Axel Chávez
El 3 de febrero de 1854, el poeta mexicano Francisco González Bocanegra fue declarado ganador del certamen de la letra del Himno Nacional Mexicano.
“Volemos al combate, a la venganza, Y el que niegue su pecho a la esperanza, Hunda en el polvo la cobarde frente”[1], fue el título de la obra que se impuso a las 26 composiciones que fueron dictaminadas por el jurado, integrado por los escritores José Bernardo Couto, Manuel Carpio y José Joaquín Pesado,
“El tono bélico de las estrofas del Himno refleja una etapa importante y triste de la historia de México, de sus días convulsivos y de sus atormentadas contiendas, que daban como tema fundamental el de la guerra; sin embargo, el genio del poeta supo cantar e invocar la guerra para anhelar y preservar la paz, con un sentido de libertad y no de conquista, de defensa y no de agresión”[2], destaca Álvaro Ibáñez Doria, Premio Nacional al Mérito Cívico, en un ensayo sobre el Himno Nacional Mexicano.
En esa época, recuerda el mismo autor, el país atravesaba por una crisis interna, la disputa por la silla presidencial, 50 gobiernos en 30 años de vida independiente, e inestabilidad económica, política y social; además, acababa de pasar por dos injustas luchas -una con los franceses en 1838 y, otra, con los norteamericanos en 1847-, que dejaron graves cicatrices entre los mexicanos: la pobreza y el rezago social, así como las muertes de cientos de miles en nombre de la patria.
Según la versión de los descendientes de Bonanegra, la prometida del poeta, Guadalupe González del Pino, lo llevó con engaños a una habitación, la cual había preparado con todos los instrumentos que pudiera necesitar para componer. Lo encerró bajo llave y no le permitió abandonar su cautiverio hasta que, cuatro horas después, puso punto final a la composición[3].
Simultáneamente, el gobierno del general Antonio López de Santa Ana también había lanzado una convocatoria, a través del ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio a un certamen para musicalizar la composición, cuyo ganador fue el italiano Giovanni Bottesini. Sin embargo, dado que su propuesta no fue del agrado popular, se lanzó un segundo certamen. Dios y Libertad, del músico español Jaime Nunó, fue elegida como la ganadora el 12 de agosto de 1854[4].
En el teatro Santa Anna, que poco después cambio su nombre por el del Teatro Nacional, se cantó por primera vez el Himno Nacional Mexicano, el 15 de septiembre de 1854, aunque la interpretación inicial estuvo a cargo de una compañía de ópera italiana que se encontraba en México, dirigida por el maestro Giovanni Bottesini y el coro de la compañía de Miguel Masón y Pedro Carbajal,. La obra conjunta fue interpretada por el Tenor Lorenzo Salvi y la Soprano Claudia Florenti.
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Componer el himno de una nación que atravesaba por una grave crisis interna sepultó a Francisco González Bocanegra y a Jaime Nunó en el olvido y en la miseria hasta el último minuto de sus vidas.
Sin recibir galardón alguno ni estímulo económico por su poesía y su música, ambos tuvieron que refugiarse a la caída del régimen de Antonio López de Santa, quien, después de 11 reelecciones, fue obligado por los liberales a abandonar el país.
La carrera poética de Bocanegra terminó pronto, sin más galardón que la composición nacional, la cual, hasta muchos años después de su muerte fue reconocida.
Los versos que atribuían grandeza y honra al antiguo dictador (II, III, IV, VII, VIII y IX) fueron eliminados, como ejemplo, la cuarta estrofa[5]:
Del guerrero inmortal de Zempoala
Te defiende la espada terrible,
Y sostiene su brazo invencible
tu sagrado pendón tricolor.
El será del feliz mexicano
en la paz y en la guerra el caudillo,
porque él supo sus armas de brillo
circundar en los campos de honor.
A sus 34 años de edad, contrajo tifoidea y murió en la Ciudad de México el 11 de abril de 1861. Los periódicos de la capital, en breves líneas, hablaron de la muerte del «joven poeta que tanto prometía». Ninguno mencionaba el himno nacional, porque estaba prohibido.
Algo similar pasó con Jaime Nunó.
Según Cristian Canton, en 1901, un militar mexicano –aunque también se maneja la versión de que era un periodista-, desayunaba en un restaurante en Búfalo, Nueva York, cuando una camarera le dijo que el señor de allá, el de pelo blanco, hablaba español y al parecer había compuesto una marcha que en su país se toca mucho.
Ese anciano era Jaime Nunó, quien a sus 77 años, después de abandonar México en 1855, había recorrido toda América hasta asentarse en ese poblado, donde daba clases de música. Para esa fecha, la nación que utilizaba su obra como uno de sus símbolos patrios y lo hacía sonar en señal de victoria, lo creía muerto[6].
Gracias a ese encuentro, Porfirio Díaz lo mandó llamar con todos los honores. La prensa llenó de elogios al veterano músico en una muestra de reverencia.
No obstante, de acuerdo a la versión de Canton, sus declaraciones en 1904 sobre los motivos para componer el Himno medio siglo antes, además del recuerdo de su relación con Santa Anna, lo sentenciaron de nuevo al olvido.
Murió en 1908 a la espera de una carta de Porfirio Díaz. Su deseo de ser enterrado en México, por cuestiones políticas, no se cumplió sino hasta 1942 cuando sus restos fueron llevados a la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Los días convulsivos y de atormentadas contiendas a los que hace referencia su melodía lo persiguieron hasta su encuentro con la muerte.
Nunó se esfumó sin gloria, en el anonimato, víctima de una composición patriótica que no fue siquiera, afirman los que estudian su obra, la mejor que pudo idear su pensamiento. Cargando como loza un Himno que representa a una tierra que no es suya y que no le recibió como tal.
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A su muerte, Francisco González Bocanegra dejó poesías, composiciones heroicas y un drama llamado Vasco Núñez de Balboa. Muchas de ellas jamás fueron publicadas. Sus composiciones terminaron en un baúl saturado de recuerdos tristes que heredó a sus descendientes,
El legado de Nunó se resume a la “Selección de obras, colección de partituras” coeditada por MosaicEditions y el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (2010). Sin embargo, según el investigador Cristian Canton, sus obras eran “una combinación de la floridez italiana, la grandiosidad alemana y el vigor americano» que estaban a la altura de las de el alemán Ludwin Van Bethoven.
[1] http://www.conaculta.gob.mx/detalle-nota/?id=7659
[2] Ibídem
[4] Ibídem
[5] Secretria de Relaciones Exteriores Historia del Himno Nacional
[6] Ricardo, Jorge. Diario Reforma Rescatan el legado de Jaime Nunó. Sep. 10/ 2012