Gracias al Atacama Large Millimeter/submillimeter Array (ALMA), un equipo de astrónomos estudió una joven estrella de tipo T Tauri para comprender por qué algunas estrellas tienen discos que brillan de manera impredecible en el espectro infrarrojo mientras que otras tienen un brillo más regular. La respuesta, según conjeturan los investigadores, puede estar en la diferencia de los vientos que rodean este tipo de estrellas.

Las T Tauri son versiones jóvenes de estrellas como nuestro Sol: relativamente normales y de tamaño mediano que se encuentran rodeadas de la materia prima que da origen tanto a planetas rocosos como gaseosos. Pese a ser prácticamente invisibles a la luz óptica, estos discos brillan en longitudes de onda infrarrojas y milimétricas.

\’Por lo general, aunque no siempre, el material presente en el disco de una estrella T Tauri emite radiación infrarroja con una distribución previsible de la energía\’, explica Colette Salyk, astrónoma del National Optical Astronomical Observatory (NOAO) y autora principal del artículo publicado en el Astrophysical Journal. \’Sin embargo, algunas estrellas T Tauri emiten una radiación infrarroja de forma inesperada\’, agrega.

Los astrónomos atribuyen estas diferencias en las emisiones infrarrojas a los vientos que pueden estar emanando de sus discos protoplanetarios. Estos vientos podrían estar desempeñando un importante papel en la formación de planetas, posiblemente extrayendo de los discos parte del gas necesario para la formación de planetas gigantes como Júpiter, o bien alterando el disco y desplazando completamente los componentes básicos que dan origen a los planetas. La presencia de estos vientos había sido deducida por los astrónomos, pero nunca se había detectado con claridad.

Utilizando ALMA, Salyk y sus colegas buscaron indicios de un posible viento en AS 205 N, una estrella T Tauri situada a 407 años luz, en los límites de una incubadora de estrellas de la constelación de Ofiuco, también conocida como El Cazador de Serpientes. Esta estrella parecía emitir la característica radiación infrarroja irregular que tanto había intrigado a los astrónomos.

Gracias a la sensibilidad y la capacidad de resolución excepcionales de ALMA, los investigadores pudieron estudiar la distribución del monóxido de carbono alrededor de la estrella. El monóxido de carbono es un excelente trazador de la presencia del gas molecular que da origen a las estrellas y sus discos protoplanetarios. Estos estudios confirmaron que había una fuga de gas en la superficie del disco, como puede esperarse de lugares donde hay viento. Sin embargo, las características del viento no eran exactamente las que se habían previsto.

Esto puede deberse a que AS 205 N en realidad forma parte de un sistema estelar múltiple que alberga la estrella compañera AS 205 S, que es a su vez una estrella binaria.

Esta configuración multiestelar podría explicar el hecho de que el gas que sale de la superficie del disco quizá esté siendo atraído por la estrella binaria, y no empujado por un viento.

\’Esperamos que estas nuevas observaciones de ALMA nos ayuden a comprender mejor los vientos, pero también nos depararon un nuevo misterio\’—reconoce Salyk—.\’¿Estamos observando vientos, o bien interacciones con la estrella binaria?\’

Los autores del estudio se mantienen optimistas. El plan es proseguir con la investigación usando ALMA para observar otras estrellas T Tauri inusuales, con o sin estrellas compañeras, para ver si tienen las mismas características.

Las estrellas T Tauri llevan el nombre de su prototipo, descubierto en 1852: la tercera estrella de la constelación de Tauro, que tiene un brillo irregular. En algún momento, hace unos 4.500 millones de años, nuestro Sol fue una estrella T Tauri.

Esta investigación se publicó en la revista Astrophysical Journal y en ésta también participaron Klaus Pontoppidan, del Space Telescope Science Institute; Stuartt Corder, del Joint ALMA Observatory; Diego Muñoz, del Departamento de Astronomía del Centro de Investigación Espacial de la Universidad de Cornell; y Ke Zhang y Geoffrey Blake, de la División de Ciencias Geológicas y Planetarias del Instituto Tecnológico de California.

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