El 14 de mayo de 1796, Edward Jenner inoculó la viruela vacuna a un niño sano de ocho años a través de dos cortes superficiales en el brazo. La intención era observar la evolución del virus, que provenía de una pústula del brazo de una ordeñadora, a quien había contagiado la vaca de su señor.
De esta manera tan éticamente cuestionable se consiguió la primera inmunización de la historia, que acabó casi dos siglos después, en 1980, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la viruela oficialmente erradicada en todo el mundo. Es la única patología que ha conseguido este reconocimiento hasta el momento.
Las vacunas enseñan al sistema inmunológico a defenderse. Son productos biológicos que activan el organismo para que desarrolle defensas específicas contra diversas enfermedades infecciosas.
“Contienen partes del microorganismo causante de la enfermedad, o bien el germen entero, pero muerto o debilitado”, explica a Sinc Roi Piñeiro, pediatra del Hospital General de Villalba. “Tras recibir la vacuna, a través de una inyección o por vía oral, nuestro organismo produce anticuerpos específicos contra los gérmenes modificados que contiene”.
Piñeiro, miembro del Comité de Medicamentos de la Asociación Española de Pediatría (AEP), añade que, si el sistema inmunológico funciona bien, “estas nuevas defensas creadas nos protegerán frente a los agentes verdaderos causantes de la enfermedad, destruyéndolos y haciendo que no enfermemos”.
Por su parte, David Moreno, coordinador del Comité Asesor de Vacunas de la AEP, afirma que las vacunas, junto a la potabilización del agua, “han sido el mayor descubrimiento en la historia de la medicina. No se debe desaprovechar la oportunidad que ofrecen”.
Para los expertos en vacunología, como José Mª Bayas, médico del Servicio de Medicina Preventiva de Hospital Clínic de Barcelona y responsable de su Centro de Vacunación de Adultos, el escenario que se presentaría si se dejara de inmunizar a la población no es alentador.
“Aunque no sería de la noche a la mañana, en el curso de no muchos años volveríamos a la situación anterior que teníamos hace 30 años en España, cuando había unos 300.000 casos de sarampión y unos 50 o 60 muertos al año. Sin embargo, si hoy se muriera una persona de sarampión, saldría en la primera página de los periódicos”, añade.
Otro caso paradigmático es el de la poliomelitis paralítica, de la que España empezó a vacunar en los años 60. En aquella época, en el país había casi 3.000 casos. Actualmente en el mundo hay unos pocos centenares.
“Todo el cambio conseguido en los últimos 40 o 50 años ha hecho que muchas enfermedades hayan desaparecido de los territorios o hayan quedado reducidas a una proporción muy pequeña. Si no se vacunara volveríamos atrás, repetiríamos la historia”, afirma Bayas.
Las enfermedades infecciosas que puede padecer un niño que no sigue el programa de vacunaciones de su comunidad son: hepatitis B, difteria, tétanos, tos ferina, poliomielitis, sarampión, rubeola, parotiditis (paperas), papilomavirus (virus causante de cáncer de cuello de útero, vagina y vulva en mujeres, cáncer de zona orofaríngea y anal en ambos sexos), sepsis/meningitis por Haemophilus influenzae tipo b y meningococo C.
En algunas comunidades autónomas, también se previenen otras infecciones como varicela (caso de Navarra, Ceuta y Melilla), sepsis/meningitis y neumonías por neumococo (Galicia), ya que se incluyen en las prestaciones sanitarias.
El objetivo, la inmunidad de grupo
La evidencia científica se muestra firme sobre por qué se debe vacunar a la población infantil. En palabras de Piñeiro, existen tres razones para seguir vacunando. La primera de ellas es que muchas enfermedades casi han desaparecido debido a que, precisamente, “España es un país en el que se ha conseguido una cobertura vacunal excelente, superior al 99% de los niños en muchas comunidades autónomas”, afirma.
En segundo lugar, muchas de las enfermedades frente a las que vacunamos en España son todavía frecuentes en otros países del mundo. “Con las vacunas, evitamos que los viajeros procedentes de estos países puedan introducir de nuevo la enfermedad. Y al mismo tiempo, los españoles vacunados que viajan al extranjero no tienen riesgo de adquirir estas enfermedades y, lógicamente, no pueden transmitirlas a su vuelta”.
Por último, según el pediatra español, si todas las personas dejaran de vacunarse, estaríamos indefensos frente a estas enfermedades, pudiendo aparecer brotes o epidemias con cientos o miles de casos.
“Cuando nos vacunamos estamos protegiéndonos a nosotros mismos y también a aquellas personas que por no poder ser vacunadas –debido a alergias, inmunodeficiencias o enfermedades graves– están más expuestas y tienen mayor riesgo. Si todos nos vacunamos, creamos una barrera de personas inmunes que impiden la circulación del agente infeccioso”, sostiene Piñeiro.
Eso es lo que se conoce como inmunidad de grupo, en la que están protegidos los vacunados y, hasta cierto punto, también los no vacunados. “Esto es a condición de que se tengan ciertas coberturas”, mantiene Bayas. “En el caso del sarampión, gravemente contagioso, si se conservan coberturas de más del 90% habría inmunidad de grupo, porque ese pequeño porcentaje de personas no vacunadas estarían protegidas”.
En España, aproximadamente de un 3% a un 5% de los niños no se vacuna bien o no recibe ninguna vacuna en el primer año de vida. Esta cifra aumenta hasta un 5%-10% si se tiene en cuenta a los niños con más de un año de edad.
