Jean Pierre Changeux (Domont, Francia, 1936), ha sido un pionero en estudiar los neurotransmisores y es autor de uno de los artículos más citados en biología molecular, Sobre la naturaleza de las transiciones alostéricas. Su propuesta es que los receptores de las células cancerígenas podrían funcionar igual que los neurotransmisores del cerebro. Es considerado el neurocientífico más humanista.

Usted es conocido por su enfoque humanista de la neurociencia…

Mi idea es que hay un mecanismo darwiniano en el cerebro. Durante su desarrollo, el cerebro se desarrolla en constante interacción con el ambiente físico, social y cultural, en un proceso durante el que algunas conexiones son eliminadas y otras se conservan y amplifican. Esta teoría que elaboré con Antoine Danchin se conoce como ‘epigénesis por estabilización selectiva de las sinapsis’.

También ha escrito sobre la relación entre neurociencia y arte.

En el libro que he escrito con el compositor Pierre Boulez, Le cerveau et la musique, describo algunos funcionamientos del cerebro que suceden cuando se expone a la música. Por ejemplo, las ondas eléctricas emitidas por el cerebro difieren dependiendo de la nota que suene. Otro ejemplo es la reacción al observar una mancha en la que se reconoce una cara humana. Si haces un encefalograma, las conexiones cerebrales crean una tela de araña muy amplia; sin embargo, cuando la imagen se enseña al revés, de tal modo que no hay ninguna forma reconocible, la imagen del cerebro presenta una única conexión.

Sus estudios científicos buscan una relación entre el funcionamiento del cerebro y el cáncer. ¿Qué tienen que ver uno y otro? 

He dedicado mi carrera a estudiar los receptores de neurotransmisores, como la adrenalina. Los neurotransmisores son sustancias químicas que se liberan en las sinapsis –conexión entre neuronas– como respuesta a estímulos. En esta conexión están involucrados los factores del crecimiento, encargados de la supervivencia de las células, que, a su vez, están íntimamente relacionados con el desarrollo del cáncer. Puede resultar paradójico, pero el funcionamiento de los receptores de los neurotransmisores y los factores de crecimiento es similar, por lo que los estudios del cerebro pueden ayudar a entender la formación del cáncer. 

También fue de los primeros en hablar de neurociencia cognitiva, que estudia los procesos neuronales de la toma de decisiones, la percepción y la conciencia. ¿Cree que todo está en el cerebro?

En un cerebro confluyen el material innato y el aprendido. Tarda unos quince años en conformarse y, durante este tiempo, los medios físico, social y cultural dejan trazas en el desarrollo de las sinapsis. Nacemos con un cerebro humano y es imposible, por ejemplo, transformar a un mono en una persona a través de la educación.

¿Y qué es lo que nos hace humanos?

Creo que lo primero es el lenguaje, que no existe en el resto de los primates. Lo segundo es la conciencia, en particular la propia conciencia y la conciencia de los otros. Por último el razonamiento y, por supuesto, la vida social. A veces, sin embargo, el hombre puede ser irracional y antisocial.

Cuando habla de la influencia del medio ambiente en nuestro cerebro, ¿quiere decir que llega a cambiarlo físicamente de una forma visible?

Sí. Un ejemplo: ciertos daños en el cerebro anulan la capacidad de leer o de escribir sin tocar ninguna otra habilidad. También hay diferencias en la conectividad entre las distintas partes del cerebro dependiendo del idioma materno, o de si el individuo decodifica el alfabeto latino o los kanji japoneses. El cerebro desarrolla circuitos nuevos a partir de la experiencia.

Y en el sentido opuesto, ¿se podrían crear artificialmente esos circuitos?

Aún no se ha hecho. Seríamos muy felices si se pudieran restaurar, por ejemplo, las funciones del área de Broca perjudicadas por la afasia –pérdida de la habilidad de hablar–. Hoy en día, hay esperanza gracias a los descubrimientos de células madre en el cerebro que pueden llegar a regenerar las conexiones dañadas.

Para usted, ¿cuál es el mayor descubrimiento que ha hecho la neurociencia?

Por ahora, es haber encontrado los receptores de los neurotransmisores, que desvelan parte del funcionamiento químico del cerebro.

¿De qué modo se puede aplicar este conocimiento?

Por ejemplo, se ha demostrado que hay receptores para la nicotina en el blanco del humo del tabaco, y que al eliminar estos receptores, desaparece la adicción. Por otro lado, se sabe que la nicotina puede ser beneficiosa para el tratamiento del alzhéimer, pero eso es algo que aún está en paños menores.

¿La neurociencia ha ayudado a la detección de enfermedades mentales?

Sí, claro. Igual que hay genes que predisponen al cáncer de pulmón, hay genes que predisponen a enfermedades mentales como a la esquizofrenia o el autismo. Los genes están relacionados con las proteínas, y estas desempeñan un papel crucial en las sinapsis, de cuyo funcionamiento puede depender la salud mental.

¿Qué puede hacerse para tratar estas enfermedades?

Primero, conocer el mecanismo de la enfermedad. En el autismo, por ejemplo, algunas de las sinapsis del cerebro no interactúan de manera correcta. La idea es averiguar cómo lidiar con la predisposición genética y encontrar los medicamentos que puedan restablecer el funcionamiento del cerebro. Hay medicamentos específicos para la esquizofrenia, que actúan con dopamina en los receptores de neurotransmisores. Sin embargo, también puede hacer falta una terapia conductual.

¿Qué futuro le augura a la neurociencia?

Tiene la clave para entender la naturaleza humana, para entender qué somos. Sobre todo para darnos cuenta de que todos pertenecemos a la misma especie, cualquiera que sea nuestro sexo, color de piel, lengua o tradición. Tengo la esperanza de que la neurociencia llegue a encontrar el tratamiento del alzhéimer, y de eso no estamos tan lejos.

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