Cráneo y húmero de Naia, en Hoyo Negro- Roberto Chávez Arce, archivo SAS-INAH


Al momento de su muerte, ocurrida entre 12 mil y 13 mil años atrás, Naia era una joven de entre 15 y 17 años de edad. En 2007, sus restos fueron encontrados en una oquedad de 60 metros de diámetro y 55 metros de profundidad por Alejandro Álvarez, Alberto Nava y Franco Attolini, tres miembros del Proyecto Espeleológico Tulum (PET), quienes bautizaron el sitio como Hoyo Negro en analogía con el fenómeno que ocurre en el espacio exterior.

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Susan Bird, miembro del PET, fue quien eligió el nombre de Naia en recuerdo a las náyades de la mitología griega que estaban al cuidado de los estanques de agua dulce. Entrenados para reconocer la importancia del patrimonio natural y cultural que se encuentra bajo las aguas, los espeleobuzos no tocaron nada y registraron el sitio mediante fotografía y video.

Tras esto, informaron de su hallazgo a la Subdirección de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a partir de lo cual se desarrolló en 2011 el Proyecto Arqueológico Subacuático Hoyo Negro bajo la dirección de la arqueóloga Pilar Luna Erreguerena, entonces responsable de esta instancia, y con la participación de renombrados investigadores de México, Estados Unidos, Canadá y Dinamarca, encabezados por el doctor James C. Chatters, de DirectAMS/Paleo Science en Bothell, Washington, y uno de los codirectores del proyecto.

Debido a que el esqueleto de Naia se encuentra casi completo y genéticamente intacto, los científicos lograron corroborar su edad y los fechamientos obtenidos a través de radiocarbono, uranio-torio y ADN antiguo, así como mediante el análisis de los racimos de calcita sobre los huesos y las semillas halladas en el sitio.

Pilar Luna Erreguerena, pionera en el estudio y protección del patrimonio cultural subacuático en México, señaló que uno de los datos más relevantes obtenidos en el análisis de ADN mitocondrial es que Naia provino de Beringia.

“Esto es de suma importancia ya que es posible decir que Naia es el eslabón que faltaba para comprobar que los grupos de indígenas o nativos americanos contemporáneos provienen de los primeros pobladores de América —paleoamericanos—, que llegaron desde Siberia a través del estrecho de Bering, por lo menos del grupo del cual era parte Naia. Aunque las características craneofaciales de Naia difieren de los nativos americanos modernos, podemos decir que comparte ascendencia con ellos”, indicó.

Esqueleto femenino antiguo más completo en América

De acuerdo con Luna Erreguerena, la buena preservación en que fueron encontrados los restos de Naia y la excelente conservación del esqueleto —realizada en la Sección de Restauración del Centro INAH Campeche, bajo la dirección de la maestra Diana Arano Recio y su equipo— han permitido continuar los estudios y análisis de los restos y seguir descubriendo aspectos interesantes sobre esta joven y el medio ambiente en el que vivió durante el Pleistoceno Tardío, en lo que hoy conocemos como la península de Yucatán.

“Por ejemplo, gracias a los análisis e investigadores se ha podido estimar su estatura, que era aproximadamente de un metro 52 centímetros. De la misma manera, a partir del diámetro de las cabezas femorales, los especialistas han podido inferir que su peso era de alrededor de 50.36 kilogramos. También se sabe que sufrió de una fractura en su radio izquierdo que ya había sanado para cuando ella murió”, apuntó.

Un aspecto sobresaliente es que Naia es la única mujer de más de nueve mil años encontrada con los huesos largos de ambos brazos y de una pierna completos, por lo que brinda a los científicos la oportunidad de ver por primera vez las proporciones de las extremidades en un esqueleto femenino tan antiguo.

BeringiaBeringia: el puente entre Alaska y Siberia

En 1937, el botanista Eric Hultén propuso el término «Beringia» como una apelación para el puente de tierra entre Alaska y Siberia que postulaba para poder explicar la distribución de ciertos grupos de especies de plantas. Desde entonces, la concepción de Beringia ha cambiado y muchos autores la usan actualmente para marcar una región entera entre el río Kolymá en el este de Siberia hasta el río Mackenzie en el territorio del noreste de Canadá. Se considera que esta conexión de tierra existió en diversas ocasiones durante la época del Pleistoceno, la última época glacial que inició aproximadamente hace dos millones de años y terminó hace 10 mil.

Fuente: Paleoncology of Beringia, editado por David M. Hopkins, John V. Matthews Jr., Charles E. Schweger y Steven B. Young y Nature History Books del Canadian Museum of Nature.

