Desde que en 1856 se descubriera el primer neandertal en una cueva próxima a la ciudad alemana de Düsseldorf, sólo tres años antes de que Darwin publicase “El origen de las especies”, estos homínidos ocupan un lugar destacado en el imaginario popular. El profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Antonio Rosas, es uno de los mayores especialistas en neandertales. Si algo se puede destacar de este investigador es su compromiso con la divulgación de la ciencia.
La paleontología humana es una ciencia relativamente reciente que siempre ha tenido una gran repercusión mediática. ¿Crees que la información sobre paleoantropología se transmite de forma adecuada?
En mi opinión se trata razonablemente bien porque se ha aprendido mucho. A raíz de los descubrimientos de Atapuerca, la sociedad en su conjunto se ha visto interesada y los periodistas han ido aprendiendo, todos hemos aprendido. Ya no se cae en las barbaridades cronológicas de antes que igual se hablaba de un millón que de mil millones de años, el tiempo no se sabía dimensionar. Ahora se hace razonablemente bien y los periodistas van trabajando una noticia y cuando sale otra, la relacionan con la anterior. Además, cada vez se leen menos cosas como ésta: “El descubrimiento de este nuevo cráneo cambia la historia de la evolución humana”. No, porque esos hallazgos, normalmente, no cambian todo si no que añaden información y matizan lo anterior.
El hombre y el chimpancé están evolutivamente más próximos entre sí que el chimpancé y el gorila. Sin embargo, a pesar de compartir una importantísima parte del genoma con el chimpancé somos muy diferentes. ¿Cómo se explica que una pequeña diferencia genética se pueda traducir en una diferencia morfológica tan grande?
Esto se intuyó hace tiempo y nos lo enseña la biología evolutiva del desarrollo, la evo-devo. Uno de los descubrimientos más espectaculares en las últimas décadas es la regulación génica. El motivo por el que pequeños cambios puedan dar lugar a cambios morfológicos muy grandes es porque esos pequeños cambios se producen en genes reguladores. La aparición de una proteína o un factor de transcripción en un momento dado del desarrollo embrionario da lugar a una cascada de transformaciones que luego desde el punto de vista del fenotipo, de la apariencia o del comportamiento pueden ser enormes. Se trata de un pequeño cambio que se produce muy pronto en el desarrollo o en un punto muy basal de una cadena de desarrollo.
Los estudios genéticos han dado lugar a una reorganización de la clasificación biológica de las especies más próximas al hombre. Ahora se sabe que humanos, chimpancés y gorilas forman una rama evolutiva distinta a la del orangután y que los tres primeros se agrupan en la familia Hominidae. A la luz de los nuevos datos ¿qué entendemos por homínidos?
Ahí se da una situación peculiar porque no está clara la nomenclatura. Hay dos acepciones de homínido. Una, la clásica, según la cual los homínidos son la familia humana, en el sentido tradicional del término, y muchas veces lo seguimos empleando porque es una palabra que ya conocemos y que nos sirve para describir un concepto genérico, no necesariamente técnico, de lo que es el ser humano y sus antepasados. Sin embargo, desde que la cladística como sistema de clasificación se hace extensiva, el concepto de homínido es más difícil de definir.
Nosotros antes distinguíamos entre homínidos y póngidos, en los que incluíamos al chimpancé, al gorila y al orangután. Ahora, sin embargo, el chimpancé lo situamos más cerca de nosotros, por lo que no podemos juntar a chimpancé y gorila; por tanto tiene que haber una unidad de clasificación que incluya a chimpancés y humanos, y excluya a gorilas. Éste sería el nivel de homínidos, aunque siendo muy rigurosos en el ámbito de la cladística tendríamos que incluir al gorila, separando a los póngidos (orangután) del resto. Si utilizamos esa clasificación tendríamos, Homínidos (humanos, chimpancé y gorila), Homíninos (humanos y chimpancé) y Homininos (humanos), que es como nos tendríamos que llamar. Y claro, suena muy mal (risas). De modo que, para entendernos, nos llamamos homínidos.
