Ciencia, Subordinación, Progreso Y Democracia
Manuel Martínez Morales
Lo que se cuestiona es la propia naturaleza de la democracia.
¿Quién posee esta tierra? ¿Quién posee sus ríos, sus bosques o sus peces? Son
preguntas importantes. El estado se las está tomando muy en serio. Todas las
instituciones que están a sus órdenes: el ejército, la política, la burocracia y los juzgados, las contestan al unísono.
Y no las contestan sin más, sino que lo hacen sin ningún tipo de
ambigüedad, de una forma amargamente brutal.
Arundhati Roy
En 1987, a propósito del surgimiento de lo que en aquel entonces se denominaba “la tecnocracia” y que no era otra cosa que uno de los rasgos del surgimiento del neoliberalismo, Rafael de la Cruz escribía: “En países como Brasil, México, Argentina y Venezuela, esta polémica opone a los criterios populistas dominantes en gran parte de los aparatos de Estado un paquete ideológico en el que se privilegian metas como la eficiencia administrativa, la rentabilidad, la productividad y la valorización del saber técnico como criterio político con pretensiones de neutralidad.” (Tecnología y Poder, Siglo XXI Ed., 1987)
Dado que esta tendencia se consolidó y avanzó en las últimas décadas, podemos constatar ahora que los gobiernos neoliberales fijan sus objetivos más en el rendimiento del capital que en el apego a ciertas conveniencias políticas, como podría ser la búsqueda auténtica del abatimiento de la pobreza, el establecimiento de la educación básica universal y en general, el establecimiento de niveles de bienestar mínimos para toda la población. En el caso mexicano, estos últimos objetivos se derivaron del movimiento revolucionario de principios del siglo pasado, y aún cuando sólo se alcanzaron parcialmente, permanecieron en el horizonte sociopolítico del país –así fuera por simple conveniencia política- hasta la década de los ochenta cuando comienza a instalarse el neoliberalismo en la región.
En años previos, ya se observa como la técnica evoluciona a un ritmo sin precedentes, acicateada principalmente por la lógica de acumulación y reproducción del capital. Este desarrollo de la ciencia y la técnica, entonces, no obedece a una lógica propia de las mismas, sino principalmente por la fuerza y el apoyo del Estado el cual se ha convertido en simple administrador y capataz del capital transnacional.
Pero, nos dice Jaques Ellul, hay que reconocer que esta explotación por el Estado –al servicio del capital- elimina la magia técnica. El hombre pierde poco a poco sus ilusiones y su asombro, se da cuenta que lo que ha creado no es un instrumento de libertad, sino de destrucción y que lo ata a nuevas cadenas. La técnica ahora parece ser un poder que carece de freno y se presenta bajo la perspectiva ideológica en la forma de una especie de “fuerza natural” a la que habrá que sujetarse sin mayor cuestionamiento. Concomitantemente se refuerza la ideología y la propaganda del progreso ilimitado y necesario para alcanzar, ahora sí, mayores niveles de bienestar según pregonan los intelectuales apologistas de tal estado de cosas.
Cualquier proyecto vinculado a la expansión del capital depende, como nunca, de la aplicación de tecnologías de punta y conocimientos avanzados en las diversas ramas del saber. Lo dijo aquel presidente estadounidense, H. Truman, a propósito de la fabricación de la primera bomba atómica –proyecto tecnocientífico por excelencia-: “La maravilla más grande no es el tamaño de la empresa, ni su costo, sino la proeza de sus intelectos científicos al conjuntar piezas infinitamente complejas de conocimientos, correspondientes a muchos individuos en diferentes campos de la ciencia, hacia un plan viable.”
Y en la visión tecnocrática y neoliberal, se encubre el verdadero papel de la ciencia y la tecnología como factores subordinados a la acumulación y reproducción del capital y se les disfraza como elementos de progreso y bienestar, sin importar que –como en el caso de la bomba atómica- con inusitada frecuencia los resultados sean criminales: la muerte de cientos de miles de seres humanos, la destrucción de ciudades enteras o la devastación de extensas zonas naturales, esenciales para la reproducción de la vida.
