Enrique Sacristán, SINC
Cuando en 1934 el bioquímico Chaim Weizmann fundó el instituto que llevaría su nombre en medio de un campo de dunas y naranjos, cerca de Tel-Aviv (Israel), poco podía imaginar que en pocas décadas se convertiría en uno de los centros científicos más prestigiosos del mundo.
Con un presupuesto anual de 380 millones de dólares, en su campus conviven cerca de 1.000 estudiantes de posgrado –ya licenciados–, 400 posdocs, 240 miembros facultativos y 180 científicos, que trabajan codo con codo distribuidos en 250 grupos punteros de investigación en las áreas de biología, física, química y matemáticas.
“La filosofía básica del Instituto Weizmann de Ciencias es invertir en gente excelente con ideas también excelentes”, dijo su actual presidente, el profesor Daniel Zajfman, durante la conferencia que ofreció este miércoles en la Fundación Ramón Areces, en Madrid.
“La filosofía del Instituto Weizmann es invertir en gente excelente con ideas también excelentes”, dice Daniel Zajfman
El presidente del instituto destacó que la cualidad más importante de sus investigadores es la curiosidad, la gran impulsora de la innovación. Puso el ejemplo de la iluminación, indicando que por mucho que se hubiera invertido en I+D para alumbrar mejor con velas, nunca hubiéramos tenido una red eléctrica como la actual si Michael Faraday no hubiera tenido la curiosidad de investigar el electromagnetismo en el siglo XIX, aunque por entonces no tuviera ni idea de sus aplicaciones futuras.
“Lo mismo ocurre con Einstein y su teoría de la relatividad. ¿Quién le iba a decir que sería imprescindible para los GPS que usamos hoy?”, añadió Zajfman, que también explicó las condiciones que deben cumplir los científicos que contratan en su institución: “Deben ser expertos, curiosos y apasionados, pero –y esto es importante– con sus propias ideas”.
Para llevar esto a la práctica el Instituto Weizmann ofrece, según su director, infraestructuras, recursos materiales y humanos de excelencia en un entorno que protege la libertad de pensamiento de sus investigadores y donde tienen la oportunidad de asumir sus propios riesgos.
Poco respeto a la autoridad y chutzpah
También se les anima a tener “poco respeto a las autoridades”, en el sentido de que las grandes eminencias científicas pueden alguna vez estar equivocadas, y es bueno abrir nuevas vías para abordar los retos. Ese espíritu puede estar detrás del gran número de premios Nobel judios. Además se valora que los científicos tengan chutzpah, un término que expresa la difusa frontera entre la audacia y la insolencia.
“Nosotros transformamos el dinero en conocimiento, justo al revés que la industria, que generalmente transforma el conocimiento en dinero”, comentó Zajfman, un panorama que puso los dientes largos a los números científicos españoles que acudieron a su presentación, donde el ponente se preguntó: “¿Pero de verdad todo este sistema funciona?”.
Enseguida él mismo ofreció la respuesta: “En el ranking mundial de citaciones basado en publicaciones científicas, los investigadores de este instituto figuran alrededor del décimo lugar, solo por detrás del MIT, Harvard y otras prestigiosas universidades estadounidenses”.
Los estudios de sus investigadores están entre los más citados en la literatura científca y se aplican en algunos de los medicamentos más vendidos del mundo
A pesar de que las investigaciones son de ciencia básica –como insiste su presidente–, con el paso de los años, incluso décadas, derivan en patentes y aplicaciones que ya han generado unos beneficios que rondan los 30.000 millones de dólares. La oficina de trasferencia YEDA y una red internacional de colaboraciones con empresas de todo el mundo están detrás de este logro.
Entre los 25 medicamentos más utilizados en el mundo, siete han salido de este instituto (Enbrel y Humira para la artritis reumatoide, Gleevec y Erbitus para ciertos tumores, y Copaxone, Avonex y Rebif para la esclerosis múltiple).
También nació aquí la técnica de la amniocentesis, el uso del líquido amniótico para el diagnóstico prenatal de enfermedades. Otros de sus avances se han aplicado, por ejemplo, en métodos para luchar contra las malas hierbas de los cultivos o el desarrollo del algoritmo RSA usado en las transacciones seguras de internet.
Respecto a los proyectos futuros, Zajfman apunta que las nuevas oportunidades estarán en ámbitos como el uso del big data o grandes conjuntos de datos de los registros médicos, la creación de un centro donde la computación, las matemáticas y la física se puedan unir a la biomedicina en la lucha contra el cáncer, además de las sorpresas que depare el microbioma –nuestra flora microbiana–, los biomateriales inteligentes y la computación cuántica.
“No hay que preguntarse cuál será la próxima revolución científica, sino quién la hará. Serán científicos con un punto de vista multidisciplinar, con la oportunidad de asumir riesgos, buenas infraestructuras para trabajar y libertad para pensar”, adelanta el presidente del Instituto Weizmann.