Cuando hablas de los neandertales sostienes que eran muy evolucionados pero en su propia dirección. También señalas que a lo largo de la evolución humana ha habido diversas formas de “ser humano”, una de las cuales la representan los neandertales. ¿Qué nos enseña esta especie?
Probablemente uno de los descubrimientos más interesantes de los últimos años es saber que han existido varias especies humanas. Hasta ahora el marco teórico era: neandertales y Homo sapiens, la humanidad actual. Desde el descubrimiento deHomo floresiensis, con una antigüedad muy reciente y una anatomía muy distinta, al que en fechas recientes incorporamos lo que entendemos como los últimos Homo erectus, también muy recientes en el tiempo, y si le añadimos ese nuevo linaje identificado sólo con material genético que proviene de la cueva de Denisova (Siberia), que se denominan denisovanos, lo que encontramos es que en el planeta Tierra hace unos 100.000 años, por coger un valor arbitrario, existían cinco especies humanas. De qué modo esas cinco especies nos ayudan a redefinir el concepto de humanidad y en el que los neandertales aportan mucha información porque es la especie fósil mejor conocida, es algo que afecta a la paleoantropología pero que va mucho más allá, porque tiene implicaciones de carácter ético y filosófico. A mí, particularmente, me interesa mucho. Me gustaría estar más cerca de buenos filósofos con los que poder desarrollar estas ideas.
El hecho de que hace 100.000 años coexistieran en la tierra cinco especies humanas y ahora sólo exista una. ¿Qué implicaciones tiene desde una perspectiva evolutiva?
Hay mucha gente que probablemente no conoce esta parte de la evolución humana, que lo que nos enseña es que eso que llamamos ser humano no es único y hay diferentes maneras de ser humano, lo cual debe quitarnos arrogancia. Ha habido diferentes ensayos evolutivos y sería cuestión de discutir por qué estamos nosotros aquí ahora, si es pura contingencia o es por una superioridad que algunos se quieren atribuir. En cualquier caso pone en entredicho la hegemonía de sapiens y el que nos creamos el centro de la creación, porque no somos ni centro ni creación.
Antonio Rosas, profesor de investigación del CSIC. / Antonio García Tabernero.
Los estudios de ADN fósil han encontrado señales de hibridación entre los neandertales y Homo sapiens en el Próximo Oriente hace aproximadamente 80.000 años. ¿Cuál es la trascendencia de este hallazgo?
Ha habido un debate histórico sobre si los neandertales y Homo sapiens eramos o no la misma especie, porque bajo el concepto de especie pretendemos ubicar a la naturaleza en compartimentos estancos que nos permitan diferenciar lo que es cualitativamente diferente. Para saber si dos grupos son especies distintas se ha utilizado el criterio biológico de la interfecundidad, por lo que era importante saber si los neandertales y los sapiens eran interfecundos. Algunos autores, entre los que me incluyo, sosteníamos que no había habido hibridación, sin embargo los datos del genoma neandertal han puesto de manifiesto que todas las poblaciones humanas, excepto las subsaharianas, compartimos un porcentaje en nuestro genoma con los neandertales y además esa similitud es peculiar. La conclusión es que hubo hibridación, escasa, pero la hubo. La controversia es que el modelo que propone el genoma neandertal es distinto, nuevo, respecto al lugar donde se sospechaba que había ocurrido la hibridación, porque lo que se discutía es si el intercambio genético se había producido en Europa, el espacio geográfico propio de los neandertales y de los recién llegados cromañones.
