Palacio de Ocomo

Palacio de Ocomo


El Palacio de Ocomo, en Oconahua, Jalisco, es un proyecto arqueológico que busca esclarecer algunos puntos en la historia de la Tradición Grillo, cultura que se asentó en el estado entre los años 500 y el 900 de nuestra era. Pero este proyecto se vuelve único no solo por su valor histórico, sino por su impacto social. Pues, desde hace siete años, científicos y pobladores han trabajado juntos para que aunado al beneficio académico se obtenga un beneficio para la comunidad.

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Esta propuesta de vinculación entre ciencia y sociedad nace desde la visión de la arqueología comunitaria, corriente que utiliza distintas herramientas y metodologías en búsqueda de que los habitantes de la región sean los actores principales en la conservación del patrimonio arqueológico.
En el caso del Palacio de Ocomo, estas herramientas fueron diseñadas por la doctora en antropología María Antonieta Jiménez Izarraraz, investigadora de El Colegio de Michoacán (Colmich), quien presentó en detalle el plan de acción en el libro La vinculación social en arqueología. Planeación del impacto social de un proyecto arqueológico, durante la XXX Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).
Para Magdalena García Sánchez, doctora en antropología y presentadora del libro, esta es una obra que había estado haciendo falta en México, pues pretende mostrar que la actividad arqueológica puede ser una actividad más humana y nutrirse del diálogo entre científicos y comunidad.

Arqueología para y por la comunidad

La presentadora del libro explicó que en la mayoría de los proyectos arqueológicos se arrastran prácticas que no contribuyen al desarrollo de las comunidades. Por ejemplo, se contrata a personas del lugar, pero solo para realizar trabajos pesados y no se les explican los alcances, las bases arqueológicas ni los resultados del proyecto.
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Otro procedimiento común es contratar a mujeres del lugar solamente para lavar la ropa y cocinar para el equipo de investigación, dejándolas de lado cuando se trata de actividades relacionadas directamente con la excavación o el análisis de datos.
Por ello, buscando cambiar el enfoque de la actividad arqueológica, María Antonieta Jiménez desarrolló un plan de vinculación social para trabajar con la comunidad de Oconahua, tomando de referencia los trabajos que se han realizado en diversas partes del mundo, como el caso de arqueología comunitaria en Quseir, Egipto.
El proyecto incluyó un componente diagnóstico, en donde se averiguó qué era lo que la gente opinaba sobre el Palacio de Ocomo, qué ideas tenían sobre todo lo que implica realizar una excavación arqueológica, qué cosas les gustaría conocer sobre los antiguos habitantes de la región y cómo esperaban que este proyecto cambiara su comunidad y su estilo de vida.
“Los objetivos de conocimiento que persiguen los investigadores no son necesariamente los que la gente quiere saber, mientras unos van por identificar el cambio entre un periodo histórico y el otro, otros tal vez se interesen más por conocer cómo vivían los antiguos, qué comían, en qué trabajaban”, considera Magdalena García.
Un segundo componente del plan fueron las tareas de divulgación, que incluían publicaciones periódicas, exposiciones, visitas guiadas a la zona de excavación y al laboratorio de análisis de muestras, talleres sobre arqueología básica, la formación de guías de turistas y algunas otras actividades enfocadas en traducir el discurso arqueológico en un lenguaje comprensible, para que la gente se apropiara del proyecto.

¿Qué esperan las personas de un proyecto arqueológico en su comunidad?

Las fases de evaluación de las percepciones de la población y las de divulgación son trascendentales en un proyecto de arqueología comunitaria, pues permiten identificar fortalezas, malinterpretaciones o posibles conflictos entre los pobladores y los investigadores.
También porque en ocasiones las expectativas que tienen las comunidades de la apertura de un sitio arqueológico se han formado a partir de experiencias en grandes sitios como los ubicados en la Riviera Maya, que se han colocado peligrosamente en el imaginario de la población, explica Magdalena García.
Por ello, es necesario realizar proyecciones del impacto que el proyecto tendrá en la vida económica, política y en la urbanización de la región, y concienciar a la población de qué es lo que verdaderamente se espera del sitio arqueológico en particular.
“Antes de excavar, la primera percepción de las personas es que el sitio será un recurso económico. Nuestro trabajo es decirles que no necesariamente van a obtener dinero del proyecto, sino identidad y conocimiento”, explica Sean Montgomery Smith Márquez, arqueólogo encargado del proyecto arqueológico Palacio de Ocomo.

¿A quién le pertenece el pasado?

