Un estudio realizado por científicos de la Universidad de California (UC) en San Diego y de la Universidad de Yale (EE UU), publicado en el último número de la revista PNAS, desvela que los amigos sin relación de parentesco comparten similitudes genéticas.

“Mirando a través del genoma nos encontramos que, por término medio, somos genéticamente similares a nuestros amigos”, señala James Flower, profesor de genética médica y ciencias políticas de la UC y coautor del trabajo, quien subraya: “Tenemos más ADN en común con los amigos que escogemos que con los extraños de nuestra localidad”.

Los resultados muestran que los amigos tienen las mismas semejanzas genéticas que existen entre primos cuartos o personas que comparten algún padre de sus tatarabuelos. Esto se traduce en, aproximadamente, el 1 % de los genes. “Puede no parecer mucho, pero para los genetistas se trata de un número significativo”, indica Flower.

El investigador Francisco Ayala, de la Universidad de California, al hablar con Sinc coincide en la misma valoración: “Se trata de 1% más del promedio entre individuos que no están relacionados. Aunque es un porcentaje pequeño, lo sorprendente es que es estadísticamente significativo, es decir, el incremento no se puede atribuir a resultados del azar”.

‘»Lo interesante del resultado es que la diferencia existe.  Su interpretación depende de muchas consideraciones, en función de los intereses de quienes lo consideran'», añade el experto.

El análisis estadístico que está detrás del trabajo se ha basado en los llamados polimorfismos de nucleótido simple (SNP, por sus siglas en inglés), variaciones en la secuencia del ADN que solo afectan a una sola base en la secuencia del genoma. Para que se considere un SNP es imprescindible que una de esas variaciones se de en al menos un 1% de la población, descartando así las mutaciones puntuales.

Para realizar el  trabajo se ha efectuado un amplio análisis del genoma  –aproximadamente de 1,5 millones de marcadores genéticos– con los datos del Framingham Heart Study, un estudio a largo plazo sobre enfermedad cardiovascular que incluye información genética y sobre quién es amigo de quien en la población de Framingham (Massachusetts).

Se examinaron 1.932 sujetos y se compararon parejas de amigos no relacionados con parejas de extraños también sin relación. Estas mismas personas, que no eran ni parientes ni cónyuges, se utilizaron en ambas muestras. La población de Framingham está dominada por gente de ascendencia europea, por lo que se descartaron tendencias étnicas entre las amistades.

Los investigadores también han desarrollado lo que llaman ‘puntuación de la amistad’, que se puede utilizar para predecir quiénes pueden ser amigos con el mismo nivel de confianza con el que se calcula, a partir de los genes, las probabilidades de padecer obesidad o esquizofrenia.

Amistad y evolución

Según los autores, los atributos compartidos entre amigos confieren una variedad de ventajas evolutivas. Por ejemplo, si un amigo tiene frío y enciende un fuego, beneficia a su compañero.

Los datos también revelan que uno de los grupos de genes más parecidos entre los amigos son los que afectan al sentido del olfato, como compartir el olor de una taza de café. Los investigadores sugieren que este hecho puede deberse a una misma atracción por ambientes similares, aunque no descartan otras explicaciones.

Sin embargo, ocurre lo contrario en el caso de  los genes que controlan la inmunidad. Como sucede entre los cónyuges, los amigos son genéticamente más diferentes en su protección contra diversas enfermedades. Esto se asocia con el hecho de que mantener relaciones con personas capaces de resistir diferentes patógenos reduce su difusión interpersonal.

Además, los científicos creen que probablemente existen varios mecanismos que nos impulsan a elegir como amigos a personas genéticamente similares. Los genes que resultaron ser más similares entre amigos parecen estar evolucionando más rápidamente que otros.

Los autores consideran que esto puede ayudar a explicar por qué la evolución humana parece haberse acelerado en los últimos 30.000 años, y sugieren que el propio entorno social es una fuerza evolutiva.

“Este trabajo apoya la visión de los seres humanos como fuerzas evolutivas, no solo respecto a los microbios dentro de nosotros, sino también a las personas que nos rodean”, señala Nicholas Christakis, coautor del estudio y profesor de sociología, biología evolutiva y medicina en la Universidad de Yale, que concluye: “Parece que nuestra salud no solo depende de nuestra propia constitución genética, sino también de la de nuestros amigos”.

(SINC)

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