En pleno siglo XXI, hombres y mujeres somos desiguales, en México esta condición se debe a que los hijos e hijas, sobre todo en el ámbito rural, son educados de manera diferente, refirió la maestra Angélica Bautista López, académica de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Durante la Mesa Tata de personas: cuando se trafica con la libertad, la dignidad y el cuerpo, en el marco del Día Internacional de la Mujer, la investigadora señaló que este fenómeno se puede plantear como la expresión de un conflicto social no resuelto entre la búsqueda de la equidad como pretensión contemporánea y la imposición de una visión masculina de la vida dentro de las familias.
Al presentar la ponencia Pobreza y marginación: el fenómeno del enganche y la trata de personas en el comercio sexual, Bautista López dijo que el reconocimiento de que la primera opción y la más valiosa para una joven es la formación de su propia familia, se torna diferente para las mujeres urbanas, pues la demanda económica las orilla a la búsqueda de alternativas laborales.
Sin embargo para las mujeres rurales las alternativas para la vida futura son inexistentes, convirtiendo a la familia en una institución socializadora de un único trayecto para la vida adulta.
La socialización en un contexto de pobreza integral, es decir, de carencias económicas y culturales, lleva a una delimitación inherente. El contexto socioeconómico limita las posibilidades de desarrollo de niñas y niños, pero el contexto sociocultural marca una segunda desigualdad, en este caso de género, delimitando un rol de la vida cotidiana.
La vulnerabilidad femenina o necesidad fundamental de alcanzar el estatus de mujer a partir de un hombre, se debe a la ausencia de futuros posibles sin el predominio masculino. Lo que lleva a las mujeres a aceptar condiciones de rechazo, discriminación y violencia de todo tipo.
Ser a partir de otro y enfrentar un contexto económico difícil pone en alto riesgo a las mujeres que son susceptibles de ser violentadas y excluidas. En este contexto diversos estudios evidencian la estrecha relación entre la pobreza, la vulnerabilidad femenina y la prostitución, acompañados por la desatención y el desapego afectivo.
“Estamos frente a una pobreza integral”, en donde se engendran niñas sin una visión de futuro, mujeres que a edades tempranas se desprenden de su familia nuclear creando la atmósfera propicia para el surgimiento de un imaginario en el que el hombre es depositario de la única oportunidad de futuro.
Esta realidad poco aceptada, debido al creciente reconocimiento en los últimos años de la argumentación políticamente correcta que dicta la igualdad entre hombres y mujeres, genera una disputa cotidiana en todos los grupos sociales.
Hoy en día es fundamental atacar el problema desde la raíz, en las zonas rurales en situaciones de pobreza, en donde un trabajo efectivo de influencia en el terreno de la equidad y los valores repercuta en una menor vulnerabilidad de las niñas.
Es necesario, más allá de desarrollar políticas públicas que acrecienten las opciones formativas de las mujeres, asumir otras concepciones del mundo familiar para propiciar que la utopía del presente, es decir la equidad, sea un elemento simbólico reconocible para hombres y mujeres, alertó la académica del Departamento de Sociología.
En este mismo foro la licenciada Leticia del Rocío Hernández Gómez, integrante de Realidades sin Fronteras A.C., presentó un análisis del Programa Rostros de la Trata con el que instó a ver el fenómeno más allá del delito, pues afirmó, es también un fenómeno social que deshumaniza a las personas.
Tres elementos claros de la trata de personas son las actividades, los medios y los fines; todos ellos con implicaciones económicas y de infraestructura; creando cadenas de explotación en las que participa la sociedad de manera consciente o inconsciente.
Hay muchos mitos alrededor de este fenómeno, dijo, los más recurrentes son la explotación sexual femenina, la intervención de giros negros; sin embargo cualquiera que sea el fin, hablamos de un problema de deshumanización de personas, de afectación de las víctimas y del entorno social, no necesariamente próximas a la víctima o al explotador.