Einstein en un billete

Einstein en un billete


Manuel Martínez Morales

En 1905, el célebre físico matemático Henri Poincaré publicó El valor de la ciencia, obra en la cual se propuso defender la actividad científica frente a la oleada de creciente escepticismo sobre la ciencia y sus logros. Algunos, impresionados por la inestabilidad de las teorías científicas en esa época, proclamaban estridentemente la bancarrota de la ciencia; otros, llegaron a expresar que la ciencia era una creación artificial del hombre sin conexión alguna con el mundo físico. Hoy,  después de la apasionada y lúcida defensa de la ciencia y su valor por Poincaré, son pocos los que se atreverían a hacer tales cuestionamientos. Se reconoce la correspondencia entre las teorías científicas y la realidad,  y también se admiten las limitaciones del conocimiento científico. Sabemos que no existe conocimiento absoluto e inmutable del universo y del hombre; toda teoría es provisional y está sujeta a constantes confrontaciones con la realidad. La ciencia está en continua transformación, las teorías cambian, los métodos se renuevan, se estudian nuevos fenómenos.

El avance científico y tecnológico alcanzado a la fecha, supera todo lo realizado anteriormente por el hombre. Cosas cuya existencia era considerada imposible en el  pasado, hoy forman parte de nuestra vida cotidiana: el automóvil, la televisión, las computadoras, los nuevos fármacos, etc. Desafortunadamente, la investigación científica ha contribuido a la producción de artefactos con gran poder destructivo que van desde sofisticadas armas convencionales hasta la temible bomba atómica, pasando por toda la variedad de armamento no convencional como las llamadas armas químicas, biológicas y psicológicas.

En la actualidad, los críticos más tenaces de la ciencia parten precisamente de este aspecto negativo del quehacer científico: la aplicación de la ciencia para producir artefactos que causen la mayor destrucción posible. Es ya factible la aniquilación absoluta de la biosfera terrestre. De ahí que surja la equivocada conclusión de que la ciencia sólo traerá males a la humanidad y que, por tanto, hace necesario prescindir de ella. En las últimas décadas se ha organizado números grupos y asociaciones políticas que avalan esta postura. Su posición no es del todo injustificada, pues una gran parte de la investigación científica, se orienta precisamente hacia aplicaciones militares.

No por ello debe restarse importancia al efecto positivo que la aplicación de la ciencia ha tenido en muchos terrenos tales como: mayor producción y calidad de alimentos, educación, planificación económica. En fin, la orientación adecuada de la investigación científica y tecnológica ha contribuido enormemente a posibilitar la elevación en el nivel de  calidad de la vida humana.

Este aspecto positivo de la ciencia es particularmente importante para un país como el nuestro donde, en el presente, tenemos que importar desde  maíz y frijol, alimentos básicos del pueblo, gasolina y hasta los ingredientes para elaborar pasta de dientes. México cuenta con suficientes recursos naturales y humanos como para iniciar un proceso de grandes transformaciones económicas y sociales que se traduzcan en mejores niveles de vida para todos los habitantes. En la base de este proceso, la ciencia y la tecnología deben ocupar un lugar preponderante. Está demostrado que pueden lograrse resultados impresionantes de utilidad inmediata.

Sin embargo, el desarrollo científico en México es todavía incipiente: la atención dada a la ciencia en nuestro país no es suficiente. Entiéndase que no se trata sólo de incrementar la cantidad de recursos asignados a ciencia y tecnología, ni de competir con otros países, sino de articular un proyecto de desarrollo acorde con las necesidades más urgentes del país.

El riesgo de la crisis actual consiste en dejar inertes las enormes fuerzas productivas de que el país dispone y caer en una pendiente de creciente dependencia económica y, por consiguiente, política, que, en términos llanos, significará, más pobreza para la mayoría de los mexicanos.

Se hace necesario, en este tiempo y lugar, revalorar la ciencia y su función para darle la importancia que debe tener como factor primordial de desarrollo social. La ciencia no sólo es un conjunto de teorías y métodos para hacer ciertas cosas, es también una concepción del mundo y de nosotros mismos. Entendida en el más amplio sentido, la ciencia completa y vigoriza las concepciones estéticas y éticas del hombre. Decía Poincaré: “Si queremos liberar, cada vez más, al hombre de sus preocupaciones materiales, es para que pueda emplear su libertad reconquistada en el estudio y contemplación de la verdad”.

Debemos convencernos de que la ciencia no es un lujo ni una actividad superflua. Es, como ya se dijo, un elemento de primera importancia para el desarrollo social. Nada mejor para concluir que una brillante reflexión de Amílcar Herrera en la cual expresa, con toda claridad, la importancia que la ciencia debe tener para nosotros, aquí y ahora:

Por primera vez en la historia  la humanidad posee el conocimiento necesario para resolver todos los problemas conectados a las bases materiales de la vida. En otras palabras, el conocimiento científico y tecnológico, a disposición de la humanidad, si se usa racionalmente, puede asegurar un nivel de vida, que no sólo lo provea en sus necesidades básicas materiales, sino que también le asegure la plena y activa incorporación a su cultura. La miseria y privación de gran parte de la humanidad no son el resultado inevitable de un incompleto control de nuestro medio físico, sino del uso irracional de los instrumentos científicos que se ocupan de los problemas de subsistencia a nivel mundial; si no ha alcanzado todavía la conciencia es sólo porque es una verdad que puede poner en peligro el mantenimiento de un orden internacional y social básicamente injusto.

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