, o si —cuando elige que los niños vayan a escuelas públicas— opta por turnos matutinos en lugar de vespertinos, lo que implica una inversión de esfuerzo.
En este sentido, hay evidencia para entender que la desigualdad entre las personas hace las veces de una barrera que impide completar el ciclo educativo, pero también que diversos procesos actúan como condicionantes para que las personas completen a tiempo el ciclo educativo y se incorporen al mercado laboral de acuerdo con sus talentos y competencias. El origen social tiene que ver con que se asista a escuelas privadas o públicas, matutinas o vespertinas… Asimismo, permite identificar si se vive en un hogar sin expectativas de movilidad, o si hay una brecha insalvable entre aspiración como deseo y como expectativa. Hoy que se siguen discutiendo los cómos de las reformas educativa y laboral, parece pertinente discutir qué espacios tiene el Estado frente a estos dilemas.

Si bien la persistencia intergeneracional en resultados educativos es alta en México en comparación con otros países, la movilidad educacional relativa ha mejorado para las cohortes más recientes. Sin embargo, eso no se ha traducido en mayor movilidad en términos ocupacionales y de riqueza. Lo anterior sugiere que existen otras barreras institucionales que deben ser estudiadas para poder dar recomendaciones específicas de política pública. Por ejemplo, es posible que la oferta educativa haya crecido fomentando una mayor movilidad educacional, pero si dicha oferta ha crecido a costa de la calidad educativa, entonces puede esperarse un efecto nulo o muy limitado en ocupaciones o riqueza.

Otra barrera pudiera ser que la demanda laboral no haya crecido en ese periodo, lo que sugiere un problema estructural macroeconómico. Por lo tanto, deben considerarse ambos factores para lograr que la mayor movilidad educativa se traduzca en una de resultados económicos. Además, queda pendiente demostrar con evidencia si realmente la movilidad intergeneracional de la educación aumenta en México de manera estable y/o permanente.

Como ya se mencionó al principio, una de las características de la Emovi-2011 es que cuenta con información representativa para la población de mujeres mexicanas. Se estudian las características de la movilidad por género y se hacen comparaciones con la dinámica experimentada por sexo. Una discusión antigua en la literatura internacional versa sobre la maximización del ingreso en el hogar. En el Reino Unido, hacia la década de los sesenta, se discutió sobre la libertad de las mujeres como consecuencia de su ubicación en el mercado laboral. Analistas influyentes como John Goldthorpe han propuesto que la división del trabajo tiene también como objeto la maximización del bienestar del hogar, y que se debe considerar que el ingreso al mercado laboral por parte de mujeres y hombres, y la puesta en marcha de sus libertades, son dos temas más o menos independientes.11 Esto tiene consecuencias en la medición de la movilidad social. La hipótesis de la colocación en el mercado laboral como condición para la emancipación establece que la riqueza y ocupación deben medirse estrictamente a nivel individual. La hipótesis de la división del trabajo establece que, como hay arreglos a nivel de los hogares que maximizan el interés de sus ocupantes, es posible atribuir a ambos sexos los niveles de bienestar en el hogar, por ejemplo, el nivel de ingreso.

La evidencia presentada en México, ¿el motor inmóvil? llama la atención sobre la necesidad de partir de la división de género y de las decisiones que los sujetos hacen de manera racional para maximizar el bienestar al interior de los hogares. También se sugiere que hay una frontera de roles en tales decisiones, en las cuales los procesos de socialización parecen marcar una diferencia importante. De esta manera, la división del trabajo cruza por una frontera en la que los hogares transmiten a las siguientes generaciones el rol que jugarán las mujeres en el hogar. El resultado es que hombres con madres con posiciones en el mercado laboral tenderán a empujar a sus parejas para que, del mismo modo, participen en él. Esto, a su vez, atenúa la transferencia de roles de género tradicionales en la formación de preferencias de los hijos en dichas unidades familiares. Así, en la medida en que los roles tradicionales desaparezcan debido a una mayor participación laboral femenina, la libertad efectiva para las mujeres se incrementará; por consiguiente, las decisiones de inversión y las alternativas de fuentes de ingreso en los hogares se ampliarán.

