Muerte por guillotina

Muerte por guillotina


Aunque normalmente asociamos la guillotina con la Revolución Francesa y años posteriores pocos conocen que su uso llegó casi hasta nuestros días. La última decapitación aconteció el 10 de septiembre de 1977. El triste honor de ser el último ejecutado en la guillotina recayó en el inmigrante de origen tunecino Hamida Djandoubi, en la Prisión de Baumettes (Marsella) por la tortura y asesinato de Elisabeth Bousquet, su ex novia, Francia.

En julio de 1974, Djandoubi secuestró a la joven Bousquet, de 21 años, y la llevó a su casa, donde la torturó durante horas. Posteriormente, la trasladó desnuda e inconsciente a las afueras, lugar en que la estranguló y ocultó su cadáver. El cuerpo fue hallado pocos días después por unos niños.

Djandoubi fue detenido al cabo de unos meses y, tras confesar el crimen, fue condenado a muerte el 25 de febrero de 1977 por un tribunal de Aix-en-Provence. El 9 de junio se desestimó el recurso contra su sentencia y en la madrugada del 10 de septiembre se confirmó que no obtendría un aplazamiento o indulto del Presidente Valéry Giscard d’Estaing. Poco después, a las 4:40 de la mañana de ese mismo día, fue guillotinado. Su verdugo fue Marcel Chevalier.

El nombre del artilugio proviene del cirujano francés Joseph Ignace Guillotin, diputado en la Asamblea Nacional, que la recomendó para su uso en las ejecuciones, en sustitución de los métodos tradicionales. Sin embargo, no fue su inventor, puesto que máquinas parecidas ya se habían utilizado en Bohemia durante el siglo XIII, Alemania (llamada Fallbeil), Escocia (la Maiden de Edimburgo), Inglaterra (el gibbet de Halifax) y los Estados Pontificios desde el siglo XV.

La Asamblea Nacional adoptó el uso de la guillotina a fin de que la pena de muerte fuera igual para todos, sin distinción de rangos ni clase social. Hasta entonces sólo los miembros de la aristocracia tenían el privilegio de ser ajusticiados sin agonía.

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