Durante la presentación del libro, Magdalena García recordó que entre los arqueólogos es muy común pensar que las cuestiones referentes al patrimonio arqueológico solo le concierne al gremio científico, y que el único valor de estos sitios, o por lo menos el más meritorio, es el académico. Desacreditando, con esta posición, los valores simbólicos o afectivos que otros grupos deciden darle.
Pero la arqueología comunitaria propone que tanto el valor científico como el simbólico deben reconocerse, pues ambos ayudan a que los pobladores se involucren en la conservación del patrimonio. La generación de relaciones de empatía entre las sociedades del pasado y las del presente, el uso del recurso y la adquisición del conocimiento generado, son la base para la protección del patrimonio.
Para Sean Montgomery, la arqueología es una actividad que no solo debe beneficiar a los arqueólogos. Pues siempre cabe preguntarse: ¿de quién es en realidad el patrimonio arqueológico?, ¿de quién es ese pasado que se está revelando?, ¿es de los investigadores que lo descubrieron; del Estado, que puso el dinero; de la comunidad donde se encuentra; de los New Age o de todos los grupos que le otorgan un significado al sitio?
El arqueólogo plantea que es importante considerar lo que se denomina como las tradiciones inventadas. Ser conscientes de que cada grupo crea una narrativa en torno a un sitio arqueológico, y aunque a los científicos no les guste que vayan personas a “tomar energía” a los sitios, hay que respetar las distintas interpretaciones mientras hagan un uso responsable y respetuoso del patrimonio.
“Al final del día, el lugar es de los pobladores, pero el conocimiento, la historia y el pasado pertenecen a toda la humanidad. No hay razón por la que coartar el acceso a la información por cuestiones de nacionalidad o de afiliación a una institución”.

El caso del Palacio de Ocomo

Sean Montgomery lleva siete años trabajando en el proyecto del Palacio de Ocomo y explica que las personas que trabajan en la excavación son pobladores del municipio de Oconahua, lo que para él ha sido una de las mejores propuestas que aplicaron. Pues en un inicio, cuando los pobladores aseguraban que en aquella zona no había nada y se preguntaban si el proyecto no sería un fraude, los mismos trabajadores contestaban “no es un fraude, fui yo quien excavó esa pared, o fui yo quien analizó tal pieza”.
Además, en el proyecto se han involucrado mujeres de la comunidad que trabajan en el análisis de materiales y en tareas directamente relacionadas con la excavación, buscando incluirlas en la actividad científica.
Presentacion del libroGracias a los materiales de divulgación que realizan, a los talleres de arqueología básica, a las presentaciones de resultados una vez al año, a las visitas al sitio de excavación y a los laboratorios de análisis, la gente ya conoce más sobre arqueología, y la mentalidad enfocada en el dinero va poco a poco transformándose.
“El trabajo ha sido tan provechoso que los trabajadores ya nos han pedido los informes de trabajo y en verdad los leen. Quieren saber qué es lo que están haciendo, les hemos explicado las capas, saben cuándo y por qué aplicar ciertas metodologías, y se interesan por el conocimiento generado”, detalla Sean Montgomery.

Amor al sitio

La experiencia de arqueología comunitaria en el Palacio de Ocomo ha llevado a Sean Montgomery a considerar que la vinculación comunitaria es la mejor manera de conservar un sitio arqueológico, pues la única manera de hacerlo es que la gente se sienta orgullosa de tenerlo, generando un arraigo por el sitio.
En muchas ocasiones, las comunidades no tienen un vínculo afectivo con los sitios arqueológicos o monumentos históricos de su región, lo que los convierte en un lastre y propicia su destrucción, pues las personas no tienen argumentos reales para cuidarlos, comenta el arqueólogo.
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Para ello se están generando eventos como el día del Palacio de Ocomo y se pretenden realizar más actividades de divulgación, pero se necesita la participación de una gran cantidad de instituciones, pues el trabajo es mucho y necesita de recursos.

Un enfoque comunitario sistemático

Hay directores de proyectos arqueológicos que reconocen que las personas que viven junto a los sitios de excavación no tienen las mejores condiciones económicas y buscan formas de ayudarlos. Pero la investigación científica vinculada al desarrollo comunitario no debería ser una cuestión de buena voluntad, sino una cuestión de sistema, considera la autora del libro.
María Antonieta Jiménez comenta que, a pesar de que una gran cantidad de arqueólogos considera su propuesta como descabellada o poco trascendental, la arqueología comunitaria es una práctica muy común en otros países, que actúa bajo la premisa de que es la comunidad la que tiene la capacidad de hacer lo que quiera con el patrimonio, pueden saquearlo, descuidarlo o protegerlo.
La autora del libro concluye recordando que este trabajo es apenas el comienzo, pues un plan de vinculación no es una receta de cocina, debe adecuarse a las condiciones de cada región, debe corregirse mediante el diálogo y mejorarse continuamente.

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