Entonces se ha producido una ruptura que amenaza la existencia de la misma vida humana, la ruptura entre la verdad tecnocientífica y la verdad moral las cuales, según señalaba Henri Poincaré, no pueden ni deben separarse pues la verdad científica encerrada en sí misma puede conducir al desastre.
¿Cuál es hoy la situación en lo que se refiere a la técnica? Ellul responde: “Prescindamos de la moral. ¿La opinión pública? Está enteramente orientada a favor de la técnica. Sólo los fenómenos técnicos interesan a los hombres de hoy: la máquina ha conquistado el cerebro y el corazón del hombre medio, de la muchedumbre. ¿Por qué se apasiona la muchedumbre? Por el éxito en las pruebas. Sea el éxito deportivo, producto de una técnica determinada, o el éxito económico, da lo mismo. Justamente, la técnica es el instrumento de las ‘performances’. Llegar más allá, más rápidamente, a un ritmo más vivo, cualquiera que sea el objeto, eso importa poco. El hecho se basta a sí mismo. El hombre moderno sólo sabe pensar en cifras, y cuanto mayor es la cifra, más satisfecho está. No busca nada más, porque esta es la maravillosa válvula de escape para que de salida a las represiones a que la técnica le obliga. Ha quedado reducido a muy poco. Aunque no sea obrero que trabaja en cadena, su porción de autonomía y de iniciativa individual es cada vez más débil; es violentado y oprimido, en su pensamiento y en su acción, por una actividad devoradora, exterior, impuesta. No puede ya manifestar su poder.” (J. Ellul.: El siglo XX y la técnica. Análisis de las conquistas y peligros de la técnica de nuestro tiempo. Editorial Labor, 1960)
Pero Ellul sólo analiza la técnica en un único contexto: el del modo de producción capitalista y no profundiza en el análisis de cómo es que la estructura y función de este modo de organización social condiciona que la técnica adopte tales características, ni se pregunta si hay alguna alternativa para desarrollar ciencia y técnica al servicio de los hombres, despojadas de sus rasgos destructivos y siniestros.
En tanto persista el modo de producción capitalista, la forma de Estado correspondiente y la división en clases sociales propia de este sistema, la ciencia y la técnica se nos seguirán presentando, ideológicamente, en su forma fetichista: como fuerzas autónomas que se nos imponen con la apariencia ‘natural’ de un ciclón o una inundación, ocultando que son producto de la actividad humana y, como tales, susceptibles de ser conformadas y orientadas según se juzgue conveniente. Pero el cultivo y orientación de la ciencia y de la técnica, en las condiciones actuales, escapa al control democrático. Su desarrollo y orientación lo determina la clase en el poder, la clase de los grandes capitalistas con el auxilio de sus capataces y administradores en los aparatos de Estado: el aparato político, los cuerpos militares y policiacos, el sistema educativo y los grupos de intelectuales, científicos y técnicos a su servicio.
Entonces la discusión sobre la conveniencia o no de grandes proyectos de inversión que requieren la intervención de la ciencia y la técnica debe salir de la discusión puramente economicista y técnica. Por ejemplo, cuando se dice que hacer esta presa, o abrir aquella mina, nos conviene porque traerá progreso y bienestar a la comunidad en que se instalen sin mencionar que implican la devastación de amplias zonas naturales, la contaminación de aguas y suelos y la afectación de la vida de numerosas personas, podría incurrirse en un acto criminal.
Consideremos lo sucedido hacia finales del siglo pasado en la India; la épica lucha de decenas de miles de campesinos indígenas unidos en el Narmada Bachao Andolan (NBA – Movimiento Salvemos el Narmada) contra la construcción de grandes presas en el río Narmada, en la India, que fue más allá del empeño por salvar un río. Esta lucha de más de dos décadas se ha convertido en el símbolo de la oposición a la construcción de megaproyectos que significan el desarraigo de comunidades y pueblos, y que destruyen la naturaleza, en nombre de un progreso impulsado por quienes sólo buscan enriquecerse. El NBA ha servido como modelo para innumerables campañas contra otros megaproyectos en todo el mundo. En el caso de la presa de Sardar Sarovar, las comunidades perdieron la lucha por poder seguir habitando sus tierras y en la actualidad aún pelean contra la insensibilidad, la incompetencia y la corrupción de las autoridades, que les niegan compensaciones simplemente dignas y justas.
