El hombre del piano


Manuel Martínez Morales

Ésta es la historia de un sábado
de no importa qué mes
y de un hombre sentado al piano
de no importa qué viejo café
.

Billy Joel

Cuando fue joven e indocumentado, Mané conoció al hombre del piano. Un tipo triste y cansado que por las noches tocaba maravillosamente ese instrumento en un céntrico bar de la ciudad. En aquel entonces, siendo aún estudiante, Mané residía en una modesta habitación amueblada dentro de un viejo departamento, en un edificio construido en la época porfiriana. Dicho músico era su vecino, pues alquilaba otra de las habitaciones donde vivía con su hija, una jovencita de alrededor de dieciséis o diecisiete años. A leguas se notaba que no la pasaban muy bien. Nunca entabló conversación con el sujeto aquel, sólo algún saludo ocasional cuando se encontraban en el pasillo del viejo departamento.

El bar donde el afligido personaje tocaba se ubicaba en un hotel justo frente a donde vivía Mané, así que algunas noches éste cruzaba la calle para refugiarse en el bar y escucharlo, acompañándose con un ruso negro, bebida preparada a base de vodka, licor de café y hielo.

El hombre del piano, siempre taciturno, fumaba y silencioso tomaba a sorbos su bebida.

Toma el vaso y le tiemblan las manos 
apestando entre humo y sudor
y se agarra a su tabla de náufrago
volviendo a su eterna canción
.

Después de algunos meses de esos encuentros, ya fueran en el bar o en el departamento, Mané nunca más supo de su vecino. Pero su recuerdo persiste y la canción de Billy Joel lo remite a aquellos tiempos donde la vida parecía un sueño y los días transcurrían pletóricos de sorpresas y de pequeños triunfos y derrotas. Días llenos de asombro ante la vida, que no alcanzaba a comprender del todo. Ni entonces ni ahora.

Toca otra vez viejo perdedor 
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel
.

El recuerdo de ese personaje le provoca reflexiones sobre el constante y complejo entrecruzamiento de historias que se da cotidianamente, enlazamiento que si reparamos un poco en ello nos mostraría lo rica y frágil que es la vida. Episodios aparentemente minúsculos de nuestro pasado impulsan dramáticos giros en nuestras vidas.

Mané recuerda que entró por vez primera al bar aquel por pura casualidad. Era viernes y con sus amigos buscaban alguna distracción. El acceso al lugar les era prohibitivo pues el costo de las bebidas rebasaba su raquítico presupuesto, estudiantes al fin. Pero aquel día, por azares del destino, alguno de la banda traía un poco más de centavos en la bolsa y con gusto invitó a toda la flota a tomarse un trago en el establecimiento del elegante hotel.

Después de acomodarse en una mesa bajo la luz tenue, habiéndose todos surtido un par de tragos entre pecho y espalda, el músico comenzó su función. A los primeros acordes el grupo paró la conversación, asombrado, concentrando su atención en las notas que salían de las manos del ejecutante.

Cada vez que el espejo de la pared 
le devuelve más joven la piel
se le encienden los ojos y su niñez
viene a tocar junto a él
.

Si bien Mané no puede calcular con precisión los giros que su vida dio como consecuencia del encuentro con el talentoso pianista, algo hondo se movió pues hasta el presente sigue recordando aquellos encuentros, la fascinación que le producía esa figura silenciosa y apesadumbrada. Excelente artista. ¿Cuál sería su historia?

Pero siempre hay borrachos con babas 
que le recuerdan quién fue,
el más joven maestro al piano
vencido por una mujer.

Ella siempre temió echar raíces
que pudieran sus alas cortar
y en la jaula metida, la vida se le iba
y quiso sus fuerzas probar.

Mané recuerda todo esto mientras, sentado en el restorán de una plaza comercial, una jovencita atiende la mesa; lo cual le hace recordar a otra jovencita, la hija del pianista, y preguntarse cuáles serían los sueños de aquella niña de mirada melancólica quien –según sospechas fundadas– se drogaba, y cuál será la historia y los sueños de esta chica, quien en otra mesa atiende a un grupo de comensales de su edad que ríen y chacotean en tanto que ella tiene ante sí una jornada de trabajo. ¿Acaso desea estar del otro lado de la mesa? Es decir, ser ella quien esté disfrutando con sus amigos en este restorán (por cierto nada VIP, sino más bien para gente wanna’be, como Mané), mientras son servidos por alguien más que debe hacerlo pues necesita del trabajo para sobrevivir. Es posible que por ahí se perfilen los sueños de esta mesera, o tal vez desea estudiar música, o administración de empresas, o medicina, quién sabe. ¿Albergará algún rencor social esta muchacha sencilla, o serán otros sus pesares?

No lamenta que dé malos pasos 
aunque nunca desea su mal
Pero a ratos con furia golpea el piano
y hay algunos que le han visto llorar
.

Siendo estudiante, Mané trabajó algunas veces por cortos periodos; una vez repartiendo periódicos y otra como cobrador de una distribuidora de abarrotes. Pero no lo hizo forzado por la necesidad, sino para tener algún dinero adicional y darse algunos gustos.

Sin embargo, desde la secundaria tuvo compañeros que trabajaban por necesidad, e incluso varios de ellos dejaron sus estudios. A uno de éstos lo encontró tiempo después vendiendo helados, empujando un carrito por las calles; a otro como chofer de un camión repartidor de refrescos; y a otro como aprendiz en un taller mecánico. Uno más, amigo al que mucho apreciaba pues lo protegía del bulling en la escuela secundaria, trabajaba en una vulcanizadora cuando por algún pleito sin importancia con un transeúnte fue asesinado, en plena calle, de un balazo en el corazón.

Hay un hombre aferrado a un piano
la emoción empapada en alcohol
y una voz que le dice: «pareces cansado»
y aún no ha salido ni el sol.

Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel.

Historias que se entrecruzan, delineando vidas. Cruces que nos hacen ser lo que somos.

(Nota: leer el texto escuchando “El hombre del piano”, en la interpretación de Ana Belén)

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