El Museo Thyssen-Bornemisza presenta del 17 de febrero al 17 de mayo de 2015 la primera gran retrospectiva de Raoul Dufy en Madrid en 26 años. La exposición, que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid, ofrece una visión del conjunto de la trayectoria del artista francés a través de 93 piezas procedentes de colecciones privadas y museos como el Musée d ́Art Moderne de la Ville de Paris, la National Gallery of Art de Washington, el Art Institute of Chicago, la Tate de Londres, y el préstamo excepcional de 36 obras del Centre Pompidou de París. Se trata de una selección de óleos principalmente, pero también dibujos y acuarelas, así como diseños en tela y cerámicas, realizados a lo largo de toda su extensa y prolífica carrera de algo más de medio siglo.
La obra de Raoul Dufy posee una complejidad que a menudo ha sido pasada por alto. Sus populares escenas de regatas y carreras de caballos hicieron que, ya a finales de la década de 1920, los críticos e historiadores se refiriesen a su pintura como nacida bajo el signo del placer. Sin obviar la innegable faceta hedonista de su obra, la presente exposición se distancia de esta interpretación para mostrar la lenta gestación de su lenguaje personal, su búsqueda constante de nuevas soluciones plásticas y, sobre todo, su faceta más introspectiva.
El comisario de la exposición, Juan Ángel López-Manzanares, conservador del Museo Thyssen- Bornemisza, propone un recorrido que se organiza cronológicamente, siguiendo la evolución de su pintura en cuatro apartados: sus primeros pasos (Del impresionismo al fauvismo); la época en la que bajo la influencia de Cézanne su pintura se acerca al cubismo (Periodo constructivo); sus creaciones vinculadas a la estampación de tejidos y ornamentación de cerámicas (Decoraciones); y, por último, su etapa de madurez (La luz de los colores).
Del impresionismo al fauvismo
La exposición arranca con las bulliciosas escenas de muelles y mercados que Dufy pinta en Normandía, y también en Marsella y Martigues con motivo de un viaje al Midi en 1903. En 1905, abandona esta temática y va aclarando progresivamente su paleta y soltando su trazo para representar escenas de ocio captadas a plena luz del día.
Aunque Dufy se reconoció heredero del impresionismo, pronto comprendió la necesidad de superarlo. Él mismo cuenta cómo mientras pintaba la playa de Sainte-Adresse advirtió la imposibilidad de capturar los continuos cambios de la luz: “ese método de calcar la naturaleza me llevaba hasta el infinito, hasta los meandros, hasta los detalles más menudos, los más fugaces. Y yo me quedaba fuera del cuadro”. Si Monet, Sisley o Pissarro habían intentado capturar en sus lienzos las impresiones de su retina, la nueva generación de artistas aspiraba a algo más que la mera satisfacción visual.
En el Salon des Independants de 1905, Dufy queda impactado por los cuadros de Matisse. Este descubrimiento provoca un cambio de rumbo en su obra: “… el realismo impresionista perdió para mí todo su encanto al contemplar el milagro de la imaginación introducida en el dibujo y el color. Comprendí de repente la nueva mecánica de la pintura”. Durante el verano de 1906, hace suyo el lenguaje fauve. En sus vistas de la playa de Sainte- Adresse, así como del puerto y de las calles de Le Havre engalanadas con banderas con ocasión de la fiesta del 14 de julio, Dufy abandona progresivamente la pincelada vibrante para fijar la luz en amplias zonas de color; la paleta es más intensa y las sombras negras han desaparecido, sustituidas por tonos azules y malvas. Ya no se trata de reproducir fielmente la realidad exterior, sino de crear una interpretación lírica de la naturaleza con la intención de despertar emociones a través del color.
Periodo constructivo
Como muchos artistas de su época, Dufy se sintió profundamente conmovido por los cuadros de Paul Cézanne que pudo contemplar en el Salon d ́Automne y en la galería Bernheim-Jeune de París en 1907. La impronta del maestro de Aix se aprecia en las líneas ortogonales y las formas simplificadas de Barcos y barcas, Martigues (1907-1908), así como en los lienzos que pintó en el verano de 1908 en
L ́Estaque, junto a Georges Braque, que muestran una acusada geometrización de las formas, un cromatismo restringido y el empleo de la pincelada constructiva cézanniana. No obstante, a diferencia de Braque, Dufy no avanza en la senda del cubismo, sino que ensaya su propio lenguaje al tiempo que recupera su anterior interés por el color como se aprecia en una de las obras más destacadas de este periodo La gran bañista (1914).
En este apartado se incluye por vez primera una selección de dibujos que Raoul Dufy realizó para el Bestiario o Cortejo de Orfeo de Apollinaire, considerado una de las primeras obras maestras dentro del género del libro de artista. Las ilustraciones que realiza para el libro son una combinación de motivos paganos y cristianos, inspirados en obras medievales y renacentistas, que contribuyen a descifrar el significado profundo de la poética de Apollinaire.