El genoma neandertal propone que sí hubo hibridación, pero en otro tiempo y en otro espacio -hace 80.000 años y en el Próximo Oriente- donde las poblaciones sapiens, que todavía no eran ni mongoloides, ni negros, ni blancos, sino el tronco común de algunos de ellos cuando salieron de África, se encontraron a los neandertales. Y esos híbridos arrastraron los genes neandertales al mismo tiempo que nos íbamos diferenciando en poblaciones como los caucasoides, los australianos, o los mongoloides. El proyecto genoma neandertal propone un modelo distinto donde sí hubo hibridación en el Próximo Oriente. Entonces, los que decíamos que no había hibridación podemos seguir diciéndolo y al mismo tiempo debemos aceptar que se produjo en otras circunstancias que ignorábamos.
El pensamiento simbólico es una de las cualidades más relevantes y que más diferencia a Homo sapiens de otras especies humanas. ¿Qué papel desempeña en nuestro éxito como especie?
En el género Homo el pensamiento abstracto, a través de símbolos, es el que nos permite relacionarnos con el mundo. En mi opinión, nosotros nos relacionamos con el mundo a través de fantasías, generamos una fantasía de cómo es la realidad y nos la creemos y actuamos hasta las últimas consecuencias. Esa es la herramienta tan poderosa que tiene la especie sapiens para ser lo que somos, porque en realidad nosotros no nos relacionamos directamente con el mundo sino con la imagen que nosotros creamos de él; y esa es nuestra fuerza. Podemos cometer auténticas barbaridades porque estamos convencidos de que ése es el mundo, eso nos da una fuerza ciega y eso está construido a partir de un pensamiento de símbolos; símbolos que abstraen ciertas realidades y la combinación de esas abstracciones generan nuevos mundos, que es lo que percibimos.
¿Qué importancia tiene el incremento del volumen del encéfalo en el pensamiento simbólico?
Lo que observamos es que el desarrollo del pensamiento simbólico, desde su aparición hace más de 40.000 años, ha sido exponencial. Asimismo, desde la aparición del género Homo el incremento en el volumen encefálico también muestra una gráfica exponencial. Y aunque el incremento del encéfalo no se corresponde estrictamente con la complejidad de la cultura material, si podríamos, sin embargo, establecer un paralelismo.
¿Por qué tenemos que distinguir entre el incremento del volumen del encéfalo y el coeficiente de encefalización?
El volumen del encéfalo es importante cuando hacemos una comparación a escala general, por ejemplo: si comparamos el volumen del encéfalo de un caballo, de un rinoceronte, de un tití y de un neandertal. Pero cuando entramos en el detalle más fino, tenemos que corregir por el tamaño del cuerpo; por ejemplo, los cromañones tenían el cerebro más grande que nosotros, pero también eran más corpulentos. Nuestro cerebro, especialmente desde el Neolítico, se ha reducido. Pero hay que pensar que también se ha reducido el tamaño de nuestro cuerpo y, conjuntamente, el tamaño del cerebro. Hay tres parámetros importantes a considerar: el tamaño del encéfalo en valor absoluto, el coeficiente de encefalización, que relaciona el tamaño del encéfalo con el tamaño del cuerpo, y luego la organización interna de las redes neuronales.
Está claro que para saber más de la evolución humana se necesitan más datos y mejores. Sin embargo, señalas que también hemos de avanzar en epistemología, es decir en nuestra manera de conocer. ¿De qué modo podría cambiar nuestra percepción sobre nosotros mismos?
Nosotros a la hora de estudiar los fósiles de la cueva asturiana de El Sidrón hacemos una aproximación desde todos los ángulos posibles y eso nos da una visión más amplia. Estudiamos la historia natural de los neandertales, entendiendo por historia natural todos los aspectos que tienen que ver con su fenotipo, su genotipo y su medio ecológico. Con estos estudios multidisciplinares, o mejor transdisciplinares, ponemos en contexto datos paleoneurológicos con datos puramente osteológicos, paleogenéticos o datos de la dieta derivados de los estudios de los isótopos del carbono y el nitrógeno. Además, los isótopos del estroncio nos permiten averiguar dónde nació un neandertal y dónde murió, cómo utilizaba las materias primas y cuantos kilómetros recorría.
