Carolina Gómez-Díaz (Oviedo, 1979) es parte del equipo que, bajo la batuta de Richard Benton, ha desafiado las teorías existentes sobre uno de los mecanismos básicos de la olfacción. En el Centro de Genómica Integrativa de Lausana (Suiza) la investigadora persigue las bases de los aromas de la seducción para, sin metáforas, ejercer una atracción fatal. Los protagonistas de sus jornadas son los insectos, y uno de sus objetivos, el control de plagas y enfermedades asociadas.

Las feromonas parecen una suerte de “especias” que aderezan el olor corporal con efectos irresistibles, ¿cómo las define una científica?

En cierta medida actúan así, pero desde el punto de vista científico son moléculas que un organismo emite y otro de su misma especie percibe con la consiguiente activación de comportamientos innatos, como la atracción hacia el sexo opuesto.

¿Qué busca exactamente en ese entramado de olores y seducción?

Ahondar en el conocimiento de cómo un insecto detecta las feromonas nos puede ayudar a desarrollar técnicas para actuar sobre plagas en cultivos y sobre insectos que transmiten enfermedades, como el mosquito de la malaria. Si sabemos qué olores perciben, qué partes del cerebro y qué conductas se activan con ellos, podremos controlarlos. Con ese objetivo, entre otros, trabajo en un proyecto orientado a establecer las bases genéticas y moleculares de la detección de las feromonas.

¿Cómo llega a saber lo que un insecto “siente” en contacto con un determinado olor?

Para eso utilizamos como especie modelo la mosca de la fruta, Drosophila melanogaster, porque nos permite utilizar herramientas genéticas muy avanzadas y modificar la actividad de las células nerviosas para averiguar cuál es su función. Incluso podemos marcar las células del sistema nervioso con colores fluorescentes para trazar el recorrido de un determinado impulso en el cerebro, por ejemplo. Así podemos ir diseccionando el comportamiento olfatorio de los insectos, estudiando desde las proteínas que perciben un olor y las neuronas primarias que responden a ellos hasta los circuitos cerebrales que al activarse provocan ese comportamiento concreto. 

¿Cuál es exactamente su aportación?

Gran parte de mi tiempo en el laboratorio lo invierto en técnicas de genética molecular y electrofisiología. Una de las cosas que hago en mi trabajo, por ejemplo, es colocar un electrodo en la antena de la mosca, su “nariz”, y medir con él su actividad eléctrica. Al exponerla a un olor, podemos ver qué neuronas se activan. Y dependiendo del tipo y el número de neuronas estimuladas, se producirá una u otra reacción en el insecto.

¿Puede aplicarse este conocimiento a la percepción y el comportamiento humanos? 

Aunque nuestro trabajo se engloba dentro de la investigación básica, siempre tenemos en cuenta qué aplicación puede tener en un futuro. Por ejemplo, una de las proteínas con las que trabajo, SNMP (Sensory Neuron Membrane Protein), es esencial para la detección de feromonas en insectos y está muy relacionada en su secuencia genética con una proteína humana de la que se considera homóloga, la CD36. Cuando se producen alteraciones que afectan a esta familia de proteínas, en el ser humano se producen enfermedades metabólicas y neurológicas como por ejemplo, hipertensión arterial, diabetes, cardiomiopatías, arterioesclerosis e incluso Alzheimer. Así que averiguar el funcionamiento básico de la proteína SNMP en insectos nos puede ayudar a comprender el funcionamiento de la proteína humana correspondiente, lo que otros laboratorios podrían utilizar para desarrollar fármacos orientados a estas patologías.  

No hace mucho, junto con sus compañeros desafió las teorías existentes sobre uno de los mecanismos básicos de la olfacción, ¿cómo fue?

No es sencillo publicar teorías alternativas a las ya establecidas, pero este año hemos publicado un trabajo en PLOS Biology en el que desafiamos las teorías existentes sobre la forma de activación de las neuronas olfatorias que responden a feromonas. Hasta entonces, lo científicamente aceptado era que estas neuronas olfatorias se activaban a través de un complejo activo formado por la feromona y una proteína de unión a olor llamada LUSH. En cambio, nosotros demostramos que es la feromona en sí, directamente, la que activa la neurona olfatoria. Con ello, se abre un campo nuevo para proponer modelos paralelos al que existía. En estos momentos,  seguimos trabajando para tratar de aportar nuevos conocimientos sobre el tema.

¿Qué destacaría del ambiente de trabajo en el Centro de Genómica Integrativa de Lausana?

En los laboratorios grandes tienes que aprender a convivir, colaborar, compartir tus habilidades y aprovechar las de los otros. Por otra parte, el profesor Benton apoya y ayuda en todo siempre que lo necesitamos, es un investigador joven pero con un gran prestigio internacional en el campo de la neurogenética. Y quienes trabajamos con él sabemos que una experiencia como ésta es muy importante para poder liderar nuestro propio laboratorio en un futuro.

¿Cómo se encuentra viviendo en Suiza?

Puedo decir que me he adaptado bien, aunque sigo aprendiendo día a día. Y no ya sólo por el laboratorio, sino porque trabajamos en inglés pero en la calle tienes que manejar francés, así que es un proceso de superación lingüística constante. En cuanto al trato con los compañeros, una de las cosas buenas es que en el grupo tenemos gente de todos los continentes, y eso enriquece muchísimo en lo personal. Pero mi vida es un poco curiosa.

¿Por qué?

Conocí a mi marido, que también es científico, trabajando en la Universidad de Oviedo, pero tras una etapa en la que vivimos juntos en Asturias, él ahora trabaja como investigador en Alemania, así que sólo nos vemos los fines de semana, uno en Suiza y el siguiente en Alemania.

En ese caso, no resulta difícil imaginar qué es lo que más echa de menos…

Así es. Lo que más me cuesta es vivir separada de mi marido, mi familia y mis amigos. Me encantaría volver a Asturias, pero por el momento no es sencillo.

Carolina Gómez Díaz (Oviedo, 1979) se doctoró en el Grupo de Neurogenética de la Universidad de Oviedo bajo la dirección de Esther Alcorta, con quien continúa colaborando en la actualidad. Posteriormente, y tras una estancia en el laboratorio de Leslie Vosshall en la Universidad Rockefeller en Nueva York, recibió una ayuda del PCTI del Principado gestionada por FICYT que le permitió incorporarse en 2009 al Centro de Genómica Integrativa de Lausana, en Suiza, donde ha sido contratada y continúa trabajando actualmente, dentro del laboratorio dirigido por el profesor Richard Benton.


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