“Otro dato significativo es que los huesos de Naia presentan múltiples anomalías de crecimiento, lo cual indica que tenía una salud pobre o estaba desnutrida. Esto podría resultar increíble viviendo tan cerca del mar, pero es probable que algunas de las oleadas de los primeros pobladores de América no se hayan alimentado de la proteína de las especies marinas, sino más bien de lo que encontraban en tierra”, indicó Luna Erreguerena.

Por la posición de los dientes en su maxilar, se infiere que Naia era ligeramente prognata (es decir, tenía las partes bucales prominentes). Las investigaciones en México y en el extranjero continúan y próximamente se espera publicar los hallazgos más recientes derivados del estudio directo del esqueleto.

Otras especies encontradas en Hoyo Negro

De acuerdo con Luna Erreguerena, el objetivo principal del Proyecto Arqueológico Subacuático Hoyo Negro es seguir investigando los restos óseos humanos y de animales que se encuentran en la oquedad conocida como Hoyo Negro. Hasta ahora, el único esqueleto humano encontrado ha sido el de Naia, pero existen por lo menos 27 esqueletos de animales —algunos extintos y otros no— pertenecientes a 13 especies, algunas de ellas descubiertas por primera vez en esta parte de América.

Hasta el momento, se han identificado restos de gonfoterio, tigre dientes de sable, perezoso de tierra gigante de por lo menos dos tipos, oso, tapir, puma, gato montés, coyote, coatí de nariz blanca, cánido, pecarí, chancho de monte y murciélago.

“Entre estas especies se ha ido eligiendo cuáles son aquellas que nos pueden brindar más información y son las que se han ido recuperando en cada temporada de trabajos. Esto nos ha permitido incorporar en esta investigación a los especialistas más reconocidos en el mundo en cada especie”, indicó la investigadora.

De manera paralela, se estudia la formación de este sistema de cuevas, incluyendo los espeleotemas, los cambios en el nivel del agua, que hacen que hoy estén totalmente sumergidos sitios que hace por lo menos diez mil años estaban secos (o semisecos), así como el paleoambiente y los depósitos de calcita, de guano y de semillas, entre otros.

Metodologías y tecnologías de punta

El proyecto cuenta con la colaboración de especialistas en arqueología, paleontología, paleopatología, paleoecología, antropología física, arqueozoología, arqueometría, diferentes especialidades en biología, geología, ingeniería especializada en software y conservación, entre otras.

De acuerdo con Luna Erreguerena, las metodologías de investigación empleadas son muy parecidas a las que se usan en un trabajo arqueológico de tierra y consisten en términos generales en la ubicación del sitio, registro del contexto mediante croquis, tendido de líneas para la cartografía, dibujos escalados, fotografía y video.

“Sin embargo, lo que cambia debido al medio ambiente tan peculiar son los instrumentos con los que se logra aplicar las metodologías mencionadas. En este proyecto se han incorporado nuevas tecnologías de punta en lo que se refiere a la iluminación, escáner bajo el agua y toma de fotografías con la técnica Structure from Motion para hacer modelos en tercera dimensión, tanto de los restos como del fondo del sitio”, apuntó.

Para Luna Erreguerena, los espeleobuzos son los ojos y los brazos de los científicos, ya que el acceso a esta oquedad requiere de una gran capacitación en buceo de cavernas, además de un entrenamiento constante en registro arqueológico, toma de muestras y localización y recuperación de especímenes. Sin embargo, los hallazgos se quedarían en huesos sin la participación de los científicos, quienes sin los espeleobuzos ni los huesos no tendrían nada que investigar y, por lo tanto, se perdería un conocimiento invaluable.

“El trabajo conjunto entre especialistas y espeleobuzos ha rendido grandes frutos que no podrían haberse obtenido de otra manera”, indicó.

Desde el Laboratorio de Bioarqueología e Histología de la Universidad Autónoma de Yucatán (Uady), los investigadores Vera Tiesler y Andrea Cucina se encargan de estudiar la historia metabólica de Naia y aspectos relacionados potencialmente con su estado de salud a partir de sus restos óseos. “También queremos averiguar el potencial analítico sobre el tejido ya alterado por el tiempo y las condiciones, y así dar una perspectiva para el futuro análisis en materia de ADN, isotopía, etcétera”, apuntó Vera Tiesler.

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arroba14010contacto 1• Arqu. Pilar Luna Erreguerena
Investigadora de la Subdirección de Arqueología Subacuática, INAH
 corrico dos   [email protected]

 

Marytere Narváez

Mérida, Yucatán (Agencia Informativa Conacyt)

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