Resulta insostenible un Estado en donde las brechas de bienestar sean tan amplias y, sobre todo, donde la polarización se traduce en una sociedad donde los ciudadanos no se reconozcan unos en otros

Por el contrario, también hay evidencia de que, bajo el esquema tradicional de roles que prevalece en México, mujeres con ocupaciones más altas tenderán a tomar decisiones que perpetúen el ciclo de desigualdad al interior de los hogares. Sin embargo, esa misma evidencia sugiere que las familias toman la división del trabajo como una alternativa para maximizar los beneficios en un contexto de oportunidades limitadas, y no en el escenario óptimo de libertad efectiva en la toma de decisiones que más adelante se sugiere. Si la libertad efectiva de oportunidades constituye una meta del Estado, las acciones que permitan que las mujeres tengan acceso al mercado laboral en tasas preferentes tenderán a emparejar el mercado de facto en el largo plazo, pero esto únicamente se logrará en un contexto de tratamiento igualitario desde la formación e inversión tempranas en las personas.

En el análisis comparado de movilidad, los esfuerzos conducidos por John Goldthorpe, por ejemplo, han establecido que los regímenes de movilidad no son tan diferentes en el mundo.12 Más allá del consabido argumento de la falta de crecimiento económico en distintos países, se ha dicho que hay cierta justicia en casi todas las naciones dado que el hijo de un obrero no tiene que ser obrero y el hijo del médico puede descender en la escalera laboral si su esfuerzo y talento son menores a los del padre. A esta semejanza entre países se la ha denominado “parecido familiar”. Así, un contraste entre México y Estados Unidos, cuyo régimen de movilidad es promedio de acuerdo con algunos analistas, muestra que la inmovilidad social mexicana se origina en la inmovilidad de las clases altas o, dicho de otra manera, en la capacidad de estas de reproducirse y establecer grandes barreras para que las demás clases no puedan moverse hacia arriba.

Por otro lado, uno de los problemas en países de ingreso medio, como México, es que no se tiene acceso a datos longitudinales para periodos largos de tiempo. Por lo tanto, resulta imposible establecer medidas de movilidad intrageneracional o bien comparar el ingreso del padre cuando tenía cierta edad en el pasado con el ingreso del hijo en el momento actual. La aplicación de métodos de frontera en la literatura señala nuevamente una alta persistencia en estatus socioeconómico. Finalmente, el análisis de la tendencia de los ingresos ocupacionales durante la última década indica que el ingreso crece más rápido entre los hogares relativamente más pobres. Esta observación es consistente con cambios en la estructura salarial, ocasionados principalmente por una disminución en la oferta relativa de trabajadores no calificados. La idea anterior se refuerza cuando el análisis se desagrega a nivel regional: aquellas regiones con población relativamente menos escolarizada son las que muestran menos variación en la movilidad, además de que tuvieron caídas menos bruscas en la crisis 2008-2009.

Cabe reflexionar sobre dos asuntos. Primero, existe baja movilidad social en México. La persistencia en el estatus socioeconómico es incluso mayor que en Estados Unidos, ya sea medida por ocupación, por índice de activos o por ingresos (mediante asignación de ingresos no observados). Los análisis futuros sobre este tema deben profundizar en el estudio de los mecanismos o canales de esa alta persistencia. Segundo, hay estudios que muestran que sí ha habido movilidad educacional. La cantidad de educación ha mejorado considerablemente a través de los años. Sin embargo, esa mejora enfrenta dos retos sustanciales: (1) que el ingreso o estatus ocupacional no haya mejorado en lo absoluto y (2) que el origen social aún tenga efectos fuertes sobre los logros en educación superior. Por lo tanto, se requiere un mayor análisis sobre por qué la demanda de trabajo no crece. Si la demanda laboral no aumenta, entonces el bono demográfico de las personas que de hecho obtienen mayor escolaridad no se podrá reflejar en mejores salarios o en creación de mejores trabajos. Esto podría ocasionar incluso que nuevas cohortes de individuos decidan no obtener una educación superior al calcular que los retornos son menores a los costos. Otra causa posible de la falta de mejoras en el ingreso es que la calidad de la educación no sea la adecuada.

