Perro aullando

Perro aullando


Manuel Martínez Morales

            En su lecho de muerte, un hombre exhala su último aliento. A alguna distancia del sitio donde el hombre muere, un perro lanza un terrible aullido; sabe que su dueño ha muerto. En una ciudad lejana, la madre de aquel hombre se estremece y sobresalta. Es el soplo de la muerte, dicen; o es el espíritu que abandona el cuerpo en fugaz tránsito y que parecen percibir los animales y algunos seres humanos ligados al difunto por fuertes vínculos. La ciencia oficial prefiere desviar la vista para no tener que dar cuenta de hechos incómodos como éstos; son sólo casualidades, dicen los insignes sacerdotes.

Un bloque de hielo pesando varias toneladas cae sobre una casa en una pequeña aldea. ¿Será un lago congelado levantado por un formidable torbellino? se preguntan los climatólogos. Sin embargo, al verificar que todos los lagos de la región están en su lugar, se olvidan rápidamente del asunto.

Sólo unos cuantos aventureros se atreven a admitir la existencia de hechos insólitos, de eventos que según la ciencia oficial simplemente no existen, relegándolos al cajón de las ilusiones y casualidades. Viene a la mente la escandalizada expresión de Lavoisier, considerado el padre de la química moderna, negando la existencia de meteoritos: “no pueden caer piedras del cielo porque en el cielo no hay piedras”. No pueden caer bloques de hielo sobre una aldea porque no hay icebergs en el cielo. Pregúntaselo al campesino cuya casa sufrió las consecuencias de la caída del iceberg volador.

Lejos del espiritismo y del esoterismo, fincando  su hipótesis y métodos en la ciencia establecida, un especialista en robótica –cuyo nombre se me escapa- sostiene que, en el momento de morir, el cuerpo humano  emana ciertas sustancias cuyas moléculas se dispersan en la atmósfera, siendo percibidas por animales que tienen un fino sentido del olfato, como los perros. El experto propone, en consecuencia, el diseño y construcción de una nariz artificial que tenga una sensibilidad olfativa mejor aún que la del perro.

Este investigador considera que esa nariz artificial sería un valioso auxiliar en el diagnóstico temprano de múltiples padecimientos. Afirma que dado que todo padecimiento modifica la bioquímica corporal, este cambio podría ser detectado por la nariz artificial en etapas tempranas de desarrollo de la enfermedad. Por supuesto que la nariz tendría que ser “entrenada” para distinguir distintos patrones bioquímicos, para diferenciar entre la bioquímica de un cuerpo sano y la de una persona con cáncer incipiente.

Los más avanzados físicos teóricos admiten la posibilidad de la acción a distancia y sostienen que hay evidencia experimental al respecto. Esta acción a distancia, violatoria del principio de causalidad comúnmente aceptado, fue denominada por Carl Jung -en el campo de la psicología profunda- “sincronía”.

El perro que aúlla en el momento que su dueño muere, la madre que se estremece en ese mismo instante pueden considerarse hechos casuales explicados en términos de metáforas convenientes: el soplo de la muerte, el espíritu que se desprende de la materia. Pero también es posible abrir la puerta a la explicación científica. Ese aliento mortal, o el espíritu desprendido, pueden incluirse en la bioquímica, la física teórica o en las teorías de la psicología profunda. Lo innegable es que siguen existiendo icebergs voladores, sueños premonitorios y otros incontables hechos incómodos esperando su turno para pasar al foro del asombroso teatro de la imaginación científica.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

 

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