Como parte de su doctorado en el Instituto de Neurociencias en Holanda, la científica mexicana Karina Cecilia Borja Jiménez estudia la incapacidad que tienen los adolescentes, con rasgos psicopáticos, de entender y compartir los estados mentales y las emociones de otra persona (empatía). Con la investigación pretende identificar los factores que modulan nuestra capacidad para empatizar y, de esta manera, modelar estrategias de prevención y favorecer las terapias existentes.
De acuerdo con la investigadora, el objetivo consiste en entender los correlatos neurales de los distintos componentes de la empatía, y de la interacción entre las estructuras cerebrales que median la habilidad para empatizar bajo circunstancias espontáneas e incluso adversas para sentir lo mismo que otra persona, a pesar de no estar pasando por la misma situación.
“Además de los factores contextuales que la modulan a nivel conductual y cerebral, en condiciones normales y en la patología”, agrega la maestra en ciencias por la Universidad de McGill, ubicada en Canadá.
“Nos inclinamos por estudiar esta población porque, aunque ya presentan carencias emocionales y empáticas severas, la mayoría no ha cometido transgresiones serias o delinquido y no se encuentran recluidos, lo que facilita estudiar a un mayor número de individuos”, señala.
Añade que debido a que el cerebro de los adolescentes no ha terminado de desarrollarse y es más propenso al cambio, es más probable que programas oportunos de tratamiento que tomen en cuenta estos hallazgos sean más efectivos y puedan contrarrestar el desarrollo de la psicopatía en la vida adulta.
Si bien el proyecto a cargo de la investigadora Borja Jiménez se encuentra en desarrollo, hasta el momento ha confirmado que la empatía es flexible y se puede modular. En este sentido, se ha observado que al ejercitar la capacidad de empatizar es posible favorecer o aumentar la conducta prosocial.
“Hemos observado que bajo ciertas condiciones, los psicópatas procesan estímulos emocionales que evocan empatía de la misma forma que los individuos normales, lo cual contradice hallazgos sobre su incapacidad afectiva, y que apuntan hacia una posible capacidad de controlar sus respuestas a voluntad”, informa.
Añade que en individuos sanos la interacción con grupos sociales diferentes o al tener una percepción negativa de la otra persona, disminuye tanto la respuesta sanguínea cerebral como la conducta prosocial.
“Lo anterior podría suponer que nuestra capacidad de empatizar con el otro no ocurre de forma automática y que lo hacemos manera voluntaria, permitiendo a los psicópatas manipular a sus víctimas y después infringirles daño físico o emocional. O incluso en nosotros mismos, cuando decidimos no ayudar a una persona si esto no nos traerá algún beneficio”, subraya.
Otros grupos de investigación, comenta Borja Jiménez, han observado aumentos en ambas mediciones en individuos sanos tras ser entrenados en técnicas de meditación. “Por lo tanto, nosotros queremos desarrollar un paradigma con contenido emocional estructurado, el cual nos permita identificar dónde y bajo qué circunstancias ocurren los cambios en la actividad cerebral y a nivel conductual en la habilidad de sentir con el otro”, indica.
Explica que con dicho paradigma espera medir la respuesta sanguínea cerebral ante las situaciones en las cuales es más difícil empatizar y ver cómo varía entre población sana y la que presenta rasgos psicopáticos.
“Por otra parte, en un futuro queremos también aplicar estimulación eléctrica transcraneal directa a las áreas relacionadas con la empatía, como la ínsula, parte de la corteza cerebral plegada entre los lóbulos frontal y temporal, con el fin de verificar si en realidad su activación favorece la conducta prosocial. A partir de los resultados que se obtengan podría contemplarse dicho método como una alternativa terapéutica, así como ha ocurrido con la depresión”, enfatiza Borja Jiménez.
A través de la empatía es posible identificar y entender los sentimientos e intenciones de los demás, incluso pueden llegarse a experimentar sus sensaciones corporales y emociones.
“Tiene un componente cognitivo que se traduce en la capacidad para identificar, tomar la perspectiva del otro e inferir su estado mental. Y un componente afectivo que permite experimentar estados emocionales similares a los de otra persona. Es a través de esta capacidad que podemos socializar con los demás, y cuya deficiencia produce gran parte de los problemas sociales de la actualidad”, finaliza.
(AGENCIA ID/DICYT)