Dufy ya había destacado como grabador de madera en sus primeras xilografías de los años 1907-1908, técnica que a Apollinaire le parecía especialmente adecuada para acompañar a las cuartetas, quintillas y sextillas que compondrían el Bestiario, su primer libro de poesía. Con esta selección de dibujos del Centre Pompidou, el visitante podrá seguir el proceso -nada improvisado- de elaboración del libro, pero también acceder a la intimidad artística de un gran dibujante, con una admirable seguridad de trazo y facilidad decorativa.
Decoraciones
Sus trabajos de ilustración y grabado fueron la antesala de una nueva aventura creativa que tomaría forma cuando en 1909 entra en contacto con el modista Paul Poiret y, más tarde, al firmar un contrato con la empresa de textiles Bianchini- Férier, entre 1912 y 1928. El pintor halla en el diseño de tejidos una prolongación de sus experiencias con el grabado, así como un campo de libre experimentación con el color. A sus primeras composiciones vinculadas a sus grabados le suceden diseños florales y de animales en los que se libera de su estética constructiva y se reencuentra con la fantasía decorativa innata a su temperamento.
Desde 1924 Dufy se interesa también por la cerámica. En colaboración con Llorens Artigas, decora jarrones y azulejos con sinuosas formas de bañistas, animales y conchas. En Jardines de salón –ideados junto a Artigas y al arquitecto catalán Nicolau Ma Rubió- realidad y ficción se conjugan en originales jardineras para bonsáis que evocan diversas tipologías de jardines occidentales tradicionales.
La luz de los colores
Tras la Primera Guerra Mundial, Dufy visita a menudo el sur de Francia. Imbuido por la naturaleza serena de la Provenza, trata de dotar a su obra de un nuevo equilibrio clásico. Además de las formas esculturales del paisaje, la luz del Mediterráneo es determinante en su pintura: “La luz fija del Mediterráneo lleva de manera natural a esa calma, a esa serenidad clásica, tan distinta de la fugacidad de los efectos que el Atlántico o el Canal de la Mancha confieren a los paisajes”.
Dufy trata entonces de encontrar en sus paisajes una síntesis entre el espectáculo de la naturaleza y el disfrute de pintar al aire libre, por un lado, y el afán de encontrar un orden estrictamente plástico, vinculado a la labor reflexiva en el estudio, por otro. Para conseguirlo, somete a sus paisajes a una ordenación en bandas cromáticas, y organiza luces y sombras en base a la luz que emana de los propios colores: “Seguir la luz solar es perder el tiempo. La luz de la pintura es otra cosa, es una luz de distribución, de composición, una luz-color”. Además, sus experiencias con el grabado y la elaboración de gouaches para tejidos le llevan a independizar el color de figuras y objetos respecto a su contorno. La dualidad entre exterior e interior se puede apreciar, asimismo, en sus numerosas vistas de ventanas y balcones abiertos como Ventana abierta, Niza (1928), Ventana sobre la Promenade des Anglais, Niza (1938) y El estudio del Impasse Guelma (1935-1952). En ellas, Dufy sigue el ejemplo de Matisse estableciendo un complejo equilibrio entre la trasparencia ilusionista del cristal y la superficie opaca del cuadro.
El tiempo y su representación también están presentes en su obra madura. Para él, la pintura debe representar no solo lo visible, sino también un cúmulo de recuerdos, tradiciones y vivencias vinculadas a un lugar determinado. Así, en sus representaciones del mundo moderno incluye a menudo elementos alegóricos, mitológicos o construcciones del mundo clásico. Es el caso del Puerto con velero. Homenaje a Claudio de Lorena (1935) en el que representa el Coliseo al borde de un idealizado puerto que recuerda tanto a Marsella como a los paisajes del pintor francés del XVII.
En sus últimos años de vida Dufy dedica gran parte de su producción, de carácter más intimista, a la música. El ambiente musical de su infancia en Le Havre explica su amor sin reservas por esta disciplina que le lleva a buscar, a lo largo de toda su carrera, equivalencias plásticas para las sonoridades musicales. Es el caso de Naturaleza muerta con violín. Homenaje a Bach, (1952) donde Dufy se sirve del trazo sinuoso -que tiene mucho de notación musical- y de la fuerza del rojo para evocar el sonido de este instrumento.
El negro alcanza un mayor protagonismo en sus cuadros tardíos de corridas de toros y, sobre todo, en su serie El carguero negro. Este motivo, presente desde 1925, vuelve en una serie desarrollada entre 1946 y 1953, donde recurre de nuevo a este color para representar la máxima luminosidad. Si bien Dufy no quiso convertir su pintura en expresión de sus sentimientos personales, esta serie puede ser interpretada como el presentimiento de su muerte cercana.