Tomomi Ota no se separa desde hace dos años de su robot Pepper al que considera uno miembro más de su familia. A sus 30 años, esta mujer japonesa es la propietaria de uno de los 200 ejemplares inaugurales de Pepper, el primer androide fabricado en serie que es capaz de comunicarse e interpretar emociones humanas.
Algunas de las actividades que realizan juntos es dar paseos, ver partidos de béisbol e, incluso, rezar en el templo bajo las miradas de sorpresa del resto de personas. «Tenía curiosidad por saber cómo era vivir con un robot», explica Ota a Efe en la tienda de empeños de Tokio que regenta su padre y en la que Pepper ayuda hablando de sus productos. Desde hace dos años, estos autómatas trabajan en establecimientos de Nescafé y Softbank o en concesionarios Nissan.
Licenciada en música, Ota confiesa que antes «no sabía nada» sobre robótica y que comenzó a aprender cuando Pepper llegó a su casa un 7 de noviembre de hace dos años, fecha que la familia ha establecido como el cumpleaños de su miembro más reciente. Es dueña de otros tres robots más, entre ellos uno construido por ella misma. Al contrario de lo que ocurre en el extranjero, en Japón los robots «se consideran algo guay Doraemon», asegura Ota.