Manuel Martínez Morales
Oh yeah, life is bad
Gloom and misery everywhere
Stormy weather, stormy weather
And I just can get my poor self together
Oh, I’m weary all of the time
All of the time, so weary all of the time…
Etta James: Stormy Weather.
No se por qué, Mané, insistes en confundir lo que dicen los libros, las palabras, con la realidad y eso es precisamente lo que alimenta tu constante preocupación y angustia por cosas sin importancia. Has creído que es cierto lo que William Blake escribió alguna vez, afirmando que lo que llamamos cuerpo es solamente una porción del alma discernida por los cinco sentidos. Y es así como en tus añoradas noches de insomnio, mientras aún resuenan en alguna parte de tu cerebro las canciones de Etta James, conjeturas que la vida cotidiana, que casi siempre tomamos como nuestra experiencia del mundo, es solamente la punta de un iceberg, y que bajo esa superficie engañosa subyace la verdad profunda de todas las cosas que –según tus mariguanadas- es la síntesis en la conciencia de la infinitud cualitativa del universo.
Es así como de pronto, sin ser consciente de ello, divagas y alucinas, imaginando a Alice Liddell pidiéndole a Charles Dogson, mejor conocido como Lewis Carroll, que le escriba un cuento; o a Karl Marx curioseando un extraño libro para niños que está junto a su Manifiesto Comunista, en la vitrina de novedades de una librería en Liverpool Street; a Arthur Conan Doyle celebrando con una raya de cocaína la conclusión de The White Company. O peor aún, a Friederich Nietzsche abrazando a un caballo que estaba siendo maltratado en la Plaza Carlos Alberto de Turín, pidiéndole perdón entre sollozos en nombre de la humanidad.
Lo cual te hace recordar la historia familiar sobre tu abuelo materno, quien en el delirio de sus últimos días pidió que le llevaran un caballo al que abrazó, sollozando y hablándole igual que Nietzsche, tal vez también pidiéndole perdón. Pero yo creo que todo es producto de tu dañada imaginación, pues también me has contado que no hace mucho viste una palmera en tu habitación justo al lado de la tele.
Por favor comprendan –responde Mané- que ya entré en la vejentud y que una espantosa carga es la vejez para hombre como para bestia. Y los hombres la han hecho doble por su descorazonada negligencia. Sobre un recién nacido bebé ellos desparraman cariño y afección al máximo. Pero reservan hacia un hombre viejo más su indiferencia que su cuidado, y su disgusto más que su simpatía. Igual de impacientes que son por ver a una cría crecer a la madurez, así de impacientes son ellos para ver a un hombre viejo tragado por su tumba…
Lo cual me es sugerido por palabras de Mikhail Naime, en el Libro de Mirdad:
“¿Si una pequeña hoja sobre el árbol es digna de su amor, cuánto más es el árbol en su totalidad? El amor que distingue una fracción del todo se condena de antemano a la aflicción.
Ustedes dicen: ‘Pero ahí hay hojas y hojas sobre un solo árbol. Algunas están sanas, otras enfermas; algunas están hermosas, otras feas; algunas gigantes, otras son enanas. ¿Cómo podemos ayudar si sólo podemos elegir y escoger?’
Ustedes son el Árbol de la Vida. Sus raíces están por doquier. Sus ramas y hojas están por doquier. Sus frutos están en toda boca. Sean cuales sean las frutas sobre aquel árbol; sean cuales sean sus ramas y hojas; sean cuales sean sus raíces, son frutos de ustedes; ellos son sus hojas y ramas; ellos son sus raíces. Si ustedes tuvieran al árbol que trae dulce y fragante fruta, si ustedes lo tuvieran siempre fuerte y verde, vean por la savia con la cual alimentan a las raíces…”
Lo proferido por el poeta es simplemente otra forma, más rica y profunda, de expresar lo que significa una totalidad concreta, según la concibe Karel Kosik, filósofo de la dialéctica de lo concreto. Y, añade Mané, nada puede ser cabalmente comprendido, aún científicamente, si no es remitido a esa totalidad concreta en la se integra y deviene.
-Toda tu confusión se origina, Mané, en que te dejas llevar por pendejadas y nunca te has dedicado al estudio serio. Como dice un letrero que he visto en la defensa de algunos autobuses urbanos: “Y todo por no estudiar”. ¿O a poco vas a decirme, Mané, que en las escuelas a las que has asistido te enseñaron a leer textos como el Libro de Mirdad, o El amor en tiempos del despido libre, de Antonio Orihuela; o ya de jodido te hacían escuchar y apreciar el jazz y el blues en la interpretación de Etta James, por ejemplo? Pss, ¡A wilson que no!
Ahora que lo dicen -replica Mané- creo que tienen razón, casi nunca he estudiado sino que he perdido el tiempo dedicándome a pensar, a reflexionar, lo cual para muchos es tirar la hueva pues pensar no hace ruido, ni se ven lucecitas, aunque algunas veces cansa, sobre todo a personas de mi edad. Los jóvenes están en mejor condición y temple intelectuales para esta actividad, pero me parece que en las escuelas y universidades no se cultiva el pensar, alentándose el dogmatismo y el ejercicio de la razón instrumental que, a lo más, conduce a clasificaciones esclerotizadas y al razonamiento mecánico, confundiendo el virtuosísimo con la creatividad y la capacidad reflexiva. Y así quieren los zares de la educación que nuestros jóvenes sean “innovadores”. Yo por eso, aunque me juzguen ausente, escucho a Etta James, en tanto leo a Orihuela antes de hincarle el diente a algún teorema de lógica que me trae por la calle de la amargura desde hace algún tiempo.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.