La presa de Sardar Sarovar es la más conocida de un gran complejo de presas y
proyectos de regadío que plantean el desalojo de millones de personas de sus tierras para proporcionar electricidad a la industria y agua de riego a los grandes terratenientes. Los opositores a las presas critican una lógica costo-beneficio en la que millones de personas pobres y políticamente débiles sufren a causa de los supuestos beneficios de una economía a mayor escala. Pero también se duda de que las presas vayan a obtener, en términos globales, beneficios económicos netos. Los promotores de las presas en el Narmada —al igual que en otras partes de la India y en todo el mundo— han exagerado enormemente los beneficios y minusvalorado los costos, que además nunca tienen en cuenta sus impactos sociales y medioambientales.
Por otro lado, podría proporcionarse agua y energía a las zonas afectadas por la sequía desarrollando tecnologías mucho más baratas, menos destructivas, más equitativas, efectivas y rápidas de implantar. Entre ellas cabe destacar la captación de agua de lluvia, que está permitiendo extender el acceso a aguas de calidad a millones de agricultores. Estos nuevos enfoques y tecnologías mejoran el nivel de vida de los más pobres sin deteriorar los sistemas acuáticos.
Al igual que ocurre con muchas otras grandes presas en países menos desarrollados, el principal promotor extranjero de la presa Sardar Sarovar fue el Banco Mundial, que concedió a la obra un crédito de 450 millones de dólares en 1985 (dos años antes de que el ministro indio de Medio Ambiente diese su aprobación al proyecto). Tal como explica la escritora Arundhati Roy, el banco “tenía el talonario de cheques preparado…antes de que nadie se hiciera idea de cuál sería el coste humano o el impacto medioambiental de la presa”. Debido a la resuelta oposición del NBA y de su red internacional de apoyos, el Banco Mundial retiró su apoyo financiero al proyecto en 1993. Fue un duro golpe para la reputación del banco, que condujo a un drástico descenso en su financiación de grandes presas y a la creación, en 1997, de la Comisión
Mundial de Presas (WCD).
En 1979 se calculó que para poder construir el embalse Sardar Sarovar habría que desalojar a unas 6.000 familias. En 1987 la cifra aumentó a 12.000; en 1991, a 27.000; en 1992, el gobierno declaró que la cifra real era de 40.000 familias. Los proyectos para la construcción de canales, centrales eléctricas, carreteras de acceso y otras infraestructuras desplazarían a decenas de miles de personas más. En total, más de
medio millón de personas pueden perder su hogar por culpa de este proyecto.
¿Por qué será que el mismo esquema sigue repitiéndose? En el caso de la presa sobre el río Los Pescados, aunque los funcionarios del gobierno veracruzano afirman que todavía no se aprueba el proyecto, se sabe que el mismo Gobierno del Estado ya aprobó un crédito millonario a la empresa encargada de la obra, lo que desmiente a los propios funcionarios puesto que la empresa ni siquiera invertirá recursos propios, sino que la inversión proviene de nuestros propios recursos, y nos vienen con el cuento de los grandes beneficios que traerá la inversión “privada”.
Considero que es necesario recuperar el control democrático sobre el desarrollo científico y tecnológico, a lo cual puede contribuir la elevación del nivel educativo de la población mexicana, hacer del conocimiento tecnocientífico un patrimonio de todos y declarar el acceso a ese conocimiento un derecho universal, así como profundizar en el análisis de las condiciones reales de una sociedad dividida en clases sociales que posibilitan el empleo de ciencia y técnica para reforzar el poder y el control que la clase dominante ejerce sobre las demás.
Existen otras alternativas.