En los bosques de Etiopía, Mozambique, Tanzania y otros países africanos vive una diminuta planta Pollia condensata de frutos duros y de apariencia metálica, utilizados con fines decorativos por su color azulado que brilla durante años e incluso décadas tras ser recogidos.
Para entender cómo la planta produce este color tan persistente, un equipo de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y del Museo Smithsonian de Historia Natural (EE UU) la ha analizado a nivel celular. Los resultados, publicados esta semana en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), demuestran que Pollia condensata produce el color a través de una coloración estructural –conocida hasta ahora únicamente en animales–, y no a través de pigmentos como lo hace la gran mayoría de colores.
Según los investigadores, el color del tejido del fruto es más intenso que cualquier otro tejido biológico. Si se compara con un espejo de plata, el color del fruto refleja el 30% de luz, lo que lo hace aún más intenso que el de las alas de la mariposaMorpho rhetenor. Además, como su color está construido dentro de una estructura, y no depende de los pigmentos que se degradan con el tiempo, su intensidad es más duradera.