Circo del Sol, malabares en barras, Amaluna

Circo del Sol, malabares en barras, Amaluna


Manuel Martínez Morales

Le dí tanto pa’ adelante que ahora no puedo ya echar pa’atrás…

Celso Piña

Mané tendría entre cuatro y cinco años cuando sus padres lo llevaron por primera vez a un circo, El Circo de la Muerte se llamaba, instalado a unas 3 calles de su casa, en un lote baldío que ocupaba casi una hectárea. Ni idea tenía de lo que era un circo, y el nombre traía a su mente calaveras, puesto que eran las imágenes que a esa edad asociaba con la muerte.

Todo le causaba asombro, desde la carpa que le parecía enorme, hasta los vagones que servían de casa y camerino a los artistas circenses y las jaulas que encerraban animales nunca vistos, así como los camellos y elefantes que se encontraban atados por ahí a algún poste.

Pero el recuerdo de aquella primera visita a un circo que nunca se borró de la memoria de Mané no fueron los payasos, que lo aburrieron, sino el acto de dos motociclistas dentro de una gran esfera conformada por un enrejado metálico, en cuyo interior –que se veía claramente a través del enrejado- los pilotos retaban a la muerte: comenzaban moviéndose en un semicírculo hacia atrás y hacia adelante, en trazos perpendiculares uno al otro. Lo extraordinario, le parecía a Mané, es que lo hacían con tan fina sincronía que no chocaban a pesar de que en ocasiones pasaban a unos centímetros del otro. A medida que las motos ganaban impulso -con el escape abierto lo cual causaba un tremendo estruendo que contribuía a incrementar la emoción de los espectadores- cada motociclista alcanzaba a dar la vuelta completa a la esfera a gran velocidad. Las circunferencias trazadas por cada piloto, perpendicular una a la otra, jamás se cruzaban, lo cual habría producido un choque de trágicas consecuencias. A Mané le asombró el hecho de que los motociclistas al dar la vuelta dentro de la esfera en ciertos momentos estuvieran “de cabeza”, sin caer, puesto que a esa edad ignoraba todo acerca de la física y por tanto ni siquiera conocía los términos de fuerzas centrípetas y centrífugas.

El siguiente acto que impresionó a Mané fue el de los trapecistas, quienes ejecutaban a gran altura toda clase de saltos y piruetas sin red protectora. Por alguna extraña razón le causó una especie de sorda tristeza el advertir que las medias y trajes de los trapecistas estaban viejos y remendados, lo cual producía en Mané sentimientos contradictorios: por un parte el asombro acompañado de cierta alegría ante una nueva experiencia y por otro, el sentimiento de tristeza al percibir la digna pobreza de los artistas del trapecio… quienes con su vestimenta raída ejecutaban asombrosos actos con destreza y gracia inigualables, trapecistas y motociclistas por igual. Al regresar a casa algo comentó de eso con su padre quien le relató la atípica y tal vez difícil vida de los cirqueros, siempre en movimiento, nómadas sin raíces.

Desde entonces a Mané le fascinan los circos y ferias y le gusta buscar las presentaciones fantásticas e imaginativas, como la de la mujer araña que fue condenada a esa horrible transformación “por desobedecer a sus padres”. Ahí está frente a él, la cabeza de una mujer real hablando al público con un cuerpo de araña de trapo, también ajado y remendado, movido por hilos imperceptibles. Y siempre, en el trasfondo, el pensamiento sobre la triste vida en el circo. ¡Ríe payaso, ríe, aunque tu alma no pare de llorar por la compañera hoy muerta al ejecutar su suerte en el trapecio!

“…Álamo, Veracruz.- Una joven trapecista del circo The Bing Circus perdió la vida minutos después de haber ingresado al nosocomio local, tras caer durante su show en el circo…Alrededor de las 6.30 de la tarde de este jueves, el circo presentó su primera función en el municipio de Álamo Temapache, pero durante su segunda función, la mujer trapecista sufrió el accidente que le arrebató la vida.”

El circo de la muerte.

En tanto, en otra de las pistas del circo de la muerte en que se ha convertido el país, el Chapo realiza otra de sus suertes circenses: se fuga de una prisión de “alta seguridad” a través de un increíble túnel –“impensable”, dijo el responsable de la seguridad pública en México, de tan corto pensamiento que no le dio para concebir ese medio de fuga. El Chapo escapa por el túnel –ojo- en una motocicleta adaptada para el caso. Todo estaba fríamente calculado y no arriesgó su vida como aquellos audaces motociclistas del Circo de la Muerte, que tanto impresionaron a Mané.

Mané, quien en ocasiones personifica a Garrick, piensa que vivimos diariamente en el circo de la muerte sin necesidad de subir al trapecio o conducir una motocicleta dentro de la alucinante esfera. Arriesgamos la vida y la cordura con sólo salir a la calle o inocentemente asomarnos a las redes sociales.

Achis, Mané! No exageres, ¿a poco entrando al feis arriesgamos la vida y la cordura?

Nada más recuerden, responde Mané, a las muchas personas que eventualmente han perdido parte de sus bienes (extorsión) o la vida (secuestro) por andarla pendejeando en el feis. Es como hacerle al trapecista sin red protectora. Más peligroso que entrar en motocicleta a la esfera de la muerte.