Desde un punto de vista más conceptual podemos abordar el propio modelo evolutivo. Durante muchos años se ha aplicado de forma mecánica una visión adaptacionista del cambio evolutivo, asumiendo que las características de los neandertales están relacionadas con la adaptación al medio. En nuestro grupo hemos sido reacios, yo particularmente, a aceptar este adaptacionismo feroz. Hemos estudiado de qué modo el desarrollo del encéfalo influye sobre la base de los cartílagos del cráneo, porque creemos que eso es lo que va a configurar la anatomía de la cara y no la masticación.
¿Crees que es posible reconciliar la evidencia científica de la evolución humana con la idea de un ser superior?
Yo, honestamente, no veo incompatibilidad entre ciencia y religión. Lo que es evidente es que estamos hablando de una religión en cuanto a creencia personal y privada, por así decirlo, no en cuanto a dogma religioso o a una iglesia en concreto. A escala individual no creo que haya ninguna incompatibilidad entre creencia religiosa y el desarrollo de una actividad científica; es más, creo que la pulsión religiosa es consustancial a nuestra especie. En algún momento, no sé si como sapiens o como pertenecientes al género Homo, se genera en nuestro sistema nervioso central una pulsión religiosa. Del mismo modo que tenemos una pulsión ética y una pulsión estética, tenemos una necesidad moral que es la que nos permite relacionarnos. Pero, por otra parte, debido al desarrollo intelectual algunos estamos, activa o pasivamente, arrinconando la creencia porque confesamos otras religiones. Yo siempre he creído que la ciencia tiene parte de religión porque la inmensa mayoría de los principios físicos, químicos y biológicos, nosotros nos los creemos porque no los entendemos. Creo que esa es una faceta religiosa porque está basada en la creencia. Es más, pienso que la gente religiosa tiene suerte de serlo.
¿Podría la ciencia entrar en el terreno de la religión?
La religión, desde una visión atea, es un carácter evolutivo propio del género Homo o de algunas especies del género Homo. Sin embargo, un auténtico creyente nunca podrá aceptar que la religión es un carácter evolutivo.
Como especialista en la evolución del sistema craneofacial en homínidos ¿de qué forma el estudio de los patrones de modelado óseo del esqueleto facial y la mandíbula en este grupo puede tener aplicaciones en medicina?
Una vertiente en la que trabajamos es lo que se conoce como medicina evolutiva y en particular en su aplicación o en su relación con la ortodoncia y la cirugía nasomaxilar. El conocimiento que adquirimos al estudiar la evolución de los homínidos nos ayuda a comprender mejor el funcionamiento de nuestro cráneo. Nosotros aprendemos mucho de la biología craneofacial y de la ortodoncia porque nos enseña cómo crece la cara. Eso lo aplicamos para intentar entender los fósiles. Una vía de retorno en la que trabajamos es ver cómo ha cambiado la cara en los homínidos, cómo podemos encontrar procesos o pautas que ayuden a una mejora en el diagnóstico clínico y en el tratamiento de problemas craneofaciales.
¿Por qué te interesa tanto el sistema craneofacial?
En esto hay un componente de azar. Yo caí en el estudio de la cara, y específicamente de la mandíbula, y siempre recuerdo el aforismo de un importante paleoantropólogo americano: “El cráneo lo hizo Dios y la mandíbula el Diablo”. La complejidad estructural que encierra la mandíbula es impresionante, por eso me gusta.
¿Cuál es la relevancia de la paleoantropología en el MNCN?
Para mi es importante que el estudio de la evolución humana se constituya en uno de los pilares de la investigación del MNCN. Me explico, todos los grandes museos de historia natural del mundo tienen estudios de paleoantropología y evolución humana. Nuestro museo, por razones históricas, nunca ha tenido un departamento específicamente dedicado al estudio de la paleoantropología, a pesar de que Atapuerca se inició y desarrolló en buena medida desde el museo. Yo creo que a la institución le falta que esta disciplina sea uno de sus cimientos.