La tesis de la cita de Umberto Eco con la que abre este texto no resulta ajena al país: México es un caso en el que se observa un grado de inmovilidad importante, especialmente en la parte alta de la distribución socioeconómica. De la evidencia que arrojan este estudio y otros trabajos sobre movilidad social en el país se deriva que la situación antes descrita es un reflejo de la problemática que ha limitado las opciones de desarrollo de México. Hay al menos tres razones para construir un Estado que impulse la movilidad social: justicia social, reconocimiento del mérito y eficiencia.13 En lo que se refiere a la primera, resulta insostenible un Estado en donde las brechas de bienestar sean tan amplias a lo largo de toda la distribución socioeconómica; pero sobre todo, donde se observe un proceso de polarización que se traduce en una sociedad donde los ciudadanos no se reconozcan unos en otros. En cuanto al mérito, debe traducirse en bienestar: las cualidades y el grado de esfuerzo de las personas, de no verse premiados, desincentivarán la inversión de corto, mediano y largo plazos, un problema que se suma a tensiones sociales que pueden no ser superadas. Finalmente, en cuanto a la eficiencia, si las barreras frente a la movilidad social impiden un mejor aprovechamiento de los recursos humanos de los que dispone una sociedad, entonces el potencial de desarrollo de las personas no se alcanzará. En otras palabras, lo que se generará es ineficiencia y, por ello, las opciones de crecimiento económico se
verán limitadas.

El análisis intergeneracional permite ver que no basta con emparejar el piso de oportunidades de arranque en una sola generación: hay que asegurar dicha condición de generación en generación. Para lograrlo, se requiere la construcción de un Estado que garantice una redistribución progresiva de las ganancias del crecimiento económico, el cual, a su vez, también debe ser un objetivo estatal. La igualdad de oportunidades y crecimiento han de traducirse en movilidad social intergeneracional. Ese debe ser el objetivo fundamental del Estado. Si lo logra, se habrá constituido en el principal motor del desarrollo mexicano. En términos del motor inmóvil de Aristóteles, el Estado sería aquel “ser inmóvil que mueve, y lo que mueve imprime el movimiento a todo lo demás.”14 EstePaís

1 El presente texto es un resumen de la “Introducción” al libro del mismo nombre, editado por Roberto Vélez Grajales, Juan Enrique Huerta Wong y Raymundo M. Campos Vázquez, y publicado por el CEEY en 2015. La evidencia aquí referida se obtuvo de trabajos propios y de otros autores compilados en la obra.

3 Thomas Piketty, Capital in the Twenty-First Century, The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, 2014.

4 Gregory Clark, The Son Also Rises: Surnames and the History of Social Mobility, Princeton University Press, Princeton, 2014.

5 Thomas Piketty, óp. cit., p. 378 (la traducción es nuestra).

6 Alan B. Krueger, The Rise and Consequences of Inequality in the United States, discurso presentado en el Center for American Progress (cap) el 12 de enero de 2012.

7 Gregory Clark, óp. cit., p. 94.

8 Thomas Piketty, óp. cit., p. 572.

9 Gregory Clark, óp. cit., p. 14.

10 Para una síntesis del conocimiento hasta hoy acumulado ver Roberto Vélez Grajales, et ál., Informe de movilidad social en México 2013: imagina tu futuro, Centro de Estudios Espinosa Yglesias, México, 2013.

11 Ver, por ejemplo, R. Erikson y J. H. Goldthorpe, The Constant Flux: A Study of Class Mobility in Industrial Societies, Clarendon Press, Oxford, 1992.

12 R. Erikson y J. H. Goldthorpe, “Intergenerational Inequality: A Sociological Perspective”, Journal of Economic Perspectives, vol. 16, núm. 31, 2002, pp. 31-44.

13 Julio Serrano Espinosa y Florencia Torche (editores) Movilidad social en México: población, desarrollo y crecimiento, Centro de Estudios Espinosa Yglesias, México, 2010.

14 Aristóteles, en el capítulo VII de su libro duodécimo de la Metafísica, se refiere al motor inmóvil como aquel que mueve sin ser movido, de ahí el término acuñado. Aristóteles, Metafísica, (consultado el 1 de septiembre de 2015).

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Roberto Vélez Grajales es director del Programa de Movilidad Social del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). Juan Enrique Huerta Wong es investigador de la UPAEP. Raymundo M. Campos Vázquez es coordinador general académico de El Colegio de México.

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