También me dijo Satanás, abunda Mané, que el camino al infierno está empedrado de redes sociales. Y me recordó que muchos datos, muchas letras, muchas frases ingeniosas o trilladas no constituyen información alguna. Aún desde el punto de vista matemático, un mensaje no contiene información si no tiene un elemento de sorpresa, una novedad, de otro modo es basura como casi todo lo que circula por el feis y anexas. Dicen los matemáticos que un mensaje informativo, significativo diría Mané, es aquel que tiene una baja probabilidad de producirse por azar, por casualidad. Y el ruido -así lo llaman los matemáticos- que circula por las redes sociales sólo es eso: ruido sin información. Todo es trivial, redundante, casi predecible. Se llama ruido blanco a aquel sonido que es una mezcla de todas las frecuencias. Como la luz blanca que es una mezcla de todas las frecuencias, de todos los colores, no encierra novedad alguna, no es portadora de información alguna. Tal vez por eso una de los formas más sutiles de tortura es someter a prisioneros a una luz blanca constantemente presente, o también al un ruido blanco. Es una forma de privación sensorial. Se sabe que estas condiciones pueden conducir a una seria perturbación de ciertas zonas cerebrales que podría traducirse, en el extremo, en una psicosis, pérdida de la cordura que a algunos empuja a quitarse la vida.

No me atrevo a decir que el acercamiento adictivo a las redes sociales pueda producir una descomposición de la personalidad, se lo dejo de tarea a los psicólogos. Lo que si puedo decir, y lo compruebo a diario, es que la navegación sin red protectora por las redes sociales conduce a una visión distorsionada de las cosas, pues lo que se recibe, o se intercambia si se quiere, es en el mejor de las casos información fragmentada sin que exista la red protectora de formas adecuadas de integrar coherentemente esta información y darle sentido en el contexto que vivimos.

Solamente una pequeña parte de los usuarios de las redes tienen los instrumentos intelectuales adecuados para discriminar entre información significativa y el ruido y disponen de elementos de juicio para integrar la información coherentemente. La inmensa mayoría se desplaza peligrosamente por los senderos de las redes sociales siendo víctimas en más de un sentido. Y esto, afirma Mané, son pocos los que lo advierten.

Javier Sicilia hace poco ha señalado: “En los últimos setenta años, la comunicación y sus sistemas –radio, televisión, internet, etcétera– se han convertido en el centro privilegiado por donde el conocimiento pasa. Pero ese conocimiento, a diferencia del poético, encubre la profundidad de lo real, su dimensión insondable, y lo transforma, en sus límites ideológicos, en dominación.”

Sicilia apunta a que una red protectora contra esa dominación puede ser el conocimiento poético. Citando a José Ángel Valente lo define a partir de la siguiente reflexión: “La palabra poética es, por el mero hecho de existir […] manifestación de lo encubierto.” Este conocer, que está en el ser de la poesía; esta forma del asombro que, a través de la palabra, hace surgir algo que está en la realidad, pero que nadie o muy pocos ven, ha ido perdiendo poco a poco su lugar en el mundo público. Y este asombro, lo improbable, es el que da contenido significativo al poema.

Y continúa Sicilia: A diferencia de la comunicación, que parte siempre de un saber previamente conocido, la poesía está más allá de cualquier saber inmediato y dado. Se encuentra en una zona de oscuridad. La búsqueda del poeta se vuelve, por lo mismo, azarosa y precaria, es decir, un tanteo vacilante en las zonas oscuras de lo real. “Opera –dice José Ángel Valente– sobre el inmenso campo de la realidad experimentada, pero no conocida” aún. Así, el poeta, a diferencia del que comunica, “no dispone de antemano de un contenido de realidad conocida que se proponga trasmitir”. Cuando lo encuentra sólo se hace evidente en el poema, y esa evidencia, irrepetible, sorprendente, pone en crisis el conocimiento repetitivo, limitado, uniformador, de la comunicación. Quizá por ello, Platón expulsó al poeta de la República. Quizá por ello, los totalitarismos han perseguido a la poesía con rabia o han intentado dominarla bajo el yugo de lo ideológico –las vanguardias fueron un eco de esa demencia. Quizá por ello, también, el liberalismo, sometido al relativismo de las propagandas del mercado, lo convirtió en un producto más de las mercancías profesionales, en un divertimento culto.

El conocimiento poético, sin embargo y a diferencia de los relativismos de supermercado de nuestra época para la que sólo existe una multiplicidad de verdades comunicables, dice que la verdad existe, pero, a diferencia de los pensamientos duros de las ideologías que la circunscriben al estrecho universo de sus interpretaciones y dogmas, dice que esa verdad es tan grande e insondable que sólo puede revelar fragmentos de ella.

No quiero decir con esto que la poesía excluya de su saber el acto comunicativo. Un gran poema se mueve siempre en un contexto conocido. Pero en ese contexto algo nuevo de lo real emerge, se desoculta, aparece como una revelación. Theodor Adorno lo dice con el saber del filósofo enfrentado a la ceguera de los totalitarismos: “Las obras de arte son exclusivamente grandes porque dejan hablar lo que oculta la ideología”, lo que destruye el orden de la dominación y deja emerger la libertad del común. (Javier Sicilia: El conocimiento poético, http://www.jornada.unam.mx/2015/07/19/sem-javier.html)

Mané abre ahora su feis para compartir esta reflexión, teniendo como siempre la impresión que es como un mensaje dentro de una botella que se arroja al mar, perdiéndose en el oleaje blanco de las redes y decide que, mientras el cuerpo aguante, seguirá siendo trapecista de la palabra en el circo de la muerte, vistiendo con dignidad su vestimenta raída, a la que por cierto su mujer mandó hacer algunos remiendos y que voltearan el cuello desgastado a un par de sus camisas y a su “yompa” favorita para estar presentable a la hora de la función.

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