“Algunos niños no se vacunan por descuido de sus padres, o bien no pueden por tener algún problema de salud específico. Pero sabemos que en algunos casos se debe a actitudes contrarias y agresivas contra las vacunas. Sus argumentos suelen estar basados en conceptos erróneos, no en documentación científica, sino en suposiciones, argumentos pseudocientíficos o, incluso, estudios mal diseñados”, apunta Moreno.
La peligrosa moda antivacunas
El problema más preocupante para los expertos es que está situación está aumentando en los países occidentales, en muchos casos por miedo a los efectos adversos potenciales de las vacunas.
En la web de la Liga para la libertad de vacunación –que no ha respondido a las consultas formuladas por Sinc– se indica que actualmente en España “la administración en general reconoce que la vacunación no es obligatoria pero sigue presionando para que todos los niños se vacunen. Debe prevalecer el derecho a no vacunarse y que tal decisión sea tomada por los padres, que en definitiva tienen la obligación de velar por la salud y educación de sus hijos”.
“Las vacunas han conseguido mejorar nuestra calidad y esperanza de vida con respecto a nuestros propios padres y abuelos. Privar a nuestros hijos de esta posibilidad es una decisión tan libre como ridícula. El hecho de que las vacunas salvan vidas es incuestionable”, opina Piñeiro.
Según Moreno, “las vacunas han demostrado una y otra vez que sus beneficios superan claramente a los riesgos, y estos padres deben saber que están poniendo a sus hijos en peligro de padecer enfermedades infecciosas, en ocasiones, mortales. Deben reconsiderar su postura e informarse de fuentes fiables. Se recomienda que acudan a un centro sanitario en el que profesionales les den un asesoramiento adecuado”.
En España, los llamados ‘antivacunas’ son un grupo creciente. Tal y como subraya Piñeiro, en Inglaterra y en Gales, donde esos colectivos son más importantes, si hay un niño con sarampión o varicela hacen fiestas para transmitirse la enfermedad entre ellos o compartan trocitos de tarta bañados en microorganismos.
“Se basan en que la inmunidad adquirida de forma natural tiene menos riesgos que la obtenida a través de las vacunas, y que además es más efectiva y más duradera”, indica el experto. “Pero no habrá ningún pediatra que pueda estar en contra de la vacunación y demostrarlo con evidencia científica. Podrá hablar de su experiencia y de casos relevantes, pero no hay ningún artículo científico que diga que la vacunación es mala”.
Las reacciones graves son excepcionales
Entonces, ¿son seguras las vacunas? Los expertos en vacunología sostienen que las vacunas son medicamentos muy seguros, pues son sometidas a estudios estrictos antes de poder administrarse a la población, y siguen siendo vigiladas incluso una vez comercializadas. No obstante, pueden producir efectos secundarios que por lo general son muy leves.
“Excepcionalmente, una vacuna puede desencadenar reacciones graves en personas alérgicas o con otro tipo de circunstancias especiales”, apunta Piñeiro. “En cualquier caso, es más fácil que nos toque la primitiva a tener una de estas reacciones graves. Si este fuera el motivo por el que algunos no vacunan a sus hijos, entonces que nunca les administren paracetamol o ibuprofeno, por si acaso”.
En los últimos meses, con la actual epidemia mundial del virus de Ébola, el desarrollo y la utilidad de las vacunas ha vuelto a ponerse en evidencia. Esta misma semana, Marie Paul Kiney, subdirectora general de Sistema de Salud de la OMS ha declarado que espera poder enviar las primeras dosis para prevenir el ébola a los países afectados (Guinea, Liberia y Sierra Leona, de momento) a primeros del año que viene.
Si Edward Jenner levantara la cabeza, se encontraría con que las discusiones sobre las vacunas, que él mismo inauguró con su libro Investigación acerca de las causas y efectos de la viruela vacuna –muy polémico en la época–, siguen vigentes. Pero, desde entonces, las vacunas han seguido salvando vidas, la investigación en inmunidad y vacunología no ha parado desde el siglo XIX y las expectativas al respecto son muy altas.
La vacuna de la gripe es especial
La vacunación de la gripe está indicada en personal de riesgo –niños, personal sanitario y personas ancianas–, pero no en toda la población general. Suele tener efectos secundarios leves, como febrícula o pequeño síndrome gripal de menor intensidad.
“La de la gripe no es tan perfecta como las vacunas que están en los calendarios sistemáticos de vacunación. Esto es debido a la peculiaridad que tienen los virus de la gripe, que mutan constantemente”, apunta Bayas.
La diferencia entre la vacuna de la gripe y las otras es que para la comunidad no es tan importante, salvo si es en personal sanitario que sí pueden actuar como foco de contagio. En el resto de población es un beneficio puramente individual: se dejaría de pasar una gripe. “El hecho de que tú te vacunes evita el riesgo de que la cojas ese año. Sin embargo, como al año siguiente el virus de la gripe muta, no te inmuniza para siempre como otras vacunas”, añade Piñeiro.
Desde el año 2005 hasta la actualidad, en la vacunación de gripe estacional de los mayores de 65 años se ha pasado de un 70% a un 57% –las recomendaciones de la OMS están en torno a un 75%–. Cada año mueren en el mundo entre 250.000 y 500.000 personas por este virus.