“Las muchas aguas no podrán apagar el amor,
ni lo ahogarán los ríos”.
Cantar de los Cantares 8:7
El fracaso en el amor, dice Erich Fromm, radica en creer que es una sensación placentera cuya experiencia es una cuestión de azar; es decir, algo con lo que uno “tropieza” si tiene suerte[1], cuando en verdad, como cualquier arte, el amor requiere conocimiento, empírico y práctico, además de un gran esfuerzo para procurarlo, alimentarlo y preservarlo.
El hombre está ávido de amor, nutre su espíritu con ideas vagas que forman historias fantásticas sobre la vida en pareja y el enamoramiento, ve innumerables películas basadas en relatos felices (y también desgraciados) y escucha centenares de canciones burdas que abordan el tema. Sin embargo, su indigencia de discernimiento le impide saber que el problema del amor no consiste fundamentalmente en ser amado, sino en la propia capacidad de amar y, principalmente, de amarse.
El hombre, refiere el mismo autor, desde la época de las cavernas hasta la actualidad, piensa que al sentirse amado abandonará la prisión de su soledad, es por eso que busca con ansias una relación, que, lamentablemente, por lo común se constituye de la necesidad de dos personas de llenar ese vacío que les da su falta de amor propio.
Las relaciones, añade, se asemejan a la de una madre embarazada y el feto.”Son dos y, sin embargo, uno solo. Viven «juntos» y se necesitan mutuamente. El feto es parte de la madre y recibe de ella cuanto necesita; la madre es su mundo, por así decirlo; lo alimenta, lo protege, pero también su propia vida se ve realzada por él. En la unión simbiótica psíquica, los dos cuerpos son independientes, pero psicológicamente existe el mismo tipo de relación”[2].
“En esta unión, los dos cuerpos son independientes, pero psicológicamente existe el mismo tipo de relación. La forma pasiva de la unión simbiótica es la sumisión, o, para usar un término clínico, el masoquismo. La persona masoquista escapa de la intolerable sensación de aislamiento y soledad convirtiéndose en una parte de otra persona que la dirige, la guía, la protege, que es su vida y el aire que respira. Se exagera el poder de aquel al que uno se somete, se trate de una persona o de un dios; él es todo, yo soy nada, salvo en la medida en que formo parte de él”, escribe Erich Fromm en el capítulo Teoría del Amor, de su obra El Arte de Amar.
Esta acción constante hace del amor un infortunio, un episodio trágico en el que, inevitablemente, alguien, en este juego entre el sádico y el masoquista, saldrá herido.
No obstante, el amor, cuando es maduro, afirma el psicoanalista, significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad. “El amor es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y soledad, y no obstante le permite ser él mismo, mantener su integridad. En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos”[3].
En el año 57 después de Cristo, en una carta a la iglesia de Corinto, el apóstol Pablo describió las virtudes del amor, las cuales, a través de los años, también Erich Fromm retoma en su obra:
“El amor es sufrido, es benigno;
el amor no tiene envidia,
el amor no es jactancioso, no se envanece;
no hace nada indebido, no busca lo suyo,
no se irrita, no guarda rencor;
no se goza de la injusticia,
mas se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser…”[4]
Para el rey Salomón, el amor es fuerte como la muerte, y los celos “brasas de fuego, fuerte llama”[5].
Pero como dijo en 1600 el escritor francés François de la Rochefoucauld: “El verdadero amor es como los espíritus: todos hablan de ellos, pero pocos los han visto”.
[1] From, Erich. El Arte de Amar. Editorial Paidos studio. Barcelona 1996. Pág 1
[2] From, Erich. El Arte de Amar. Editorial Paidos studio. Barcelona 1996. Pág 18
[3] Ibídem. Pág 21.
[4] Santa Biblia Reyna Valera revisión 1960. Primera Carta a los Corintios, capítulo 13, versículo 4
[5] Santa Biblia Reyna Valera revisión 1960. Cantar de los Cantares 8:6