Corrían los años 80. Jean Michel Basquiat (22 de diciembre, 1960 – 12 de Agosto, 1988), un grafitero nacido en Brooklyn, empezaba a ser conocido con solo 20 años por las pintabas que realizaba en las paredes del barrio de SoHo, en Manhattan. La fama, que alcanzó siendo muy joven, le permitió exponer en grandes ciudades como París, Tokio y Düsseldorf.
Hijo de un haitiano y de una neoyorquina de origen puertorriqueño, Basquiat aprendió a dibujar en los folios que su padre, contable de profesión, dejaba olvidados en casa. Tenía un fuerte sentimiento de responsabilidad hacia la diáspora africana, lo que más tarde se manifestaría en muchas de sus obras, donde la denuncia del racismo y la injusticia social eran temas recurrentes.
Con apenas 22 años, Basquiat ya era uno de los nombres más cotizados de la escena artística internacional. Sin embargo, el éxito y la fama, que le llegaron siendo quizá demasiado joven, no fueron fáciles de asimilar para un hombre considerado «muy tímido», según su padre, que se sentía «rodeado de pirañas que intentaban aprovecharse de él» y contra quienes combatía refugiándose en las drogas.
En una década especialmente salvaje para Nueva York y marcada por los excesos de todo tipo, Basquiat se codeó con personalidades como Madonna y el actor Vincent Gallo. Rápidamente, esta le condujo a abusar excesivamente de las drogas, lo que a menudo le transportaba a un terrible estado de paranoia. El 12 de agosto de 1988, Basquiat fue hallado muerto por sobredosis en su apartamento. Tenía tan solo 27 años de edad.